El Congreso aprobó la ley de Amnistía por 177 votos a favor y 172 en contra este jueves, al final de un pleno bronco y arrabalero en el que tres diputados de Vox llamaron a voz en grito “traidor” y “corrupto” a Pedro Sánchez –ausente del debate durante hora y media larga– y a sus espoliques, y en el que un tal Artemi Rallo, diputado socialista por Castellón, tildó de “neofascistas” y “filonazis” a tres millones de españoles y, pelín machista, puso a parir a la primera ministra italiana, “la Meloni”, con ese el pelín machista, cosificador y gañán, de uso improbable a la hora de nombrar a un político varón: cuesta lo suyo imaginar a su señoría hablando así de “el Joe Biden” o de “el Macron”, ¿verdad?
Ya solo los ropones pueden impedir que este tiro a la barriga al Estado de derecho, este engendro legislativo tóxico y clasista perpetrado por políticos que pretenden conservar el poder absolviendo a otros políticos, salga adelante. Los fiscales del 1-O denuncian en un informe enviado al fiscal general del Estado, Álvaro García Ortiz, “abogado de familia de la Moncloa” (Cuca Gamarra dixit), el daño ocasionado a los “principios básicos de nuestro sistema constitucional como la igualdad de los ciudadanos ante la ley y el cumplimiento por todos de las leyes democráticas”. El presidente del Gobierno, en su cuenta de X: “En política, como en la vida, el perdón es más poderoso que el rencor. Hoy España es más próspera y está más unida que en 2017. La convivencia se abre camino”.
Sus socios indepes discrepan. Junts divulgó en sus redes un vídeo que recogía declaraciones no tan pretéritas del líder del Ejecutivo y del ganador de las últimas elecciones catalanas, Salvador Illa, rechazando la amnistía. El monstruo del nacionalismo, detonador cancerígeno de las páginas más negras de la Historia reciente europea, desprecia el estribillo gubernamental, coreado por sus lacayos mediáticos, de la reconciliación definitiva, del conflicto finiquitado. Acertó Feijóo cuando dijo que “el 1,6% de los españoles le ha ganado al resto por la ambición de un solo hombre”. El polichinelo Rufián, tras festejar “la primera derrota del régimen del 78”, apuntó que el referéndum será “la próxima parada”, y la valida del prófugo Puigdemont, Míriam Nogueras, sentenció sin ambages: “No es perdón ni clemencia: es victoria”.
La portavoz de Junts reventó el murmullo generalizado que, fruto del desinterés de sus señorías, retumbaba en el hemiciclo desde el inicio del pleno. Más de un socialista tragó saliva al escuchar a la diputada nacionalista decir que “la lucha continúa” y que su partido está preparado para “pasar de las palabras a los hechos, de la retórica a la acción”. Nogueras, lideresa en el Palacio de las Cortes de un independentismo enclenque pero bravucón, es consciente del hercúleo poder que ostenta sobre un Gobierno exangüe, herido gravemente por la “investigada” Begoña Gómez, y, firme y altiva, restriega su autoridad con verbo de hierro, en catalán, sin dignarse a hablar el español, la lengua de “las bestias” (Quim Torra), prescindiendo de eufemismos y dejando clarinete quién manda en el camarote de los hermanos Marx. Posee el atractivo de los villanos y despierta en sus rivales hibristofilia, palabro griego que, en origen, deriva de hýbris, un concepto que puede traducirse como “insolencia, desmesura, soberbia, orgullo, osadía, violencia, insulto, prepotencia”. En sus manos tiene el destino del tipo que firma libros escritos por Irene Lozano.