Hace algo más de tres años una Giorgia Meloni en trayectoria ascendente se desgañitaba delante de un micro en el Viva 21 organizado por Vox asegurando que “todo lo que nos identifica, como la familia o la tradición cristiana, está siendo atacado”. El discurso fue tan hiperbólico e inflamable que a punto estuvo de churruscar al propio Santiago Abascal, que había proyectado el cónclave como otra china en el zapato de un Pablo Casado que atravesaba un trance de debilidad extrema, en pleno fragor de sus luchas intestinas con Isabel Díaz Ayuso.
Desde fuera el que disfrutaba con todo aquel ruido de sables en la derecha no era otro que Pedro Sánchez. En el Gobierno y en el PSOE son desde entonces muy conscientes de que el miedo a Vox y las dudas que tiene el PP siempre sobre cómo afrontar la relación con su hermano pequeño son un valor refugio al que acudir cuando las cartas demoscópicas y políticas vienen mal dadas.
Ya sabemos cómo acabó todo aquello; Casado terminó sacrificado en el altar de la presidenta madrileña, Feijóo llegó a la planta séptima de Génova 13, Meloni ha acabado presidiendo Italia y rompiendo con Abascal, que a su vez sigue siendo un dolor de muelas para el PP. Mientras, Pedro Sánchez continúa apoltronado en la Moncloa. El Gobierno supo jugar bien el comodín de “que vienen los ultras” y sigue atesorándolo para cuando sea necesario arrojarlo a la mesa de nuevo.
Una vez más en el equipo del presidente se han aprestado a gozar con palomitas de un nuevo cónclave de la derecha “reaccionaria”. Saben en el equipo ministerial que siempre que Vox repunta en las encuestas al puente de mando del PP le entra la crisis existencial y que cuanto más fuerte esté Abascal más crecerán los recelos sobre verlo en un Gobierno a la vera de Feijóo.
Fuentes socialistas creen que Patriots no ha estado en nuestro país por azar: “Elegir España para el aquelarre ultra no es casualidad, están aquí porque este gobierno progresista está en su punto de mira y somos la gran pieza a batir”. Desde Ferraz se envalentonan y aseguran que “ya vencimos a la coalición negacionista y lo volveremos a hacer”, para a continuación colar la cuña que más les interesa; “no lograrán que su mundo en blanco y negro se imponga en este país, por mucho que Alberto Núñez Feijóo y el Partido Popular les abran las puertas de par en par en todas las instituciones”.
Esa asociación que hace sin descanso el PSOE es de la que quiere huir el PP. En Génova han minimizado la cumbre y el papel de anfitrión de Abascal. “Si cree que Le Pen o Wilders le van a procurar votos en los pueblos españoles, él sabrá”.
Los populares, que colocaron una quedada de alcaldes el domingo para evitar que el foco se lo llevara durante todo el fin de semana Vox, dicen con mala baba que tal vez deberían escuchar a aquellos que le dicen “Más Iván (en referencia a Espinosa de los Monteros) y menos Orban”. En las filas de Feijóo creen que el evento de Patriots restará más que sumará en la demoscopia creciente de la que podía presumir Abascal porque “en muchos aspectos es una reunión de friquis”.
Las arengas y las soflamas proTrump que se escucharon en el hotel Auditorium donde Vox reunión a todos sus colegas no desviarán al PP de su estudiada equidistancia en todo lo que tiene que ver con el nuevo presidente estadounidense. En Génova tienen muy claro que no quieren dejarse enredar en los debates que genera el líder republicano a cada paso y piensan seguir aferrados a esa estrategia.
Una táctica que en Moncloa creen que terminará por hacerse pedazos. El Gobierno espera que la pujanza de Vox sirva para descentrar al PP, compactar a los socios y movilizar al voto de izquierdas. El miedo a los ultras volverá a ser utilizado como combustible y la llama la pondrán las ocurrencias de Trump y los eventos como el de este fin de semana.