Opinión

¿Qué necesita una mujer para ser presidenta del gobierno?

Yolanda Díaz, Marine Le Pen y Giorgia Meloni son las mujeres que han acaparado los titulares de esta semana. Pero, ¿qué es lo que tienen en común?

Esta semana tres políticas han protagonizado los titulares de la prensa en distintas direcciones. Marine Le Pen, actual lideresa del partido ultraderechista francés, se ha proyectado como la futura nueva presidenta del país tras los resultados de las elecciones europeas. Yolanda Díaz, vicepresidenta del gobierno de España, anunciaba su dimisión como coordinadora general de Sumar y Giorgia Meloni, primera ministra de Italia, ha sido retratada guiando a un desorientado presidente de los Estados Unidos bajo titulares que la califican de “exultante”, “reina” o “estrella”. Tres mujeres poderosas en distintos puntos del camino hacia la presidencia de sus países y cuyos estilos de liderazgo han contribuido a su éxito o su fracaso. ¿Hay algún patrón común en su comportamiento? ¿Qué características se les exige para poder gobernar? ¿Es el poder un lugar que recibe a las mujeres con los brazos abiertos?

No mostrar emociones

El poder ha sido hasta hace poco un lugar reservado solo a los hombres en el que no han sido bienvenidas las emociones (excepto el enfado o la ira). Yolanda Díaz es una política que ha mostrado siempre cualidades tradicionalmente asociadas a las mujeres: ser dialogante, sonreír, tener empatía, otorgar a los cuidados y a la vida un lugar relevante, escuchar y hasta ser tímida. Pero estas aptitudes causan extrañeza e incluso rechazo en un contexto que está más familiarizado con el combate y la imposición de ideas que con el entendimiento. En lugar de percibirse como fortalezas, las emociones humanas en la esfera del poder político son percibidas como una flaqueza: lo cual no habla demasiado bien del perfil de personas que nos gobiernan.

Tener la piel de sapo

Lo de no sentir nada también puede ser conveniente para sobrellevar los ataques normalizados en la vida política y que son aún mucho más crueles con las mujeres. Estos ataques tienen lugar en el propio parlamento y alcanzan su punto álgido en los medios de comunicación y las redes sociales. La cuarta ola del feminismo se desarrolla precisamente en la esfera virtual, donde el ataque organizado de trolls, youtubers, influencers y foros enteros, consiguen expulsar y censurar la voz de las mujeres. Para sobrevivir en este ecosistema es fundamental desarrollar un escudo protector que te haga completamente inmune al hostigamiento constante. La descripción exacta del trabajo de una líder es “faquiresa”.

Imitar el liderazgo masculino

Ser inflexible, no dudar jamás, no mostrar vulnerabilidad, usar palabras bélicas (destrozar, combatir, derribar), imponerse, someter, dominar. Meloni se describe a sí misma como “valiente, ávida de redención, combativa y temeraria” y se ajusta la chaqueta tirando bruscamente de ella. Sus gestos y su tono son autoritarios, sus maniobras políticas calificadas de post fascistas. Le Pen provienen de una de familia de ultraderecha. La prensa la describe como “valiente, dura, violenta y ambiciosa”. Detesta llevar falda y se relaja practicando el tiro. También defiende el derecho a llevar armas. Lo cierto es que son muy pocas las mujeres que han llegado lejos en la escala de poder ostentando actitudes conciliadoras, compasivas o de izquierda.

Ser individualista

La idea que tenemos construida sobre alguien que lidera es que sobresalga sobre las demás personas y para ello es necesario asegurarse de que nadie en varios kilómetros a la redonda le haga sombra. En lugar de crear equipos contando con los mejores talentos, la estrategia es rodearse de personas que jamás te lleven la contraria, sean sumisas y te aplaudan, hagas lo que hagas. La falta de equipo y redes de apoyo te hacen más vulnerable a los ataques y reduce las posibilidades de crear proyectos políticos duraderos que tengan un impacto. Al final, las mujeres se quedan con pocas opciones de tener poder real, que no es salir en la foto ni figurar, sino cambiar las cosas.

No ser demasiado joven, ni demasiado guapa… ni demasiado nada

Ser mujer en política es estar en el lugar que no te corresponde y por eso es válida cualquier excusa para expulsarte de él. Si eres muy joven, no posees la experiencia suficiente. Si eres atractiva, no tienes credibilidad. Si te maquillas, eres demasiado superficial. Y si sales de fiesta con tus amistades, como la expresidenta de Finlandia, Sanna Marin, serás tildada de desequilibrada y de poco profesional. En realidad, da igual lo que hagas, porque te criticarán hasta por respirar.

Durar poco

El paso de las mujeres en política suele ser fugaz. Cuando les ofrecen un cargo no se atreven a rechazarlo, aunque aún no estén preparadas o no sepan absolutamente nada del área que les han asignado. Son tan pocas las veces que tienen la ocasión de ostentarlos que piensan que es casi un deber aceptar. Si no es su área, no lo harán suficientemente bien y la echarán por incompetente. Si sobresalen, la hostigarán hasta agotarla y que ella misma renuncie al cargo. Y si lo hacen muy bien y además aguantan, ya encontrarán la manera de apartarlas. El baile de las mujeres en política es parecido al de las sillas. En cuanto se descuidan tiene todas las papeletas para quedarse fuera.

Como apunta la escritora y periodista feminista Nuria Varela en su nuevo libro “El síndrome Borgen”, cualquier mujer puede llegar al poder en las democracias del siglo XXI, pero casi ninguna consigue ejercerlo y aún menos mantenerse en él. El número de mujeres liderando en política que dejan sus cargos es tan elevado que conviene analizar si tener la oportunidad de formar parte de ella es suficiente o si es necesario transformarla para que podamos quedarnos.