Imagine que debe bajar por unas escaleras sin pasamanos. Es probable que, si tiene otra opción, evite esas escaleras y, si decide usarlas, lo hará con mucha precaución. Ahora, imagine que en ese mismo lugar han instalado una barandilla. Su confianza aumentará considerablemente y acabará usando esas escaleras sin dudar.
En la política española, Pedro Sánchez logra ese ‘efecto barandilla’ gracias a su habilidad para proyectar sus decisiones como la alternativa más segura, aunque esto implique contradecir lo que prometió anteriormente.
La permanente incertidumbre política ha generado en la sociedad una sensación de desamparo institucional y falta de liderazgo político. La confianza en las instituciones públicas es baja, y la percepción ciudadana sobre los políticos se ha deteriorado notablemente. Un síntoma de este desgaste es que casi la mitad de los españoles no señala a ningún político cuando se les pregunta quién preferiría hoy como presidente del Gobierno. Simplemente, están hartos y en medio de ese hartazgo Pedro Sánchez parece una barandilla segura para un segmento muy amplio de la población.
El presidente del Gobierno enfrenta ahora su propio ‘cabo de Hornos’ político, lidiando con la corrupción que merodea alrededor de su Gobierno y de su entorno familiar, y con el alto coste político de las dos investiduras: amnistía y concierto económico catalán. Sin embargo, estas turbulencias no parecen haber tenido un reflejo equivalente en los resultados electorales: aunque en Galicia el PP logró nuevamente la mayoría absoluta y el PSdeG fue superado por el BNG, nadie esperaba otro resultado; en el País Vasco mantuvo su presencia en el nuevo Gobierno, y en Cataluña consiguió la presidencia sin coalición, con menos de un tercio de los escaños. Es cierto que en las elecciones al Parlamento Europeo perdió por cuatro puntos, pero los efectos electorales posteriores no parecen ser los propios de una derrota.
La comparación entre su liderazgo y el de Yolanda Díaz ha perdido todo interés tras la ruptura con Podemos en diciembre y los sonoros fracasos electorales de ese espacio político. Hoy sólo un 11% de los votantes de izquierda preferirían que Yolanda Díaz fuera presidenta, frente a un 56% que elige a Pedro Sánchez. En otras palabras, Pedro Sánchez no tiene competencia y es hoy la única referencia de poder para los votantes de izquierda y nacionalistas, a pesar de su desgaste.
La victoria sin Gobierno de Feijóo en las últimas generales tuvo un efecto indeseado para él: la pérdida de la vitola de alternativa inevitable a Pedro Sánchez. Un resultado electoral que ha dejado en la derecha una cicatriz emocional que provoca un doble efecto perjudicial: desorientación en los dirigentes del PP y Vox, que aún no saben cómo coordinarse, y una falta de unidad de acción en su base social (la marciana aparición de Alvise como botón de muestra).
Mientras que la división en la izquierda entre Podemos y Sumar podría favorecer al PSOE, la ruptura de los Gobiernos autonómicos del PP con Vox dificulta el crecimiento del PP, como si el suelo electoral de Vox estableciera el techo del PP, impidiendo así la percepción de una alternancia política insoslayable. Aunque Feijóo es la referencia más clara de poder para los votantes de derecha (41% lo prefiere, frente al 16% que elige a Abascal o el 11% a Ayuso), la fragmentación refuerza la imagen de seguridad de Pedro Sánchez.
Otro elemento que refuerza ese ‘efecto barandilla’ de Pedro Sánchez es la mejorable gestión de expectativas por parte de la oposición. Ambos partidos parecen competir por apocalípticos diagnósticos futuros que no se cumplen. En el plano electoral, el indisimulado planteamiento plebiscitario de las elecciones europeas en clave de protesta posiblemente restó importancia a la victoria del PP, dejándola como algo menos relevante de lo que fue. En el ámbito económico, en verano de 2022, algunos portavoces del PP predijeron un invierno frío sin calefacción debido a los precios energéticos, lo que reforzó su liderazgo cuando lideró la ‘excepción ibérica’. Una vez más, Sánchez aprovecha todas esas ocasiones para presentarse como el único elemento que te separa de un abismo, además de confirmar la idea de que muchos profetas del desastre suelen acabar siendo un desastre como profetas.
En definitiva, Pedro Sánchez preside el Gobierno más inestable de nuestra democracia, pero parece haber encontrado la forma hacer entender a su base social que su barandilla, aunque movediza y llena de promesas incumplidas, es más segura que el abismo de la alternancia.