En el otoño de 2017, Pedro Sánchez tuvo que subirse a un Peugeot y recorrer España para domesticar a un PSOE que casi le había devorado. Siete años después, el presidente del Gobierno y a la sazón secretario general de los socialistas sofoca cualquier conato de disidencia y doma a la antaño bestia casi sin bajarse del coche oficial. Así ha sido de nuevo esta vez.
Se supone que el líder del Ejecutivo llegaba a la rentré política en una situación delicada; con su entorno empantanado en los tribunales y sus barones de uñas a cuenta de los dineros autonómicos. Los líderes regionales del PSOE llevan 40 días pidiendo explicaciones porque el humo de la fumata blanca entre el PSC y Esquerra les huele a chamusquina. No son pocos los que han alertado de un incendio nacional a cuenta del pacto que ha permitido a Salvador Illa lucir galones de president de la Generalitat. Todas esas llamadas de socorro a los bomberos se han apagado cuando han tenido a Pedro Sánchez delante.
Es cierto que el Comité Federal que se ha vivido este fin de semana en Ferraz ha sido el más movido y debatido (dos docenas de intervenciones) desde aquellos locos años del Peugeot, pero también es cierto que no ha tenido nada que ver con el Club de la Lucha que algunos vaticinaban. Sánchez dio la estocada con el adelanto del Congreso del partido y la fiebre rebelde que amenazaba con inflamar al PSOE se quedó en febrícula.
Page, que todavía puede presumir del confort de su mayoría absoluta y un Lambán de vuelta de todo, han sido los únicos que se han atrevido a tratar de estropearle el sábado al presidente. En su discurso, Sánchez no ha hecho referencia al disgusto interno y escuchando las intervenciones de sus barones puede parecer que ese disgusto no existe. Algunos como el secretario general de Castilla y León o el de Extremadura han dejado patente que el acuerdo de financiación singular para Cataluña les pone en un brete, pero no han ido mucho más allá.
Por su parte el jefe de los socialistas ha evitado dar detalles, pero ha insistido en que habrá más dinero para todos, ha pedido lealtad y ha vuelto a dejar claro que buena parte de las opciones del PSOE para lograr éxitos en las elecciones autonómicas pasan por exprimir y lucir la acción del Gobierno central. Sánchez reclama a los suyos que se fijen en lo positivo. Visto lo visto y escuchado lo escuchado, los más optimistas de los barones salieron de Ferraz confiando en que al menos pueda haber debate sobre el tema de la financiación en el Congreso del partido previsto para finales de noviembre. Hay algunos incluso como Juan Lobato (secretario general de los socialistas madrileños) que fantasean con una posición consensuada. Entre los realistas se asume que “será lo que quiera Pedro, porque ahora el PSOE empieza y acaba en él”.
El presidente ha dejado claro esta semana que su momento de flaqueza y dudas está más que superado. En su enésimo golpe de timón aprovechó para amedrentar a los críticos convocando el congreso que habrá de reentronizarle y renovó el Gabinete metiendo a un fiel en el BdE y aprovechando para introducir en el Gobierno a uno de sus principales pretorianos. Óscar López dejó claro a su entrada al Comité Federal su total devoción al líder diciendo que pasara lo que pasara dentro, “Sánchez no iba a salir cuestionado”. No erró en su vaticinio el nuevo ministro para la Transformación Digital.
El presidente se sacudió de un guantazo el zumbido de estas últimas semanas e intenta volver a olvidarse del partido cuanto antes para volver a lo que le gusta: soñar en grande. Pedro Sánchez y su equipo evocan con nostalgia la pasada legislatura, que comparada con la actual parece ahora plácida. En los próximos meses se tratará de recuperar la iniciativa reforzando la agenda internacional del presidente que tan buenos réditos dio en anteriores temporadas. Se mantendrá mientras sea posible la ilusión de los presupuestos, pero se tiene más que asumido que tocará gobernar con cuentas viejas. Se tratarán de evitar nuevos varapalos parlamentarios y solo se asomarán las medidas al Congreso cuando haya apoyos claros que permitan llegar a acuerdos. Y sobre todo, se confiará en que la economía siga arrojando cifras que permitan mantener la ilusión de que la alfombra gubernamental sigue volando.