Sánchez es ese Pedro

La dualidad de Pedro Sánchez ha conseguido vender virtud donde solo había oportunismo, audacia donde siempre ha estado la ambición, urgencia cuando lo más urgente para él siempre ha sido él, su status y su supervivencia

Pedro Sánchez en una foto de archivo con su Peugot antiguo

Conviene recordar quién es Pedro Sánchez, advertir que no se puede desligar su persona del ayer, aunque él trabaje con determinación por el olvido, la desmemoria y la amnesia. Ese, sin duda, es uno de sus mayores hitos; el zarandear la memoria hasta convertirla en un lejano recuerdo, en una maraña inexacta y deslavazada de acciones, en un camino de huellas borradas sobre la tierra de la purita necesidad. Ha conseguido vender virtud donde solo había oportunismo, audacia donde siempre ha estado la ambición, urgencia cuando lo más urgente para él siempre ha sido él, su status y su supervivencia. Es un pirómano luciendo un extintor, un socorrista empujando a la gente por la espalda al filo de una piscina vacía, un pirata con outfit de guardacostas.

Es necesario no olvidar que ese Sánchez presidente que hoy desayuna en La Moncloa y quiere personificar la dignidad en su figura es la misma persona que ese Pedro tramposo de la urna tras la mampara, ese candidato irresponsable que cuando España aún se resistía a desquiciarse por el comportamiento de sus servidores públicos llamó en un cara a cara indecente a Mariano Rajoy. Ahí se abrió la veda. Recuerdo con ternura y esperanza aquel día en el que la sociedad se echó las manos a la cabeza ante su desbarre, vestigios de una población que se negaba a que los políticos actuaran como parroquianos de tabernas trasnochadas.

Sánchez es ese Pedro que llegó a donde nadie creía que llegaría, ni los siervos que hoy le jalean, a lomos de una moción de censura que se parió en la cabeza de un visionario que acabó despeñado por aquel barranco por el que prometió que se tiraría voluntariamente. Sánchez es ese Pedro que al arribar a la Moncloa se vanaglorió de cambiar el colchón, es ese personaje que no podría dormir si gobernara con Podemos y que acabó roncando a pierna suelta con Podemos, los independentistas y el sursuncorda. También Sánchez es ese Pedro del 155, el que traería a Puigdemont de la oreja y hoy deja que éste le pellizque los mofletes. Sánchez es ese Pedro que empezaba recibiendo el barco del Aquarius y que permitió la tragedia de la masacre de Nador y la tragedia de la valla de Melilla en 2022. El mismo que hoy da lecciones de humanidad y que, en vez de aceptar que su ‘somos más’ es una patraña alojada en la posverdad más chapucera, se dedica a manosear la vida de chavales migrantes en peligro para tratar de colocar al PP en una situación incómoda. Prefiere tratar de revivir su adulterado relato de que el principal partido de la oposición es un demonio con tres cabezas antes de sentarse a negociar una ley de Extranjería conjunta.

Sánchez es ese Pedro que se ocupó de dejar claro que lo único irremplazable era su persona, el que aquel julio de hace siglos se pasó a cuchillo a todos los cargos que la gente decía que eran intocables. Sánchez es ese Pedro de la Fiscalía de quien depende, el que ha hecho de un partido como el PSOE una escuadra de aduladores y groupies con la única salvedad de García Page, al que sus perros de presa mandaron al ‘extrarradio del partido’. Sánchez es ese Pedro que cuando le vienen mal dadas es capaz de crear de la nada una crisis diplomática con Argentina, con el mismo deshago con el que cambió la postura histórica respecto al Sahara. Sánchez es ese Pedro, lo cortés no quita lo valiente, que tras reconocer que lo habían vapuleado en las elecciones autonómicas del 28 de mayo convocó elecciones generales haciéndolas coincidir con el verano. Sí, Sánchez solo piensa en él, en su hoja de ruta, es el hombre que conjuga a la perfección la táctica y la estrategia, y las baraja, hasta que nadie sabe cuál es cuál, si está improvisando o si sabe a dónde va. Porque Sánchez es ese Pedro profundamente enamorado de la carta a la ciudadanía, el que sabía todo lo que venía, un manipulador emocional que en la misma misiva es capaz de dirigirse a esa parte de la sociedad a la que se ha ocupado de atrofiarle el espíritu crítico y a esa otra, sobre todo a los periodistas, a los que nos amenazó veladamente prometiendo que, llegado el caso, sería capaz de usar todos sus cañones propagandísticos con el fin de borrar la línea que separa los medios de comunicación de los pseudomedios, haciendo un tótum revolutum para amordazar a la prensa crítica si no cesaban de sacar información, que aún hoy sigue sin poder desmentir, sobre los negocios de su esposa.

Sánchez es ese Pedro al que no le tiembla el pulso al echar a los leones a Ábalos y que pretende no rendir cuentas de todo lo que conocemos del caso Koldo, suficiente para que hubiese dimitido. Sánchez es ese Pedro del muro y la fachosfera, de ese cajón de sastre en el que mete todo lo que no le gusta, le molesta o le da miedo. Sánchez es ese Pedro que cuelga sus cortinas de humo sobre Cuelgamuros, el hombre que manosea la necesaria memoria democrática sobre las cunetas y la guerra civil, pero que hace caso omiso cuando le recuerdan las atrocidades de esa banda terrorista y xenófoba que le daba plomo a todo hijo de vecino que no pasaba por el aro del terror. Es ese tipo que se vanagloria de darle la mano y gobernar junto a una señora que editaba una revista donde se publicaban loas a los gudaris asesinos. Sánchez es ese Pedro que hoy le empaña las gafas a Salvador Illa, el que trata de peones a todos los cuadros de un partido sumiso y entregado al narcisismo y la adoración de un líder. Remember aquella escena de la agonía en Ferraz, con María Jesús Montero and company sin saber qué iba a decidir su amo.

Sánchez es ese Pedro de las manos en los bolsillos delante del Rey, el que no tiene reparos en incluirlo en su paripé. Sánchez es ese Pedro que con cara compungida el día que el país conoce lo que él ya sabía; que su mujer estaba imputada, dice en el Congreso que confía en la Justicia de su país. La misma persona que luego pone en fila a todo el Gobierno, ministro de Justicia incluido, a exclamar que el juez ha iniciado una cacería contra el presidente del Gobierno. Sánchez es ese Pedro que quiere convertir el Caso Begoña en el Caso Peinado, sirviéndose de esa alquimia suya que convierte la verdad en mentira, lo probado en bulo, los hechos en conjeturas. Él mezcla, agita, señala, voltea, cambia el rumbo de la conversación. Aún no hay una querella contra el magistrado por prevaricación, aún no hay ni una sola explicación a una ciudadanía que se empeña en dividir para no tener que rendir cuentas sobre lo probado; por qué se firmaban cartas de recomendación desde la Moncloa, por qué su mujer desde que él es presidente del Gobierno ha visto mejorada de manera más que notable su carrera profesional, por qué dirige un máster sin ser titulada, por qué Aldama tenía un pase VIP para entrar y salir del ministerio de transportes, por qué estaba en el aeropuerto la noche que llegó Delcy, por qué le llovieron a Barrabés los millones después de aquellas reuniones.

Sánchez es ese Pedro que pone sobre la mesa palabrejas como la máquina del fango cuando el fango le llega al cuello, que habla de regeneración democrática cuando se pasa por el forro uno de los principios más elementales de la democracia: responder ante los ciudadanos. Sánchez es ese Pedro que carga sobre Vox, Ayuso y la ultraderecha todas sus miserias, jugando a un frontón infantil y fullero. Sánchez es ese Pedro que va de abanderado de la dignidad y el respeto a las instituciones y que en la sesión de investidura de Feijóo mandó a responderle a Óscar Puente.

Lo que pasa es que a su cada vez más complicada falta de originalidad hay que sumarle que ha topado con dos personalidades que no se arrugan ante su rodillo. Uno es el juez Peinado, que el martes tocará el timbre de La Moncloa. Y el otro es Carles Puigdemont, un monstruo que, como a Vox, él mismo se ha encargado de alimentar, y que está dispuesto a llevar a último término sus amenazas. Es su némesis, la misma ambición, los mismos escrúpulos. Sánchez es Pedro y Pedro es Sánchez, un político camaleónico, padre de la obscenidad, padrino de lo inédito, hijo de una época que está terminando, porque si hay algo claro es que la desvergüenza y el surrealismo no duran para siempre. Sánchez es ese Pedro que seguro que ha conseguido que me deje atrás muchos de los escándalos y los highlights de sus años en el gobierno, en eso se basa su estrategia, esa ha sido la clave de su éxito, el olvido, la vorágine sucesiva de situaciones inéditas. Pero pasa que aunque todo se trate de encerrar en el trastero de los años, llega un momento, en el que todo vuelve y que cuando alguien señala la línea temporal, la cronología del desahogo, caen las máscaras, los relatos y las mentiras. Pedro es Sánchez haciendo malabares con el futuro de un país, Sánchez es Pedro cuando el tiempo le pone un tapón justo debajo de la canasta. Es el trashtalking de la justicia. Pedro es Sánchez con la chistera ya vacía, Sánchez es Pedro encerrado en un callejón sin salida.

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