Moda

¿Se nos han ido de las manos los ‘charms’?

Estos elementos decorativos sirven para subrayar la personalidad del que los lleva o para elevar un bolso al espectro de la alta gama pero… ¿cuándo hay que decir “basta”? ¿En qué momento hemos hecho de nuestros accesorios cascabeles?

“Siempre he pensado que es más divertido poner cosas que adornen el bolso, porque si llevas flecos o elementos metálicos, no sólo se mueven a tu ritmo, sino que hacen un sonido divertido”. Estas palabras son de Jane Birkin, que en una entrevista concedida a CBS Sunday Morning explicó su afición por adornar su mítico bolso Birkin, de Hermès, con todo tipo de charms. Tan conocida es su fórmula que en Tik Tok hay infinidad de vídeos que se amparan bajo el paraguas “Cómo birkinizar tu bolso” y que explican diferentes formas de sumar charms a los bolsos. Lo sé: yo tampoco comprendo qué necesidad hay de dar instrucciones sobre algo tan sencillo, pero en las redes hay respuestas para todo, por lo que supongo que de forma previa, alguien habrá planteado alguna pregunta al respecto…

La metonimia de consumo

Este amor por el horror vacui decorativo ha llegado a las pasarelas, con firmas como Miu Miu y Fendi como ejemplos del arte de hacer de los accesorios aliados bien charming (encantadores). Hasta los juegos de palabras funcionan mejor en inglés, eso tengo que admitirlo.

Lo maravilloso de este sistema de ornamentación tan pop como estiloso es que es perfecto para rebajar la distancia existente entre quienes pueden permitirse bolsos de alta gama y quienes no, pues funcionan del mismo modo que las fundas de móvil de las grandes marcas hace años: como aliados de consumo metonímico, con los que comprando accesorios que tienen un precio mucho más asequible que los bolsos y zapatos, se puede disfrutar del allure de estar llevando algo de marca. Por eso, firmas como Anya Hindmarch, que desde 95 euros ofrece charms tan divertidos como los que emulan las tabletas de Neurofen, hasta Fendi, que permite comprar un adorno del mítico bolso Peekaboo de piel (aunque cuesta 450 euros, es un precio mucho más asequible que el del bolso al que rinde tributo, que parte de los 3.000 euros), las marcas saben que ofrecer estos diseños es una inteligente manera de funcionar como puerta de entrada para futuribles compradores que en el momento en el que puedan permitirse invertir en un bolso de marca, optarán por la firma que contaba con caramelos con los que atraerlos.

Esta moda viene a ser una prueba más de algo que tenemos bien claro: el universo de las tendencias funciona a volantazos, por lo que de una temporada a otra, todo puede haberse transformado de forma realmente pasmosa. Relacionada con la estética dopamínica que vino a terminar con el Clean Girl y con el lujo silencioso, tan discreto como aburrido, ahora asistimos al triunfo del maximalismo y del exceso.

La fórmula del amor-odio

De esta forma, estos divertidos adornos funcionan para imponer personalidad en los bolsos y diferenciarse de los demás en un mundo que en ocasiones, parece abogar por la uniformidad. En la vertiente más maximalista de esta tendencia encontramos a Coach, que pone en marcha una fórmula de metabolsos en las que los diseños maxi llevan modelos más pequeños como charms e incluso tazas que rezan I love NY. No puedo evitar preguntarme qué pasa cuando alguien pone en el control de seguridad del aeropuerto uno de estos diseños… Mientras tanto, Balenciaga es otra de las marcas que ha decidido llegar hasta los extremos con bolsos que incluyen charms que son sellos y llaveros, detalles que hacen que los accesorios estén destinados a acaparar todas las miradas.

Ya sabemos que ahora las pasarelas necesitan ser aplaudidas, o abucheadas, por las redes para tener sus minutos de fama, y por ello muchas marcas prefieren idear propuestas en las que se busca más la viralidad que las alabanzas, pues paradójicamente, en muchas ocasiones son las ideas más ridiculizadas las que se terminan por adoptar, pues al parecer, apostar por las tendencias más ridículas funciona para muchos como una especie de mensaje de superioridad fashionista.

“If you know, you know” es la frase que acompaña a la imagen de quien se atreve con la última locura de la moda, que al final, es deseada por todos. Pero los charms no quedan relegados a los bolsos, sino que también se han hecho ya con las Crocs, el calzado que genera más amores y odios del mercado. Ahora es posible personalizar los zuecos con los Jibbitz, accesorios con los que mostrar estilo y personalidad.

Dentro del vaivén de tendencias WTF encontramos los Stanley, unos vasos de acero inoxidable y con infinidad de colores que se han convertido en elemento imprescindible en las redes de quienes marcan tendencia. El motivo por el que se ha convertido en un must have no es comprensible para nadie, pero en el instante en el que se ha erigido como el accesorio necesario para dejar claro que estás al día de lo que se lleva, los charms se han adentrado en su universo. Por eso se ha viralizado un vídeo en el que una internauta va añadiendo a su vaso todo tipo de accesorios, entre los que por supuesto no faltan los glosses de Rhode, la marca de Hailey Bieber, que ahora son empleados como charms por sus seguidoras, que saben que dejar a la vista estos labiales demuestra que están a la última. Tanto, que la propia Bieber ha lanzado una carcasa de móvil que incluye un espacio para llevar en ella su gloss, que se comporta así como una especie de adorno.

¿La conclusión? Los charms sirven ahora para diferenciarse de los demás o para formar parte de una comunidad. Porque un charm especial te puede hacer único, pero uno viral te puede hacer formar parte de una tribu… Y en momentos en los que la desconexión y la soledad sobrevuelan a tantas personas, son precisamente esos elementos que funcionan como armas virales los que a su vez se convierten en una especie de pegamento social.

Pero más allá de fantasías sociológicas, no nos olvidemos de lo comentado anteriormente: parte del éxito de estos micro accesorios es que son capaces de hacer que quien lleva un bolso de Zara se sienta high class por llevar el charm de una marca de alta gama. En definitiva, nos encontramos ante la enésima versión del “Fake it till you make it”… ¿No?

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