“¿Qué daño podía hacer con un ordenador? ¿Qué daño podía hacer encerrado en su habitación? ¿Cómo íbamos a saberlo?”. La serie Adolescencia, de Netflix, ha puesto sobre la mesa de nuevo, de una forma más brutal y evidente que nunca, los problemas que afrontan los jóvenes entre 10 y 19 años… y sus padres, que miran aterrados cómo el mundo que han construido se desmorona. Comportamientos violentos, adicción a las pantallas, autoestima y autopercepción bajas y distorsionadas, aislamiento social, actitudes agresivas en lo sexual debido a la influencia de la pornografía, trastornos de salud mental percibidos cada vez a edades más tempranas e idearios y comportamientos machistas que empiezan a dar la cara desde los 10 años.
Adolescencia, que se estrenó el jueves 13 en Netflix, es una miniserie de cuatro capítulos sobre un chico de 13 años acusado de matar a una compañera de clase. Despiadada y realista pero no dramática, en cuatro capítulos (que son, además, cuatro planos-secuencia reales, rodados sin cortes, en un ejercicio extraordinario del mejor cine que deja sin respiración y aumenta la sensación de angustia y falta de aire) establece un problema y va desafiando, una a una, todas nuestras ideas preconcebidas; también las de los investigadores del caso y las de la propia familia del acusado.

Algunos de los planos de la serie ‘Adolescencia’, de Netflix
La serie empieza con la policía irrumpiendo en la casa de la familia Miller para detener al hijo menor, Jamie (Owen Cooper), mientras sus padres (Stephen Graham, Christine Tremarco) y su hermana (Amelie Pease) miran horrorizados y desconcertados, llorando y suplicando. Todo ocurre muy rápido: Jamie es trasladado a la comisaría, donde le toman declaración, con sus padres balbuceando. En un momento del interrogatorio, Jamie se queda a solas con su padre, y le pregunta: “¿Tú me crees?”. En las décimas de segundo en las que el padre titubea, el mundo entero del joven se viene abajo. Porque un hijo mira y sigue, ante todo, a sus padres, como destaca el sociólogo y escritor Franco Nembrini.
“Estamos acostumbrados a delinear todo lo negativo de los jóvenes, pero son fantásticos: son un volcán en erupción, están llenos de vida y de posibilidades, y la mayoría son sanos y no generan conflicto. La adolescencia es una etapa de la vida llena de conflicto, de cambio, de búsqueda de la identidad y de enfrentamiento a los padres, que quieren seguir protegiendo, acompañando y educando”, explica a Artículo14 Javier Urra, doctor en Psicología, pedagogo terapeuta y quien ha sido el psicólogo de la Fiscalía del Tribunal Superior de Justicia y de los Juzgados de Menores de Madrid. Pero sí destaca un aspecto negativo: “En los jóvenes ha aumentado violencia filio-parental, especialmente de un niño varón hacia la madre, y por otro lado las agresiones sexuales, que son más de poder más que sexuales. Además, ha bajado la edad, entre otras cosas por un consumo de pornografía violenta. En el hogar no se explica lo que es el amor, la ternura, la empatía…”.
La adolescencia digital: hiperconexión y aislamiento
Como bien señala Urra, que fue el primer Defensor del Menor de España, “la adolescencia siempre ha sido una etapa de crisis, pero ahora los factores de riesgo se han multiplicado. La tecnología ha transformado los tiempos y las formas de madurar”. Unicef, en su informe Estado Mundial de la Infancia 2023, destaca que el 70 % de los adolescentes pasa más de tres horas diarias frente a una pantalla fuera del horario escolar. Este dato es solo la punta del iceberg de un fenómeno global. En otro informe de Unicef, en este caso sobre niñez y adolescencia en la era digital, se apunta que el 89% de los adolescentes entre 12 y 17 años en países desarrollados tiene un smartphone propio y pasa un promedio de 7 horas al día frente a pantallas. La conectividad, lejos de ser solo una ventaja, ha traído consigo un creciente sentimiento de soledad y comparación constante.
Para Eva Cabra, del Colegio de Psicólogos de Málaga, esta “vida dentro de la pantalla” es uno de los problemas fundamentales de la adolescencia. “La hiperconexión en los adolescentes está teniendo un gran impacto en su desarrollo emocional y en cómo se relacionan. Al estar siempre conectados a la pantalla, se aíslan socialmente: vemos a grupos de chicos en la calle, en un banco, cada uno mirando su móvil. Esto genera sentimientos de soledad y de desconexión; han dejado de saber comunicarse cara a cara. Su mundo está detrás de esa pantalla, y sienten una gran apatía”, explica a este diario. La psicóloga afirma que conoce muchos casos de adolescentes que pasan hasta 20 horas al día encerrados en su habitación mirando una pantalla y relacionándose con esos amigos “imaginarios”, que son virtuales: “Se están volviendo pasivos, muy poco activos, no quieren salir, ni comer… su día a día es el chat y los videojuegos. Eso les lleva a una comparación constante (en redes sociales) y a una baja autoestima. Se comparan continuamente a través de las pantallas y eso deriva en problemas como la ansiedad”. La paradoja es evidente: hiperconectados, pero aislados.
El informe de la OMS sobre adicciones digitales señala que el 40% de los jóvenes entre 12 y 17 años presentan signos de dependencia tecnológica. Este uso compulsivo también está asociado a una disminución en la calidad del sueño y el rendimiento académico. Una problemática en la que coincide el psicólogo Valentín Martínez-Otero: “Los adolescentes actuales, en general, se caracterizan por su conexión constante con la tecnología y su preferencia por la inmediatez. Están más expuestos a presiones externas debido a las redes sociales. Psicológicamente, los aspectos más preocupantes son la ansiedad, la baja autoestima y los trastornos del estado de ánimo, derivados de comparaciones sociales y la búsqueda constante de validación”. La unión de las pantallas y las redes sociales, a las que se suman los continuos estímulos audiovisuales desde temprana edad, “puede sobrecargar a los adolescentes emocionalmente, dificultar su capacidad de reflexión, de relación interpersonal consistente y de regulación emocional”.
El impacto de la pornografía en la construcción de la sexualidad
Otro de los puntos que aborda la serie Adolescencia, ligado al caso (aunque no realizamos spoilers), es la normalización de la pornografía entre menores. Un estudio de la Universidad de Barcelona revela que el 70% de los adolescentes ha consumido pornografía antes de los 14 años, y el 50% lo hace de manera regular. La edad de inicio de consumo de pornografía ha descendido hasta los 11 años, y afecta a 9 de cada 10 varones de todas las edades. Cada segundo se reproducen 30.000 vídeos, y existen webs que reciben 115 millones de visitas diarias. Los grandes portales de pornografía tienen más del doble de visitas que Netflix o TikTok, según el estudio de Wright, Tokunaga y Herbenick de 2023, y el 76% del consumo es pornografía hardcore o extrema.
“La exposición temprana a la pornografía se ha convertido en un problema de base en la adolescencia”, advierte la psicóloga Eva Cabra. “No solo buscan imitar lo que ven, sino que llegan a creer que las relaciones sexuales son exactamente eso. El consumo de contenido pornográfico a edades tempranas genera daños irreversibles, ya que los adolescentes carecen de la madurez emocional para encajarlo dentro de un contexto afectivo-sexual. Para ellos, es simplemente un acto físico, lo que da lugar a expectativas completamente distorsionadas”.
Cabra también señala que este hábito conlleva una peligrosa insensibilización: “Poco a poco, la estimulación convencional deja de ser suficiente y empiezan a buscar contenidos más explícitos y extremos. La pornografía, además, refuerza la cosificación de las personas, especialmente de las mujeres, que son presentadas como meros objetos sexuales cuya única función es proporcionar placer. Esto no solo afecta la manera en que los adolescentes perciben las relaciones, sino que también impacta su autoestima y su desarrollo emocional”. En la comparativa realizada en Google Trends, los términos más buscados son “rough sex” (sexo duro), seguido de “rape porn” (porno sobre violaciones) y “hardcore sex”.

Las webs de pornografía reciben millones de visitas al día
“El acceso a mucha información sexual desde muy jóvenes, cuando todavía no hay maduración sexual en su desarrollo biológico, les puede llevar a confusión y a no saber qué quieren, o lo que significa lo que están viendo, así como a tener ideas irreales de las relaciones sexuales. Eso puede condicionar y hacer difícil la satisfacción sexual en encuentros reales, y generar inseguridad al valorar sus cuerpos, o sus relaciones sexuales”, añade la psicóloga Macarena Chías. En la problemática de la pornografía coinciden todos los psicólogos consultados por Artículo14, y coinciden los estudios: nuestros jóvenes se “forman” en educación sexual a través de la pornografía, y esto está distorsionando su visión de las relaciones. No solo establece expectativas irreales, sino que también refuerza estereotipos de género y dinámicas de poder desequilibradas.
Unicef ha advertido en reiteradas ocasiones sobre los efectos negativos de esta exposición temprana. Según su informe global de 2023, el acceso descontrolado al contenido pornográfico está contribuyendo al aumento de la violencia sexual entre jóvenes y a una percepción distorsionada del consentimiento. “Es importante explicarles a los jóvenes que el porno no es la sexualidad normal y sana, no hay respeto ni comunicación entre las personas, puede incluso haber agresión, dominación y maltrato, llegando a normalizar esa manera de relacionares sexualmente y no valorar la falta la conexión emocional”, añade Chías.
Adicciones, digitales y más allá: un círculo vicioso
Por otro lado, los adolescentes tienen mayor riesgo de desarrollar adicciones, especialmente en lo que respecta al mencionado uso de pantallas. Redes sociales, apuestas online y videojuegos pueden generar dependencia, además del acceso a la pornografía —frecuentemente de contenido violento o sexista—. Además, la multitarea digital está afectando la capacidad de atención y concentración de los adolescentes, y las tendencias exhibicionistas en redes han provocado una pérdida progresiva del concepto de intimidad, que tiene como consecuencia el bullying (que termina siendo clave en las dinámicas escolares, algo que también se muestra en la serie Adolescence). “La privación del sueño que les produce la adicción a las pantallas aumenta la irritabilidad y el estrés, disminuyendo su capacidad de concentración, por lo que empeoran académicamente. Además, se van desensibilizando ante ciertos contenidos, no saben ponerlos en contexto, los normalizan. Todo ello ha provocado un aumento en el ciberacoso”, apunta Eva Cabra.
La omnipresencia de dispositivos electrónicos ha llevado a una dependencia significativa de las pantallas entre los jóvenes. Un estudio publicado en Frontiers in Digital Health revela que el uso constante de redes sociales puede resultar en estrés digital para los adolescentes, generando sentimientos de tristeza y frustración cuando sus amigos no están disponibles, lo cual provoca conflictos y malentendidos.

El uso exacerbado de los móviles, la hiperconexión y el acceso a las redes sociales y a la pornografía quedan reflejados en la serie ‘Adolescencia’, de Netflix
El consumo temprano de alcohol y drogas también es una preocupación creciente. Sustancias como el cannabis, cuyo acceso es cada vez más fácil, pueden desencadenar déficits de atención y problemas de memoria, lo que se asocia con el fracaso escolar. En algunos casos, su consumo prolongado en edades tempranas puede ser un factor de riesgo para el desarrollo de trastornos psicóticos. En este sentido, Javier Urra es tajante: “Los riesgos de los adolescentes son las sectas, la pornografía, los problemas sociales, pero también las adicciones, tanto al juego (hay un repunte de la ludopatía) como a las drogas. Y no es verdad que las pantallas sean tan malas como las drogas. La droga te daña el cerebro, te quita la voluntad y la libertad. Te cambia la forma cerebral”, asevera.
A esta realidad se suma la soledad no deseada, un fenómeno que afecta a jóvenes de ambos sexos. Según el último barómetro de la Fundación ONCE (2024), el 34,6% de los jóvenes entre 18 y 24 años en España afirma sentirse solo. La falta de conexión emocional con su entorno lleva a muchos adolescentes a refugiarse en el mundo digital, donde pueden multiplicar sus contactos, pero no necesariamente sus vínculos afectivos. La baja autoestima, el acoso escolar, las dificultades para relacionarse o la sensación de no encajar en los estándares de belleza y éxito social pueden ser algunos de los motivos que profundizan esta sensación de aislamiento.
La salud mental, en crisis
La ansiedad y la depresión entre adolescentes han aumentado en las últimas dos décadas de manera alarmante. Datos de la OMS muestran que la depresión es la cuarta causa de discapacidad en jóvenes de 15 a 19 años. El suicidio se ha convertido en una de las principales causas de muerte en este grupo etario, además de las constantes autolesiones, que cuentan con sus propios protocolos de intervención y actuación en los centros escolares. Según la Organización Mundial de la Salud, uno de cada siete jóvenes de entre 10 y 19 años padece algún tipo de trastorno mental, representando el 15% de la carga mundial de morbimortalidad. Es decir: la depresión, la ansiedad y los trastornos del comportamiento se encuentran entre las principales causas de enfermedad y discapacidad en los adolescentes.
Además, cuatro de cada diez adolescentes españoles han tenido un problema de salud mental en el último año. El Barómetro realizado por Unicef subraya que hasta un 60% de los jóvenes oculta sus problemas mentales por miedo o no saber cómo pedir ayuda. “Lo que viene a consulta, y cada vez más, son jóvenes con estadios de ansiedad y de estrés, debido tanto a expectativas sociales como académicas y familiares, y muchos de ellos derivan en depresión”, explica Eva Cabra. La pandemia de COVID-19 agravó esta situación. Según un estudio de la Universidad de Harvard, los niveles de ansiedad en adolescentes aumentaron un 30% durante el confinamiento. La falta de interacción social, sumada a la exposición excesiva a pantallas, generó un impacto prolongado en la salud mental de esta generación.

Fotograma de una escena de la miniserie británica ‘Adolescencia’
El reto está en la educación, en el acompañamiento y en la escucha. Aunque como se ve en la serie Adolescencia no siempre es fácil, no siempre es posible, e incluso cuando todo se ha hecho bien… ¿qué garantiza que el camino no se tuerza? “Para contrarrestar estas actitudes, es fundamental brindar apoyo emocional a los adolescentes, ayudarlos a gestionar el uso de las redes sociales y la tecnología, y establecer un equilibrio saludable en el tiempo que pasan frente a las pantallas. Es crucial fomentar actividades que promuevan la socialización, el contacto con otras personas y la interacción en entornos reales, preferiblemente al aire libre y de manera activa. Además, la educación juega un papel clave: los jóvenes deben conocer las consecuencias de sus acciones en el mundo digital y real, y esa formación debe extenderse también a los padres, profesores y a todos los profesionales que trabajan con menores”, concluye Eva Cabra.
La comunicación abierta es otro pilar esencial; los adultos deben aprender a escuchar y respetar las inquietudes de los adolescentes, “aunque a veces nos resulte difícil o incómodo. Lo más importante es que los adolescentes sientan que tienen a alguien a quien recurrir cuando lo necesiten. Y, por supuesto, si observamos signos de alerta, no debemos dudar en buscar ayuda profesional”. La generación actual ha crecido con internet y redes sociales como parte de su vida cotidiana. Negar esta realidad es contraproducente. Sin embargo, brindar herramientas para que puedan gestionar los riesgos es una tarea urgente para padres, educadores y la sociedad en general. Adolescencia ha puesto sobre la mesa estos desafíos. Ahora, la pregunta es: ¿estamos preparados para afrontarlos?