Alerta roja en Alzira

Las personas que se encuentran en las zonas afectadas sienten que todavía no han salido de una pesadilla con tintes postapocalipticos

Los Bomberos de Valencia rescatan con una embarcación a 9 personas y 2 perros en Alzira, Valencia, este miércoles. EFE/ @bombersvalencia

La alerta roja retumba en todas las calles de Alzira (Valencia) y demás pueblos colindantes o afectados por la DANA. Vuelve a caer el estado de pánico que se había convertido en un trauma latente escondido bajo el dolor físico de los valencianos que llevan 5 días achicando agua, retirando barro y oliendo ese aroma perturbador que cada día crece y crece. Ese olor es lo que diferencia la situación que se vive en directo a un mal sueño.

Las personas que se encuentran en esta situación sienten que todavía no han salido de una pesadilla con tintes postapocalipticos. Este es el resultado de un coctel de insomnio, un cansancio emocional que no te deja comer a gusto, sed y un hambre que no se puede saciar. La tensión por el enfado colectivo y la unión del pueblo provoca subidas de adrenalina bestiales que estaban alcanzando el punto álgido hoy con la visita de los dirigentes, justo hasta que ha llegado la lluvia. Todos los voluntarios a casa y todas las personas a los segundos pisos. Un trueno rompe el silencio sobrecogedor que se había adueñado de los municipios más afectados.

Son las 19 horas del domingo 3 de noviembre y el agua cae a mares. Conforme la velocidad de la lluvia y su intensidad aumenta el ritmo cardiaco va disminuyendo y en el aire está el miedo a que “ahora sí”, “ahora se acaba todo”. Los coches, los que quedan, otra vez a la montaña u otras partes elevadas. La ropa chopada después de varios días sin tender y cientos de coladas envueltas en barro, para quién ha podido encender la lavadora, fuera de los tendederos otra vez.

Esta vez nadie ha podido ir a por agua de forma masiva ya que no queda en los supermercados desde hace dos días, ni carne. En los pocos supermercados que permaneces abiertos de los municipios cercanos a zonas destrozadas ya no quedan ni congelados. Así que esta vez no hay latas de conserva, ni otra cosa que sobras para quién no fue histérico a comprar.

A las 20 horas sigue lloviendo y esta vez nadie se atreve a pronunciar el tradicional dicho: “Plou poc, però per a lo poc que plou, plou prou” (llueve poco pero para lo poco que llueve llueve bastante), que acompañaron las primeras gotas hace una semana. Ahora solo se escuchan los icónicos versos de Raimon que dicen: ‘Al meu país la pluja no sap ploure’ (en mi país la lluvia no sabe llover).

Y mientras sigue tronando, los negocios que han conseguido limpiar sus instalaciones tapian las puertas. Los restos de la vida de muchas personas siguen apilados a las puertas de sus viviendas, mientras sus antiguos propietarios las miran con miedo a que vuelvan a entrar en una marea de barro, asustados por si no vuelven a ser capaces de deshacerse de todos los recuerdos que ya se han visto obligado a barrer.

No sé cómo amaneceremos mañana. Si lees esto quizás ya lo sepas, espero que lo sepas y que no se reviva la historia de pueblos que estuvieron más de 48 horas incomunicados. Espero contaros que estamos bien, que el cauce del rio no delimita hasta cuándo puedo alargar los párrafos. Aquí todos esperamos que mañana salga el sol y que estas gotas sean las cuatro gotas de siempre, “tan necesarias para limpiar”. Que mágicamente las alcantarillas se destaponen y se vaya toda la suciedad con ella, y la rabia y la tristeza. Que la claridad después de la tormenta revele dónde se encuentran todas las personas desparecidas y que resulte que han estado incomunicadas con comida y agua corriente en un polígono sin conexión a internet pero en un lugar caliente en el que dormir. Espero que no se demoren más los reencuentros para que puedan seguir escribiendo sus propias historias.

Hasta esta catástrofe siempre había admirado la lluvia, su nostalgia romántica y su capacidad de hacer resurgir las flores con más fuerza. Pero ahora solo puedo darle las gracias, sintiéndome culpable, por que no cayera un poco más hacia en río Júcar porque entonces también se hubiese desbordado y toda la comarca hubiera sido un mar de barro y desesperación. A esta lluvia le pido que sepa llover y que comprenda que las nuevas generaciones no tienen, tanta al menos, culpa de haber destruido este planeta.

A la lluvia le prometo que si quiere querernos bien yo le escribiré mucho y le contaré todas las historias de los pueblos de al lado. Le quiero contar que todas las falleras se pudieron vestir con los trajes que confeccionaron en Hijas de Carmen Esteve (Algemesí), que volvimos a almorzar en el bar que ayudamos a limpiar y que fui en coche a Valencia a visitar a mis iaios. Que salí con mi amiga a nuestro sitio de siempre, y que cuando volví a la mañana siguiente con el tren, en cada parada de la C2 los vecinos bajaba con una sonrisa mientras miraban el atardecer en tonos rojizos que siempre nos dejan sus nubes. Le contaré lo que cuentan los periódicos y libros que venden en los pequeños kioskos y librerías que llenan las calles de cultura y no de hojas desechas por toda la acera. A la lluvia le debemos prometer que si ella aprende a llover, nosotros aprenderemos a amarla.

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