El cloro de la piscina es un elemento químico esencial en el mantenimiento de la higiene en piscinas. Su función principal es eliminar bacterias, virus y otros microorganismos que pueden proliferar en el agua, asegurando que el ambiente sea seguro para los nadadores. Sin embargo, el uso del cloro en piscinas no está exento de controversias. Si bien es indiscutible que su aplicación es necesaria para mantener la seguridad sanitaria, también existen preocupaciones sobre los posibles efectos negativos que puede tener sobre la salud.
El papel del cloro en la desinfección del agua
El cloro se utiliza en piscinas desde principios del siglo XX, cuando se descubrió su eficacia para controlar los patógenos en el agua. Al añadirse al agua de la piscina, el cloro se disuelve y forma ácido hipocloroso y iones hipoclorito, compuestos que tienen una potente acción desinfectante. Estos compuestos atacan las paredes celulares de bacterias y virus, descomponiéndolos y eliminando así la amenaza de infecciones para los usuarios de la piscina.
El uso de cloro es ampliamente aceptado y recomendado por organizaciones de salud pública debido a su capacidad para mantener el agua limpia y reducir la propagación de enfermedades. No obstante, su aplicación debe ser controlada y monitoreada cuidadosamente, ya que concentraciones incorrectas pueden llevar a problemas de salud.
Efectos en la piel y los ojos
Uno de los efectos más comunes y notorios del cloro de la piscina es la irritación de la piel y los ojos. La exposición prolongada al agua clorada puede provocar sequedad y enrojecimiento en la piel, así como irritación ocular. Esto ocurre porque el cloro reacciona con los aceites naturales y las proteínas presentes en la piel y en los ojos, alterando su equilibrio natural.
En las piscinas, el cloro también puede combinarse con otras sustancias orgánicas presentes en el agua, como el sudor, la orina y las células muertas de la piel, formando compuestos conocidos como cloraminas. Las cloraminas son las principales responsables del olor característico de las piscinas cubiertas y son también un irritante para la piel y los ojos. Además, pueden ser más difíciles de eliminar del agua y requerir un tratamiento adicional.
Para minimizar estos efectos, es recomendable ducharse antes y después de nadar, utilizar gafas protectoras y aplicar lociones hidratantes tras la exposición al cloro. Además, los nadadores con piel sensible pueden considerar el uso de productos especiales que forman una barrera protectora sobre la piel, reduciendo así el contacto directo con el cloro.
Impacto en el sistema respiratorio
El cloro de la piscina también puede tener efectos adversos en el sistema respiratorio. Especialmente, en personas que nadan con frecuencia o en aquellas con afecciones preexistentes como el asma. La inhalación de los vapores de cloro, que se generan cuando el cloro reacciona con compuestos orgánicos en el agua, puede irritar las vías respiratorias y provocar síntomas como tos, sibilancias y dificultad para respirar.
Los nadadores en piscinas cubiertas están particularmente en riesgo, ya que los espacios cerrados pueden acumular concentraciones más altas de estos vapores. Los estudios han mostrado que la exposición repetida a estas sustancias puede exacerbar los síntomas de asma y, en algunos casos, incluso contribuir al desarrollo de la enfermedad en personas previamente sanas.
Para mitigar estos riesgos, es crucial que las piscinas estén bien ventiladas, sobre todo las cubiertas. Además, los responsables del mantenimiento deben asegurarse de que los niveles de cloro se mantengan dentro de los rangos recomendados, evitando tanto el exceso como la deficiencia de este químico.
Riesgo de formación de subproductos de desinfección
Uno de los temas más debatidos en la investigación sobre el cloro de la piscina es la formación de subproductos de desinfección (DBPs, por sus siglas en inglés). Cuando el cloro se combina con materia orgánica, como las células de la piel, el sudor y otros desechos, se pueden formar compuestos químicos como los trialometanos (THM) y los ácidos haloacéticos (HAA). Estos subproductos han sido objeto de preocupación debido a su potencial toxicidad.
Algunos estudios han sugerido que la exposición prolongada a estos compuestos podría estar relacionada con un mayor riesgo de desarrollar ciertos tipos de cáncer, como el cáncer de vejiga. Sin embargo, es importante destacar que la mayoría de estas investigaciones se han centrado en la ingesta de agua potable clorada, y la relación directa entre la exposición a DBPs en piscinas y el cáncer no está completamente establecida.
Aun así, la comunidad científica y los reguladores de salud pública están atentos a estos riesgos potenciales. Una medida preventiva es reducir la cantidad de materia orgánica en el agua de la piscina, lo que se puede lograr con una buena higiene de los usuarios y un mantenimiento adecuado del sistema de filtración.