¿Tuvimos la oportunidad y la dejamos escapar?
El 27 de abril, cuando algunos ingenuos nos creíamos de verdad la posibilidad de que Pedro Sánchez dimitiera, se corrió el rumor de que la llamada a sustituirle era María Jesús Montero. Y que precisamente iba a ser ésa una jugada maestra destinada a arrebatarle a Isabel Díaz Ayuso la posibilidad de ser la primera mujer presidenta de España.
¿De verdad creemos que vamos a tener una mujer presidenta en un país tan machista como para que el Presidente haya tenido que montar el numerito del siglo con la excusa de defender el honor de su mujer, como si ella no hubiera podido salir a dar la cara y a defenderse sola?
España nunca ha tenido una mujer presidenta. Aunque muchos españoles y españolas creen que las mujeres merecen tanto como los hombres alcanzar puestos de liderazgo; aunque los propios socialistas reconocen que Ayuso tiene más madera de presidenta que Feijoo (y por eso la atacan tanto a ella y bastante menos a él); aunque los propios asesores admiten que las mujeres tendemos a votar a otras mujeres y que hay que hacerse con el electorado femenino… el sesgo de género persiste.
Un sesgo que no solo se aplica a las mujeres, sino también a otros grupos, como las minorías raciales y étnicas. Curioso que Podemos o Sumar, por ejemplo, a los que tanto se les llena la boca hablando de racismo, no incluyan a latinos en puestos relevantes dentro de sus respectivos organigrama.
Las mujeres avanzan en el camino al liderazgo
Desde el año 2000, en 24 años, en todo el mundo, asumieron cargos públicos más del doble del número total de mujeres que los asumieron entre 1960 y 2000. Es decir: cada vez hay más mujeres en puestos de liderazgo. La mayor presencia de las mujeres en puestos relevantes crea a su vez oportunidades para que otras mujeres asciendan en las filas y se conviertan en presidentas y primeras ministras. 26 países en el mundo están actualmente gobernados por una presidenta o primera ministra.
Las mujeres han liderado en países que tienen relativa igualdad de género, como Noruega, así como en espacios más patriarcales, como Pakistán. Sin embargo, las mujeres han ocupado con mayor frecuencia el puesto de primera ministra, normalmente un puesto más débil que la presidencia, porque depende del nombramiento de una persona dentro del propio partido (o una persona de un partido que esté en coalición), y no del voto popular directo. Es decir, los partidos no suelen presentar a una mujer como cabeza de lista electoral. Además, la duración del mandato de una primera ministra es impredecible, mientras que una presidencia, por lo general, dura cuatro años.
En el mundo, sólo alrededor de un tercio de todas las presidentas hasta la fecha fueron elegidas para el cargo. Las demás fueron nombradas mediante diversos procedimientos. Por ejemplo, vicepresidentas que sucedieron a los presidentes. O presidentas que fueron elegidas indirectamente por funcionarios de otras instituciones políticas. O mujeres que fueron nombradas para la presidencia para desempeñarse de forma temporal cuando se produjeron vacantes repentinas (ese hubiera sido el caso si Pedro Sánchez hubiera dimitido y hubiera tenido que sucederle en funciones María Jesús Montero).
Esto es: las oportunidades políticas para el liderazgo de las mujeres a menudo surgen en tiempos de crisis o cambio. Por ejemplo, la transición democrática en Asia, América Latina, el África subsahariana y Europa del Este permitió a las mujeres ganar terreno político. Un camino común hacia posiciones más poderosas para las mujeres en Asia y América Latina es ser esposa o hija de un hombre políticamente prominente. Es el caso de Indira Ghandhi y de Cristina Kirchner. El de los Kirchner, precisamente, es un modelo que han imitado en Podemos.
Es una pena, porque una mujer presidenta competente y respetada puede generar puntos de vista más diversos y nuevas prioridades en la agenda política de un país. Por ejemplo, la coalición de la primera ministra finlandesa, Sanna Marin, compuesta por partidos liderados por mujeres, aprobó generosas medidas de conciliación familiar que beneficiaban, sobre todo, a las mujeres. Lo cierto es que fue esta una de las pocas medidas inteligentes que tomó la primera ministra, porque el resto de su mandato no fue como para tirar cohetes. Las primeras ministras Katrin Jakobsdottir, de Islandia, y Jacinda Ardern, de Nueva Zelanda, también priorizaron las políticas familiares sobre el crecimiento de la economía en la planificación presupuestaria.
Mujeres que ayudan a otras mujeres
¿Es cierto que las mujeres políticas tienden a ser más empáticas y más generosas con otras mujeres? ¿Es verdad que se implican más en medidas que benefician a la conciliación familiar? No fue este precisamente el caso de Margaret Thatcher, pero sí el caso de Merkel. En sus primeros años como cancillera, Merkel apoyó leyes e iniciativas favorables a las mujeres, como el permiso parental remunerado, la ampliación de los jardines de infancia públicos y el derecho legal a una plaza en el jardín de infancia para los niños a partir de un año de edad. Y en 2015, Merkel respaldó una ley que obligaba a cuotas femeninas en los consejos de supervisión no ejecutivos.
Aunque las mujeres tenemos madera de líder, en más de 40 años de democracia en España no hemos tenido una presidenta mujer. A lo largo de la historia de nuestra nación, nuestro gobierno ha sido dirigido por hombres. Y esos hombres, por muy capaces e inspiradores que sean, sólo han concedido poder a las mujeres a cuentagotas y a regañadientes.
A veces olvidamos que hasta 1977 las mujeres en España no podían tener su propia cuenta corriente, trabajar o viajar sin permiso de su marido tutor. Mi madre se quejaba a menudo de que no había podido trabajar porque mi padre no firmó dicho permiso. Y no lo hizo porque tenía miedo de que sus colegas hablaran más de él. Y eso que los colegas de mi padre no trabajaban en un andamio: mi padre era abogado y economista, nada menos, y estuvo militando en Izquierda Democrática en la clandestinidad. A mi padre no se le veía desde fuera como un machista, sino más bien como todo lo contrario.
El liderazgo no es fácil, pero es inevitable
Que se lo digan a Isabel Díaz Ayuso o a Ada Colau, dos mujeres de posiciones ideológicas muy diferentes. Dos mujeres que han sido machacadas en muchas ocasiones por cuestiones que nada tenían que ver con su gestión, y que sí tenían que ver con ideas machistas sobre cómo debe ser el físico de una lideresa.
No, el liderazgo no es fácil. Pero te da poder para cambiar las cosas, poder para mejorarlas. Cuando las mujeres pueden asumir puestos de liderazgo, todos nos beneficiamos. Sabemos que el gobierno sólo es verdaderamente representativo cuando implica a las mujeres.
Algunos dirían que España todavía “no está preparada” para tener una presidenta, que nuestra cultura sigue demasiado impregnada de sexismo y patriarcado como para permitir que una mujer ocupe el cargo más alto del país. Pero hemos tenido mujeres políticas excepcionales en todos los partidos y, para ser claros, Ayuso sería tan buena candidata a la Presidencia de nuestra nación como podría serlo Feijóo. O, para que no me acusen de partidismo, Nadia Calviño habría podido ser tan buena candidata como lo fue Pedro Sánchez.
No es sólo el nebuloso espectro del sexismo y el patriarcado el que se interpone en el camino de una mujer a la presidencia. Culpar a esos enemigos es rendirse ante la desesperanza. Muchas de las barreras que se interponen en el camino de una mujer presidenta son tangibles y modificables. Podemos cambiar nuestros sistemas electorales para que sean más justos y representativos. Podemos exigir a nuestros partidos políticos que promocionen a las mujeres. Podemos cambiar la forma en que se financian las campañas para garantizar que personas de todos los orígenes puedan participar en nuestro sistema político. O nosotras, las mujeres, podemos empezar a involucrarnos más en los partidos políticos.
¿Por qué es tan importante elegir a una mujer como presidenta?
Con o sin poder político, siempre ha habido buenas líderes entre las mujeres españolas. Basta con echar un vistazo rápido a nuestra historia. Desde Isabel la Católica hasta la Pasionaria, pasando por Agustina de Aragón, Mariana Pineda o la Princesa de Éboli. Nuestra Historia con mayúscula está llena de otras pequeñas historias en minúscula, historias de mujeres extraordinarias. Por eso llama tanto la atención que no estemos en la lista de los países que alguna vez han tenido una mujer en la presidencia.
Los dos grandes partidos saben que si pusieran a una mujer fuerte e inteligente de cabeza de lista tendrían muchas posibilidades de ganar. Y entonces, ¿por qué no lo hacen? La respuesta es que los dos grandes partidos todavía se mueven en estructuras inmovilistas que hacen muy difícil que una mujer supere su techo de cristal.
A las mujeres ya no se les dice que esperen su turno. Hemos estado esperando bastante tiempo. Todos los ciudadanos y ciudadanas de un país merecen verse reflejados en el gobierno, pero eso no puede suceder si seguimos defendiendo sistemas que fueron construidos para un grupo muy específico de personas: los nacidos XY.
Pero ¿necesitamos una mujer presidenta? En primer lugar, se trata de una cuestión de equidad y derechos humanos, de las piedras angulares de una sociedad democrática. En segundo lugar, su presencia supondría un enorme impacto sobre las aspiraciones de otras mujeres. En tercer lugar, se ampliaría el espacio para reformar y revisar las leyes y las situaciones discriminatorias contra niñas y mujeres.
Muy en particular en un momento tan crucial en el que parece que involucionamos en lugar de avanzar. En un momento en el que las agresiones sexuales grupales a mujeres aumentan un 15% cada año. En un momento en el que de las 18.731 denuncias por violencia sexual interpuestas en España en 2022, un 40% tuvieron como víctimas a niñas. En un momento en el que tenemos que enfrentarnos a retos como el auge de la pornografía, el intento de legitimación de los vientres de alquiler o la campaña iniciada para borrarnos como mujeres en el marco de una nebulosa ideología de género que parece que nadie acaba de entender.
La participación plena y activa de las mujeres en las legislaturas, en igualdad de condiciones que los hombres, no es sólo un objetivo en sí mismo, sino que es fundamental para construir y sostener las democracias. La presencia igualitaria de las mujeres, su liderazgo y su perspectiva en los parlamentos, es esencial para garantizar una mayor capacidad de respuesta a las necesidades de los ciudadanos. Y, sobre todo, de las ciudadanas.
El día en que España tenga por fin una presidenta mujer será probablemente el día en que veamos caer las últimas barreras que se nos imponen a las mujeres. O eso es lo que me gustaría creer.