Como esa jugada perfecta que, si no se malogra, al menos se afea en el último chut. El Gobierno y el PSOE estaban firmando la semana de la legislatura. A pesar del marcaje feroz del PP habían logrado regatear todas las zancadillas y colocar a Teresa Ribera a la vera de Ursula Von der Leyen. A pesar de lo intrincado de la arquitectura parlamentaria actual habían conseguido poner a rivales irreconciliables de acuerdo para votar todos a una la reforma fiscal. Lo lógico es que el jueves hubiéramos visto a un Pedro Sánchez y a una María Jesús Montero triunfantes, presumiendo del vigor del Ejecutivo y de su pericia negociadora. Lo normal es que, al otro lado del Hemiciclo, en la sillería del PP hubiera cundido el bajón, pero ni una cosa ni la otra.
El presidente no pudo disfrutar del tsunami de aplausos que se siempre se desata entre los propios en el Congreso cuando se desbloquea una pantalla política especialmente enrevesada. Tanto él como su vicepresidenta primera tuvieron que salir al muro de la prensa para desplegar la receta antiAldama; es decir ridiculizar al presunto corruptor, desacreditar su confesión y negar todas las acusaciones. También lo hicieron Bolaños, Patxi López o Santos Cerdán.
Días después de la implosión Aldama el PSOE sigue tentándose las vestiduras y se siente ileso. “No se pueden presentar pruebas de algo que no ha pasado, de algo que no es verdad”, defiende en conversación informal uno de los mencionados por el arrepentido en su confesión ante el juez Ismael Moreno. “No sé qué credibilidad se le pueda dar a un señor que aparece con las manos en los bolsillos en los juzgados, sin tan siquiera una carpeta de documentos y empieza a hablar”, se preguntan en Moncloa. Para el equipo más cercano de Sánchez la estrategia de Aldama se basa en “la mentira más absoluta”. En ese núcleo son tajantes: “Este señor jamás ha tenido relación con el presidente del Gobierno, no hay nada, ni un whatsapp, estamos absolutamente tranquilos”. Para mostrar fortaleza además ya se ha dado el primer paso para querellarse.
Fuentes gubernamentales dicen creer que el que acaba la semana completamente debilitado es Alberto Núñez Feijóo porque “se ha convertido en portavoz de un delincuente confeso y tiene cada vez más cuestionamiento interno”.
Acelerón con los Presupuestos
La mácula de la presunta corrupción no desanima a Moncloa y Ferraz que tras la votación fiscal del jueves se sienten en la rampa de despegue presupuestaria. “He visto muy bien al presidente Sánchez, creo que lo conozco y he visto Gobierno para rato”, dijo el president Salvador Illa tras reunirse con él este viernes.
A pesar de que el jefe del Ejecutivo rebose ahora de las fuerzas que le faltaron en mayo varias voces alertan: “Toca quitarse la americana, la corbata y remangar la camisa porque la negociación va a ser muy dura”. Las fuentes consultadas reconocen que las conversaciones serán complejas, pero recuerdan que la fragmentación es una realidad en todos los parlamentos europeos; “es la nueva normalidad y si no eres capaz de llegar a acuerdos, te quedarás en la esquinita”.
Quedan pasos que dar como la senda de déficit antes de meterse en el barro de las cuentas. En el Gobierno están pendientes del congreso de Esquerra y desean que la dirección quede en manos de una candidatura que siga optando por la opción posibilista, por llegar a acuerdos con Madrid. Los que saben del asunto en Ferraz no se atreven a dar vaticinios: “No sé qué saldrá de ahí, Junqueras ha recogido más avales, pero avalar no es votar; que se lo recuerden a Susana Díaz”, malician.
“No vamos a adelantar pantallas, esta semana hubo un acuerdo fiscal que es bueno para el conjunto del país y hemos colocado a Ribera donde queríamos y le interesa a España”. En Moncloa quieren paladear ambos éxitos y no quieren dejar que las amenazas de Aldama les amarguen el caramelo antes de que las negociaciones por venir lo deshagan y toque volver a empezar.