Mujeres fatal (I)

María Jesús Montero: la gran ‘viseprecidenta’

No tiene Sánchez por qué dudar de la férrea fidelidad de su escudera, si bien esta formó parte del Comité de Garantías del PSOE que, en 2016, forzó la dimisión del tipo que dicta manuales de resistencia a Irene Lozano. Montero se desvive por él con bravura, nadie la chotea en el hemiciclo y suele ventilarse con facilidad a sus contendientes dialécticos

Padece María Jesús Montero una suerte de dislexia fonológica que le empuja a confundir, anárquicamente, la consonante obstruyente fricativa dental sorda con la consonante obstruyente fricativa alveolar sorda –o sea, la “z” o “c” cuando va seguida de “i” o “e”, y la “s”–. La vicepresidenta primera del Gobierno cecea o no, y sesea o no, y todo y nada según toque, si es que toca. Evidentísimamente, la cosa no tiene nada que ver con lo que algunos llaman “andalufobia” o “racismo lingüístico”, sino con la más absoluta imprevisibilidad, como en las faenas de Morante. Con el a ver por dónde sale al pronunciar, por ejemplo, un vocablo como “intercesión”. Con la rave de fonemas que celebra cada vez que dice “Zaragoza”. Insisto: no hablamos de ceceo ni de seseo, sino de magia vocal.

El rostro de Montero transmuta en el de Marcel Marceau mientras Sánchez responde a la oposición durante las sesiones de control y demás debates parlamentarios. La ministra de Hacienda, cheerleader alfa, no escatima a la hora de gesticular ni a la de aplaudir al líder del Ejecutivo exageradamente, anátidamente –como un pato, vaya–, “con la fuerza de un huracán, / con locura, con ansiedad”, como cantaban Los Palominos. Quizás haya en las histriónicas ovaciones de la vicesecretaria general del PSOE un ligero temor como estalinista: la exhibición de sus vítores es más cantosa desde que algunos medios la señalaran como el relevo “natural e inmediato” del presidente cuando este, tras publicar en su cuenta de X una primera “Carta a la ciudadanía”, decidió bunkerizarse durante cinco días. Quizás pretenda demostrar que nunca se creyó los cantos de sirena de la “máquina del fango”, que su lealtad es a prueba de bombas. Quizás, quizás, quizás.

No tiene Sánchez por qué dudar de la férrea fidelidad de su escudera, si bien esta formó parte del Comité de Garantías del PSOE que, en 2016, forzó la dimisión del tipo que dicta manuales de resistencia a Irene Lozano. Montero se desvive por él con bravura, nadie la chotea en el hemiciclo y suele ventilarse con facilidad a sus contendientes dialécticos. Cree firmemente en la causa mutante y mercúrea, sí, pero efectivísima, del presidente del Gobierno: sus ya más de seis años en La Moncloa no hay quien se los quite –más los que le quedan–. Ligada a los movimientos cristianos de base, licenciada en Medicina por la Universidad de Sevilla y exsubdirectora gerente del Hospital Virgen del Rocío, Manuel Chaves la nombró viceconsejera andaluza de Salud en 2002. Rechazó varias invitaciones para afiliarse al PSOE, hasta que Griñán se lo propuso. Fue consejera con los tres últimos presidentes socialistas de la Junta. Desde 2018, ha compatibilizado la cartera de Hacienda con la portavocía del Gobierno, la vicepresidencia cuarta y, desde diciembre del año pasado, la vicepresidencia primera. Aliados y rivales resaltan su capacidad de análisis, su firmeza, su empatía y su simpatía. Negocia con astucia y, hasta este año, ha sacado adelante presupuestos si no imposibles, sí bastante improbables. Cuando era consejera de Hacienda de Andalucía, remitió un escrito al otrora ministro Cristóbal Montoro contra el Cupo Vasco; ahora, ofrece a Cataluña una “financiación singular” que tenga en cuenta las “peculiaridades” de la comunidad, es decir, las demandas voraces de sus socios nacionalistas. Mutatis mutandis, ya se sabe. No hay mujer con mayor poder político en España. Su “chiqui, son 1.200 millones, eso es poco” es carne de un libro de esos que recogen las supuestas mejores frases de todos los tiempos.