Ganar dejó hace mucho de ser sinónimo de gobernar en política. Pedro Sánchez es un profesional de lo que se jalea como “voluntad popular” al margen de que la fuerza más votada logre una victoria incontestable. Salvador Illa lo ha conseguido en Cataluña. El socialista suma 42 diputados en un resultado histórico por encima de Pascual Maragall o José Montilla. El segundo, Carles Puigdemont, tiene siete escaños menos. Paradójicamente son los mismos diputados que el líder de Junts cedió a Sánchez para conservar La Moncloa.
Nada pasa por casualidad. Que ERC haya sido la gran derrotada de la noche con 20 escaños, 13 menos que en 2021, y tras haber adelantado las elecciones es otra consecuencia de las alianzas con el “sanchismo”. A Oriol Junqueras no le ha funcionado la política de “apaciguamiento” de la mano del presidente del Gobierno. A éste sí. Si la amnistía tenía como fin último desangrar al independentismo, Sánchez lo ha conseguido. Las fuerzas soberanistas han retrocedido. La mayoría ya no es posible. El hundimiento de ERC y la caída de la CUP han mermado al bloque pese al empuje de Puigdemont.
Moncloa tiene mucho que celebrar si no fuera porque saben que aunque un tripartito PSC-ERC-Comunes es aritméticamente posible, suman la mayoría de 68 diputados necesaria para una investidura, políticamente es altamente improbable. Puigdemont quiere ser presidente de la Generalitat. Su plan es pedir a Sánchez que le deje gobernar. Es una cuestión de nueve votos. Junts, ERC y la CUP aglutinan 59 por lo que necesitarían que el PSC les prestase en la investidura nueve si se dejan fuera los dos del partido ultra de Silvia Orriols. Si ella, como ya anunció en campaña, votase por Puigdemont como presidente, Illa sólo tendría que sacrificar a siete parlamentarios, además de su propia carrera. Siete votos otra vez.
Que Sánchez deje caer a Illa es una opción que en el PSOE no se quiere ni contemplar. Se pondrá toda la presión sobre ERC para que acepte un tripartito, pero los republicanos anoche adelantaron que su papel en los próximos años está en la oposición. Habrá un duro debate sobre el camino a seguir. Como adelantó Artículo14, Marta Rovira, la mano derecha de Junqueras siempre ha renegado del acercamiento a los socialistas. Los resultados electorales le dan la razón. En el lado contrario están voces destacadas como Gabriel Rufián que bendicen el acuerdo con Illa.
En ERC se imponen los que rechazan pactar con Illa
Anoche ya se imponían los que optaban por mantenerse en el lado de Junts. No dar nada a Illa aún a sabiendas de que el bloqueo puede acabar en una repetición electoral. Escuchar la llamada a la unidad del separatismo y hacer de la necesidad virtud, como en su día hizo el PSOE con la amnistía. El estribillo es simple: si Sánchez quiere seguir contando con el apoyo de los soberanistas en el Congreso deberá entregarles la Generalitat. Es decir, si Puigdemont no es presidente se acaba la legislatura.
En estos planteamientos de máximos hay quienes en Moncloa advierten de que Puigdemont está a la espera de la amnistía. Rebajan así su poder de extorsión y no tiran la toalla en la idea de atraer a ERC a una “nueva etapa” para Cataluña con un gobierno de izquierdas centrado en la gestión. Avala este mensaje el retroceso del voto soberanista que han pasado de 76 a 61 diputados en tres años. Estos mismos son los que recuerdan que Puigdemont está pendiente del trámite final de la ley de amnistía que el Senado devolverá al Congreso mañana para que sea definitivamente aprobada.
El horizonte judicial del líder de Junts es complicado. En el Tribunal Supremo, que tendrá que validar si finalmente se le aplica la medida de gracia, le espera la acusación de terrorismo por el “caso Tsunami”. ¿Sería Sánchez capaz de tumbar la amnistía si Puigdemont exige decapitar políticamente a Illa? ¿Exigirá Moncloa un tripartito a cambio de la amnistía? ¿Sería un buen argumento para ir a elecciones generales sobre la ola de Illa?
Cualquier escenario es posible incluso el de que Puigdemont abandone a Sánchez definitivamente bajo la conclusión de que el poder de Moncloa les quema las alas. El presidente necesita que sus socios le aprueben los Presupuestos, que el adelanto electoral en Cataluña retrasó. Con la negociación del futuro gobierno catalán el acuerdo en Madrid parece hoy una quimera.
Si Sánchez pierde sus sostenes parlamentarios al tiempo que la investigación judicial sobre las actividades profesionales de su esposa, Begoña Gómez, sigue adelante; el fiscal general acaba siendo investigado en el Supremo por la presunta filtración de documentos de la investigación de Hacienda al novio de Isabel Díaz Ayuso y el “caso Koldo” entra en una nueva fase de imputaciones que acabe salpicando a algún ministro, la moción de censura puede ser una opción para el PP.
Los populares han obtenido un muy buen resultado. Pese a los bandazos de los últimos días de campaña en la competición con Vox, han dado el sorpasso a los de Santiago Abascal. La formación de Alberto Núñez Feijóo multiplica por cinco el número de representantes en el Parlamento catalán al pasar de tres a quince. Los conservadores han absorbido a Ciudadanos que desaparece tras haber sido primera fuerza con Inés Arrimadas hace siete años. También han recibido trasvase de votantes del PSC, incómodos con la amnistía. Ha ganado el pulso a Vox, pero la ultraderecha sigue fuerte en Cataluña con once asientos.
De moción de censura no se habla cuando se pregunta en Génova. En privado es un tema que siempre ha estado en la recamara. De ahí las torsiones al hablar de Junts y los acercamientos pasados y futuros a Puigdemont. En el entorno más cercano del prófugo deslizan que está dispuesto a dar sus siete votos a Feijóo para descabalgar a Sánchez si no logra la corona de la Generalitat. Sólo hay una certeza: cambiar de opinión no tiene coste en las urnas.