Marta Ferrusola. Empresaria española. Simplemente así la define Google. “Señora, me parece que ha perdido este botón”, le dijo una niña de cinco añitos paseando por el parque de la Ciudadela. “Gracias, bonita, ¿cómo te llamas?” Pasaron los años, y siempre que veía al padre de Clara le preguntaba “¿Cómo está Clara?”. Clara es una de tantas y tantos críos nacido y crecidos durante la presidencia de Jordi Pujol. Cercana y cariñosa con unos, implacable, temida y odiada por otros. Marta Ferrusola Lladós ( Barcelona, 1935-Barcelona, 2024). Hija de un menestral, creció en un ambiente católico y nacionalista. Perteneciente a una asociación llamada Virtèlia, se formó según los cánones de la revista La dona catalana (1925-1938). Una publicación entre conservadora y progresista, republicana y catalanista que cuando las mujeres no podían votar animaba a que las mujeres dijesen a su marido y a su prole lo que debían votar, ya que ellas mandaban en casa y en la familia.
Arroz era su plato favorito a la hora de cocinar y elegir menú. Y para la cena preferida de su marido “pan con aceite, sal y aceitunas negras”. Desde 1956 hasta ayer, su marido fue Jordi Pujol i Soley (Barcelona, 1930), estudiante de medicina. Se conocieron mediante una hermana del novio en los ámbitos del catalanismo y el catolicismo antifranquista. Contrajeron matrimonio en el monasterio de Montserrat y ofició la ceremonia el abad Escarré, catalanista antifranquista que sufrió represión y exilio. Ella mecanografiaba los panfletos clandestinos, él vivía para Cataluña y la política. Y cuando se casaron, se prometieron que antes está Cataluña que la familia. Una familia de siete hijos que, como los árboles, ninguno crece igual. Entrañable para siempre, la fotografía con su niño primogénito y su marido en la cárcel donde Pujol cumplió condena acusado de organizar un acto de protesta en el Palau de la Música durante la visita a Barcelona de varios ministros. Su crimen, que algunos asistentes infiltrados intentaron entonar El cant de la senyera (El canto de la bandera), que entre otras cosas dice: “Oh bandera catalana!, nostre cor t’és ben fidel” (Oh bandera catalana, nuestro corazón te es bien fiel). Y así fue.
La primera dama de Cataluña
Excursionista, montañera y escaladora demasiado arriesgada, siempre la acompañó y ayudó un amigo relojero de barrio que llegó a diputado. Excursionismo y montañismo eran la fragua y la resistencia del catalanismo. Por esto y por otras razones matrimoniales, cuando Pujol fue acusado de corrupción en el caso Banca Catalana, salió junto a él a un balcón, con la entereza que da haber salvado su matrimonio y la multitud gritó: “Això és una dona” (Ésta es una mujer). Y de mujer ejerció como primera dama. Con algo de Evita Perón, de Grace de Mónaco de Jaqueline Kennedy… Como señora paseante del Paseo de Gracia, residente de la Diagonal hacia arriba. Más burguesa ejemplar, imposible. Hasta que comenzó a practicar aquello de “los catalanes de las piedras hacen panes” y empezó el declive personal y familiar por turbios negocios que llegaron a los juzgados y del proceso que la enfermedad y la muerte la han librado.
Florista era su pasión y su negocio, con clientela amiga o cercana y económicamente poderosa. Así la acusaron de cambiar el césped del campo del Barça y de llenar de flores muchos lugares importantes. Como Pasqual Maragall llenó Barcelona de palmeras y los enemigos de Pujol lo aplaudieron. Una vez, el canciller alemán Helmut Kohol dijo: “La Generalitat podrá tener muchos presidentes, pero el presidente de Cataluña es Jordi Pujol”. Fino matiz que, de rebote, convirtió a Marta Ferrusola en primera dama y esposa del entonces proclamado “Español del año” por el diario ABC. Todo ello la hizo tan querida y popular que sus simpatizantes la llamaban, simplemente Marta, como en Madrid tienen la costumbre de llamar Felipe no se sabe si al expresidente González o a su majestad Felipe VI. Pero Marta sólo hubo una e inconfundible. Hasta que llegó el momento de perder unas elecciones ante un tripartito y el nuevo presidente de la Generalitat fue José Montilla. Entonces no pudo morderse la lengua y declaró estar muy molesta porque el nuevo presidente de la Generalitat fuera un “andaluz de nombre castellano que no habla bien el catalán”. Y cuando le tocó salir del Palau de la Generalitat, dijo “me siento como si hubieran entrado a robar en casa”.
Enamorada de Andorra
Catalana con apellidos castellanos en su estirpe aragonesa, opinó que inmigrantes castellanoparlantes y de origen musulmán eran una amenaza para la sociedad catalana. Añadiendo que “la inmigración puede provocar que no sirvan las iglesias, pero que sirvan las mezquitas”. También se ganó las antipatías para siempre del colectivo gay cuando en 1984 dijo en TV3 que la homosexualidad le parecía “un defecto, una tara, un vicio o todo a la vez”. Más típica y clásica que la sardana, fue influida por el Opus. Tuvo siete hijos, fue ama de casa, esposa amantísima de un marido que andaba poco por casa y ejerció de matriarca.
En cuanto al feminismo, habló poco o nada de él, pero lo ejerció trabajando y mandando en su familia. Sus dotes de liderazgo y de ordeno y mando la llevaron al negocio y a la política. E influyó directamente en auges y caídas de consejeros, políticos, empresarios e incluso en actores de TV3. Su niño mimado, Josep Maria Flotats, director del Teatro Nacional de Catalunya, hecho a su gusto y medida. Siempre tuvo algo de diva, y su presencia llenaba los escenarios de los mítines.
Enamorada de Andorra, viajaba a menudo para controlar sus cuentas corrientes. Así creó un nuevo léxico en el cual “la madre superiora” era ella; “el capellán”; su gestor bancario; la “Biblioteca”, la cuenta corriente de su hijo Jordi; y un “misal” era un millón. Como el de tantos catalanes que, a la que podían los guardaban en Andorra o en Suiza. Esto fue su agonía y personal hasta que la maldita enfermedad mental la ha llevado a la tumba. “¿Cómo están sus hijas?”, parece repetir desde donde su Dios quiera.