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¿Y si fuera ella?

Pedro Sánchez, junto a su mujer, Begoña Gómez, durante un acto electoral de los socialistas en Benalmádena, este miércoles.

Pedro Sánchez, junto a su mujer, Begoña Gómez, durante un acto electoral de los socialistas en Benalmádena, este miércoles. EFE/ Jorge Zapata

Alejandro Sanz supo contarnos su historia en cinco minutos. Esa mujer que aún no conoce, pero sabe que existe. Se podría decir lo mismo de la mujer del presidente de Gobierno de España, Begoña Gómez; esa mujer que sabíamos que existía, pero que hasta hace nada era desconocida para la mayoría.

Sí, hubiera sido mejor ganar celebridad por otro tipo de titulares; pero la realidad es que no siempre las olas nos favorecen.

Lo expuesto hasta ahora en el Caso Begoña Gómez nos deja un par hechos constatables: por un lado, el amor del Pedro Sánchez por su mujer, constatado en dos testimonios epistolares; y por otro, que nuestra democracia carece de un sistema de incompatibilidades para la pareja del jefe de Gobierno. La ética política no forma parte del sistema institucional.

Miriam González, esposa del ex viceprimer ministro británico Nick Clegg, ha manifestado en numerosas ocasiones que España necesita una “oficina ética independiente” que pueda resolver estos conflictos. Un organismo que vele por asuntos tan nítidos como el límite de las incompatibilidades y las competencias. Confesó también que si ella hubiera hecho lo que se sabe ya que hizo Begoña Gómez, “me habrían quemado en Trafalgar Square”.

Lo que sabemos

Más allá del trabajo de la justicia para determinar su inocencia o culpabilidad, podemos comentar los hechos contrastables alrededor de la mujer del presidente de Gobierno:

  • Se le ha creado una cátedra en la Universidad Complutense ad hoc, adjudicada sin que tuviese que acreditar méritos ni titulación necesaria.
  • En esa cátedra se asoció con empresas privadas que, luego, se beneficiaron de decisiones tomadas por el Gobierno de España.
  • Intermedió y tuvo tratos comerciales con empresas como Globalia, o con personas como Víctor de Aldama.
  • Consiguió a través de empresas financiación para su cátedra un software que acabó registrando a su propio nombre.
  • Redactó cartas de recomendación a empresas concretas que luego obtuvieron la gracia del gobierno.
  • Está investigada desde antes la primera carta de Pedro Sánchez, y ambos lo sabían.

En un juzgado se decidirá si alguno de estos hechos tiene origen o fin delictivo. Mientras tanto, sí que podemos valorar estos hechos desde la ética. Y seguro que podemos coincidir en que no es muy higiénico, precisamente. Esta crisis también nos ha permitido ver una cara desconocida de Pedro Sánchez, hostil, que destila visceralidad.

En su segunda carta vemos a un presidente de Gobierno de España atacando directamente al Poder Judicial, borrando así cualquier rastro de imparcialidad y respeto institucional en el desarrollo de sus funciones.

El nivel dialéctico es tan bajo y se han rebasado ya tantos límites, que me resulta incluso impúdico que Pedro Sánchez se sienta agraviado después de todo el fango, los bulos y los señalamientos disparados desde que llegó a La Moncloa, contra cualquier adversario político.

La buena política parece haber quedado en el olvido en España. Todo lo que vemos, escuchamos y leemos cada día está en coordenadas muy lejanas de los principios fundacionales de nuestra democracia. Parece que volvemos a la casilla de salida, abogando por la separación de poderes como si resultara una utopía. Nuestros gobernantes podrían, por una vez, enfocarse en lo importante: entender la necesidad de establecer unos principios de incompatibilidad a las parejas de los primeros mandatarios. Eso no significa que deban dejar de trabajar, pero sí establecer nítidos límites éticos para evitar conflictos como los de Begoña Gómez.

Todos fuimos testigos de los ataques del presidente Sánchez y la ministra María Jesús Montero a la mujer del líder de la oposición, con mentiras y bulos totalmente contrastados (máquina del fango en modo ON); lo que nunca vimos fueron las disculpas mentir en sede parlamentaria. Cuando estableces la comunicación con un código tan agresivo, no puedes luego victimizarte si la respuesta tiene el mismo tono.

La situación que vive Begoña Gómez no es agradable ni para ella, ni para la ciudadanía, ni para la política; tampoco la sobre escenificación que estamos viendo cada día. Aprendamos a que hay mecanismos que deben implementarse para proteger nuestras instituciones.

Alejandro Sanz reflexionaba sobre esa persona que vemos cada día y que no le prestamos atención pero que cuando no la vemos, pensamos: ¿Y si fuera ella?

No dejemos que nos pase lo mismo con nuestra democracia. No la ignoremos por el mero de hecho de tenerla, porque cuando no esté, la pregunta no nos servirá de nada.

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