Cien días después en Paiporta la crisis de salud mental se hace evidente

Las historias de dos vecinas de Paiporta y sus familias reflejan las secuelas de la dana

Una familia y vecinos cenan en Nochevieja en una casa afectada por la dana en Paiporta Efe

Raquel y Mónica son dos vecinas de Paiporta cuya vida se detuvo por completo un 29 de octubre y sigue paralizada. Raquel vive con sus padres en un edificio a dos calles del desbordamiento y tiene un bajo que se inundó. Mónica vive en una casa con su marido y sus dos hijos, de 5 y 10 años, a la que el agua destrozó la planta baja y el garaje. Ambas afirman que cerrarían los ojos y volverían sin dudar al 28 de octubre, antes de que su día a día diera un vuelco. De momento, siguen a la espera para salir de la burbuja de polvo en la que se encuentra su municipio, y de las ayudas que necesitan para retomar su vida.

El relato de estas dos familias demuestra que no existe una nueva normalidad, ni vida normal en la zona 0. Las valencianas trasladan el sentimiento generalizado de desesperación e incertidumbre. Esta situación se está convirtiendo en una crisis de salud mental que ya advirtieron los expertos.

Recuerdos que quitan el sueño

Después de 100 días Raquel intenta reconstruir sus recuerdos de los primeros días de la dana, pero advierte que tiene “lagunas” debido al estrés y la ansiedad sufrida. Esto le sucede también a Mónica. La primera se encontraba de baja por salud mental cuando todo sucedió y fue un “gran golpe”, asegura haber sufrido multitud de ataques de ansiedad durante estos meses. A la segunda le tuvieron que dar la baja por salud mental a causa de la tragedia.

La noche señalada ambas se encontraban en sus casas con sus respectivas familias. El padre de Raquel bajó a ver “de dónde salía el agua ya que no llovía” y perdieron todo contacto con él, “se perdieron las conexiones hasta las 2 de la madrugada, cuando consiguió llegar a casa”. “Cuando a las 20 horas sonaron las alarmas, el agua ya tapaba las plantas bajas y veías venir ríos de agua súper rápido”, recuerda. En esos momentos, al otro lado del pueblo, Mónica luchaba con su marido para evitar en vano tapar la puerta principal y que no entrara el agua. “Encerramos en una habitación de la planta superior a los dos niños, al perro y al gato y nos pusimos a amontonar colchones en la puerta, que al final se llevó el agua”, narra la contable. Permanecieron encerrados hasta el día 31 mientras el matrimonio vaciaba el garaje, que se vio “completamente inundado”, y la primera planta, a donde “llegaba el barro por las rodillas”.

Palas

Cepillos y palas con barro en la localidad de Paiporta, Valencia, durante los trabajos de desescombro

Mónica recuerda con dolor cuando su hermana se llevó a sus hijos “a vivir mes y medio con su suegra porque allí no podían estar”. “Estuvimos 20 días sin comer caliente, en modo supervivencia, sacando barro casi sin parar a alimentarnos, beber o ir al servicio”, cuenta. De todo ese esfuerzo sobrehumano ahora le quedan las secuelas psicológicas pertinentes de un cuadro de estrés postraumático, diagnóstico que le detectó su médico.

La salud mental, la mayor herida tres meses después

La ministra de Sanidad, Mónica García, alertó en diciembre que los problemas mentales empezarían a aflorar “de tres a seis meses después de la catástrofe”, después del estado de shock. Así, la ministra anunció un programa de salud mental para las personas afectadas por la dana. No obstante, Mónica comparte que su único psicólogo ha sido un voluntario que le llama cada jueves desde hace dos meses, cuando el médico decidió que debía recibir ayuda profesional.

La afectada por la dana expresa su decepción con la sanidad pública tras haber recibido la primera cita con un profesional para el 4 de marzo. No obstante, señala que al ver la situación también recurrió a ayuda profesional para su hijo pequeño y a él le asignaron la cita para esta semana, en “solo 10 días”. Según su madre, el escolar de 5 años ha desarrollado múltiples secuelas psicológicas tras la catástrofe que incluyen “terrores nocturnos”, y otros episodios y síntomas que le impiden dormir y realizar muchas tareas que ya desempeñaba sin un adulto. “No quiere estar solo en una habitación, ni ir al baño, ni dormir”, manifiesta la madre del menor.

La pediatra activó el protocolo y, como otros muchos niños afectados, ha sido derivado a la Unidad de Salud Mental Infaltil (USMI). Allí realiza ejercicios que consisten en cinco sesiones en grupo con dos psicólogas en las que buscan evaluar en conjunto su estado y actuar para mejorar la salud de los niños. La vecina de Paiporta considera que esta evaluación debería ser individual, pero confía en el proceso y espera que ayude a su hijo.

Salir del pueblo fantasma

Ninguna de las dos valencianas ha podido volver al trabajo todavía, ambas aseguran que les encantaría pero no pueden. Muchas personas se han mudado a poblaciones como Paiporta en los últimos años por la tranquilidad y la rentabilidad, en comparación con la capital. El metro ofrecía una buena conexión para todos los trabajadores que acudían cada día a Valencia para completar su jornada laboral, sin embargo, el agua se llevó el puente por el que pasaba el servicio y todavía no han recuperado esta “rápida conexión” de la que antes disponían.

Un paraguas en el interior de una casa en Paiporta (Valencia) tras la DANA

Los habitantes de la zona 0 se han quedado atrapados o dependientes de vehículos -quien ha podido adquirirlos, ya que la mayoría se los llevó la riada- que no pueden “mover mucho porque el aparcamiento es escaso”. “Ya no hay ni garajes ni descampados donde aparcar, hasta ahora los coches estaban apilados por todas partes y si conseguías aparcar era un milagro”, reclama la vecina, y añade: “Quiero volver a trabajar, necesito salir de aquí, pero no sé cómo”.

Mónica explica la situación actual tras más de tres meses: “Paiporta parece un pueblo fantasma, mucha gente se ha tenido que ir porque se ha quedado sin casa, los negocios locales no pueden reabrir y las casas están tapiadas y/o destruidas como si hubiera pasado una guerra”. Por su parte, Raquel expresa la tristeza que siente por el que es su pueblo, que considera el “mejor del mundo” y ahora está en ruinas.

La lenta reconstrucción se ceba con la infancia

La familia de Paiporta se encuentra reconstruyendo su hogar, ya que perdieron “media casa, paredes, muebles, electrodomésticos y otros enseres que, de momento, asciende a una reforma de más de 30.000€”. Mónica recalca que esa cantidad ha salido de sus ahorros porque, asegura, no ha recibido ninguna ayuda además de la del coche por el Consorcio. De hecho, Raquel apunta no haber recibido ni esa: “No han pagado, estoy desesperada. Ya no sé a quién llamar y lo que hemos perdido en el bajo no nos lo van a devolver porque no es considerado primera vivienda”. La paiportina cuenta que en el bajo estaban todos los muebles nuevos de su hermana porque se encontraba en plena mudanza y ahora “no le queda nada”.

Varios coches, que fueron arrastrados por el agua tras el paso de la dana, almacenados en un descampado en Paiporta.

Ambas destacan que lo más difícil ahora es recuperar la rutina con todo cerrado: “No hay negocios locales casi, ni campos de fútbol, ni gimnasios, ni polideportivo”, manifiestan. “Mis hijos tienen el colegio delante de casa y no pueden ir porque ha sido declarado en ruina”, lamenta Mónica y añade: “No tuvieron clase hasta el 8 de diciembre, cuando empezaron a ir a Valencia”. El estudiantado del CEIP L’Horta ha sido trasladado a clases improvisadas en aulas vacías, “e incluso almacenes”, de colegios públicos de la capital a los que cada día viajan en autobús con sus profesores para impartir clase. Esta situación se ha criticado en múltiples ocasiones ya que pierden las horas de estudio que pasan yendo y volviendo en el autobús.

Raquel sentencia: “Esto vida normal no es. No lo normalizamos. No se puede hacer vida así. Yo he tirado adelante porque, o me espabilaba yo, o nos hundíamos los tres”. Afirma que sí ha aprendido cosas, como que las ayudas han de ser directas y a saber “con quién se puede contar”. Mónica insiste: “No hay vida normal, está todo destruido. La gente se está dando prisa porque hay que vivir, pero es imposible”. La vecina solicita que lleguen las ayudas y que los niños puedan recuperar la normalidad.

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