Tendemos a pensar que el vino de nuestro vecino siempre será mejor que el nuestro. Decimos vino por no ir directamente a la cuestión que nos atañe: el sexo. Y como no podemos mirar más que con el rabillo del ojo, retorcemos la realidad y nos imaginamos festines orgiásticos y explosión de fuegos artificiales en la puerta de al lado. ¿Y qué hay de lo nuestro? Antes de nada, calma. Puede que, al menos en cantidad, no sea tan diferente a la de esa pareja vecina tan aparentemente envidiable.
Esta misma semana, Diversual, una plataforma erótica, nos ofrecía algunos datos interesantes que extrae de su último estudio sobre hábitos sexuales de los españoles. Según nos dicen, las parejas que más alegrías se permiten son las gaditanas y, aun así, su promedio de encuentros no llega a diez por mes. Los palentinos, con fama de austeros, se conforman con seis. Y al calcular la media nacional, resulta que no llegamos a ocho por mes. Si es mucho o poco, cada uno lo juzgará según su satisfacción sexual.
¿Con qué frecuencia debería practicarse? Con la deseable. No existe más regla. El sexo trae a la vida en pareja placer y es una extraordinaria forma de comunicación y de afianzar una relación. Practicarlo mejora el estado de ánimo y aporta calma, además de momentos positivos. Cualquier profesional de la salud le dará, además, un enfoque terapéutico: ayuda a conciliar el sueño, amortigua el estrés, fortalece el sistema inmune, reduce la tensión arterial, promueve la salud cardiovascular y alivia el dolor. A nivel de pareja, fortalece el vínculo. Son efectos que se multiplican a medida que aumentan esos momentos de intimidad.
Pero la frecuencia la marca el deseo y ahí puede surgir el gran dilema de cómo conciliar los diferentes apetitos en pareja, algo que, de no resolverse adecuada, puede desestabilizar a la pareja. Cualquiera de las últimas encuestas, además de la mencionada, arroja un promedio de una o dos veces por semana para hablar de satisfacción sexual. Lo que también descubren es que el sexo en pareja decae con los años. Cuanto más longeva, menor es la frecuencia y, por tanto, el contento marital.
De todos modos, no hay nada más irritante al hablar de sexo que el agravio comparativo. No deberíamos pasar por alto que los promedios que presentan los sondeos están condicionados tanto por las parejas más fogosas, que disparan cualquier medición, como por aquellas que han dejado de practicar. Una de cuatro a partir de los 50 años ha abandonado el sexo. Ahí se incluyen matrimonios de avanzada edad que en su día entendieron que, una vez cumplida su función biológica de reproducción, el sexo pasaba a un plano casi irrelevante.
Están también esas otras personas que viven su erótica conyugal sin apenas genitalidad, pero capaces de mantener viva la llama prodigándose en besos, abrazos y otro tipo de cariño, imprescindible para que persista el vínculo emocional. Sus formas de interacción en pareja son más sutiles, no orbitan alrededor del coito. Tal vez ni siquiera necesitan el orgasmo para considerarse plenamente satisfactorias.
¿Sería saludable practicar a diario? Charla Muller, autora de 365 noches: una memoria de la intimidad, recogió su propio experimento consistente en mantener relaciones sexuales a diario con su marido durante un año. Aunque en líneas generales el resultado fue positivo -más felicidad, menos enfado y menos ansiedad-, admite que hubo días en los que la calidad del encuentro no pasó de la mediocridad. ¿Por qué desear entonces ese tipo de grandeza?
La misma curiosidad llevó a investigadores de la Universidad Carnegie Mellon (Pensilvania) a probar si la frecuencia contribuía a la felicidad matrimonial. Después de pedir a la mitad de sus voluntarios que duplicasen el número de relaciones semanales, el resultado fue bastante demoledor. Los que recibieron tal instrucción declararon que en el intento habían perdido entusiasmo y espontaneidad. Como consecuencia, se sentían un poco menos felices.
La pregunta, por tanto, no debería ser cuántas veces, sino si esas veces (muchas, pocas o ninguna) son suficientes para los dos. Y para eso, nada mejor que cerrar la ventana al aire viciado de la fanfarronería o los méritos ajenos.