Los regalos hay que saber abrirlos

La ruptura del PP con Vox es una bendición que en Génova tienen que aprender a aprovechar

Alberto Núñez Feijóo durante una rueda de prensa EFE/ Borja Sánchez-Trillo

La fortuna es un factor clave en la vida. Las cosas que nos vienen dadas por el destino, las carcajadas inesperadas de la providencia, los dados en el aire del azar son una variable que siempre está presente en cualquier ámbito. Ahora bien, cuando la potra cae sobre nuestras manos, hay que saber gestionarla. Están los que tienen suerte, sin más, y los que saben qué hacer con ella, los que, aun siendo conscientes de que les ha caído del cielo, se ponen a aprovecharla y a sacarle rédito. Esos son los que están más cerca de que las casualidades les vuelvan a picar en la puerta. Se puede ser el delantero que aprovecha el error del defensa o el tipo al que le tocó la Lotería y se pulió el dinero que ganó para acabar siendo más pobre que antes de ganar el premio.

Eso pensaba cuando veía que Santiago Abascal finalmente consumaba su abrupto golpe de timón bajo el pretexto, agarradito con pinzas, del reparto de los 347 menores inmigrantes entre las comunidades autónomas. Hay que diferenciar dos cosas: lo de Vox es una equivocación, pero no un error fruto de la improvisación. Lo de Vox es un regalo al PP, aunque no pretendía serlo. Quiero decir, que sería de necios pensar que no hay una estrategia, desesperada, pero estrategia al fin y al cabo, detrás de este dantesco circo. Un clavo ardiendo en un túnel sin luz al que el búnker de Abascal, el clan de Casamatas, ha decidido apostarlo todo: la inmigración. Ese es el all-in, y aunque escenifican y difunden con sus cañones en redes sociales, de lo poquito que aún les funciona, que esto es una genialidad histórica, la realidad es que saben que llevan una pareja de cincos. El farol no era que se fuesen a salir de los gobiernos, el farol comienza ahora.

Hay dos motivos sobre los que se sustenta esta fanfarronería, que, como les he dicho, tiene su fundamento. El primero es que, pese a que hagan esa performance del honor antes que los sillones y toda esa bisutería argumentativa, el dinero va a empezar a llegar por otro lado. Como supimos hace unos días, el partido verde ha atado su destino al de Viktor Orbán, que, sin tener ni pajolera idea de cómo es sociológicamente España, les ha impuesto esta hoja de ruta que desemboca en el suicidio. Hablando en plata: el dinero que el Clan Intereconomía pierde al hacer este movimiento ahora entra desde Hungría siempre y cuando se cumplan las órdenes pautadas. El destino de las cinco regiones españolas se ha decidido desde Madrid, y, a su vez, los de la capital estaban supeditados a sus jefes europeos, que, después de tantas “bacalás”, ya los deben tratar como el hijo holgazán al que hay que intentar buscarle un futuro.

El segundo de los motivos es por dos miedos, porque sí la ultraderechita, impuntual y valiente, en realidad es un nene que tiembla porque la indignación y la polarización, pareja estrella en la actualidad, han dado a luz a un hermanito con el que comparte genes y que es el centro de atención de todos esos antisistemas que han empezado a hacerles carantoñas. Los de Bambú han dejado los gobiernos para tratar de contener a un tío que desde las falacias de su Telegram ha conseguido reunir a los suficientes radicales como para proyectar su descomposición y su paso definitivo a la irrelevancia. En pocos días empezaremos a ver una medida de genitales entre radicales, a ver quién es más outsider. En ese duelo de la testosterona, Vox empezará a decir que, si Alvise va a poner una cárcel, ellos van a poner dos. Que si Alvise dice que va a construir un muro, ellos van a poner tres. Y así crecerá esta espiral lunática de lo irrealizable, hasta acabar en un plató random diciendo que están preparando tropas para tomar Gibraltar o que Bukele se va a quedar en pañales con lo que tienen preparado.

Y luego, ay, está el miedo a que ese tutor legal, que les abrió las puertas de casa sin miramientos y sin pararse a pensar que se convertiría en su mayor error político contemporáneo, los borrase al hacerlos chicos y retratara su inutilidad gobernando, que es como de verdad se disuelven los populismos sin más fondo que el tuit y el brochazo gordo, la bravata y el golpe de pecho. Con la imagen de Podemos y Sumar evaporándose, cociéndose en el fuego lento sanchista, le han dado al PP, Partido Progenitor, del que nadie se olvide que le dio el chupete y el bibi a Abascal antes de pasar por el estilista, la mejor noticia posible: que se marchaban de casa, que se independizan.

Ese regalo es una bendición, pero como decíamos hay que saber aprovecharlo, desprecintarlo con cuidado y usarlo con inteligencia. El PP debe surfear esta ola para volver al sitio del que nunca debió moverse, el de darse cuenta y creerse su factor diferencial: el ser un partido de Estado, solvente, que está en las cosas importantes, en las que de verdad cambian el rumbo. Tiene que hacer una pedagogía sosegada de la infinidad de debilidades que ha dejado Vox al descubierto con esta jugada. Como cuando Ciudadanos, debe, con elegancia y tacto, empezar a cuidar a todos esos que han huido de la secta, darles ese calor que necesita el que ha sido castigado y humillado para que cuente lo que de verdad hay, para que baje del pedestal a los que solo actúan por interés propio.

También haría bien en meter el dedo en esa enorme llaga de la incongruencia: para qué va a querer la gente votar a alguien que ha renunciado a la posibilidad de estar en la toma de decisiones, a un partido anclado en la eterna edad del pavo. La marginalidad es un buen sitio para gritar, pero nunca para actuar. Para ello también necesita decidirse, sin pasos en falso, a ahogarlos en el océano de la irrelevancia en el que se han metido solitos. Conseguir que la sociedad los mire con pereza, resoplar con sus ocurrencias, apagar poco a poco su voz, y cuando la escuadra sanchista vuelva a mover el espantajo, explicarle a la opinión pública que desde el jueves esos señores inestables han empezado una guerra por ver quien ha madurado menos con un tipo cuyo partido se llama ‘Se acabó la fiesta’.  Que eso, que ellos están en una pelea a las puertas de una discoteca, y que el líder de la oposición tiene asuntos más importantes que atender.

Si el PP quiere potenciar este contexto tiene que empezar a trabajar bien y organizado, unido. Hacer una oposición implacable, pero sin exabruptos. Conjugando a cañeros, portavoces de lo punki, y estadistas. Llevando la iniciativa contra el cerco de Pedro Sánchez y explicándole a la base social de enfadados de la izquierda e indecisos, que son la clave para una mayoría absoluta que se antoja complicada, pero no imposible si se sabe leer la actualidad, que el cambio solo pasa por un lado, y que ese cambio no es el apocalipsis que les quieren vender los que llevan un año sin aprobar leyes, faltando a su palabra, gobernando con prófugos, haciendo añicos el Estado de derecho, con su ex secretario de organización en el Grupo Mixto, la mujer del presidente citada, con la Moncloa cayéndoles sobre la cabeza.

En las mujeres y los jóvenes está una de las claves de bóveda sobre la que debe pivotar la estrategia venidera. Hacen falta propuestas de las que dan en el corazón de la vida de la gente, las que consiguen que a la hora de comer una madre pida el mando para subir lo que dicen en el telediario, diagnósticos y también soluciones, recorrer España de punta a punta explicando que es posible que vuelva a haber política fuera de las faltadas y las riñas de recreo del Congreso de los Diputados. Entrar de una vez por todas en la guerra de las redes sociales, con verdaderos expertos que arreglen esa rueda y adapten el mensaje a un lenguaje más actual. Está bien ir a podcast, pero hay que saber amoldarse a los nuevos medios, no basta con estar, hay que ser, conquistar. Hacer las cosas con sentido. Aunar las dos almas del PP, Juanma Moreno e Isabel Díaz Ayuso, demostrar que la pluralidad es avance. Desarmar con los hechos el universo de etiquetas y obstáculos que agita Sánchez. El camino está ahí, solo hay que saber andarlo.

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