Me han pedido que escriba un artículo sobre la figura de la reina Letizia, cuando se cumplen los 10 años de la llegada al trono de España del rey Felipe VI. Pero voy a comenzar con una reflexión sobre estos 10 años de reinado. Creo que el rey Felipe y la reina Letizia han leído bien la España en la que el rey ostenta la jefatura del Estado y han renovado la institución monárquica a los tiempos actuales. Los monarcas parlamentarios del siglo XXI son altos funcionarios del Estado, con las exigencias que demanda la ciudadanía y la política democrática de este siglo. Les ha tocado afrontar en esta década momentos constitucionales y parlamentarios complicados y han sabido preservar la Institución. Ambos han conseguido dar un giro adecuado a la percepción que mucha gente tiene sobre la Corona y la utilidad de la misma para la representación del país y con la historia reciente.
La reina Letizia forma parte de una generación de reinas de las actuales monarquías parlamentarias europeas diferente. Diferente porque no proviene ni de la realeza ni de la aristocracia, es la primera reina consorte de España que no tiene este origen y, en mi opinión, que el inicio de sus vidas haya sido tan distinto -él nace príncipe heredero y ella es una mujer de su tiempo- conforma una mezcla acertada para las funciones que tienen que cumplir en el servicio a nuestro país. Esta combinación que nace de la libertad de elección de ambos para erigirse como pareja y como monarcas es, a mi juicio, apropiada tanto para la evolución de los valores vividos y practicados en una España moderna como para la adecuación de la propia monarquía a nuestro presente, en el que la igualdad ha avanzado a pasos agigantados y no hemos hecho más que crecer en justicia social, en derechos y libertades, en definitiva, en la necesaria modernización política de un país que salía de una dictadura.
El perfil de la reina
Tenemos una reina con una amplia formación y que ha desarrollado una carrera profesional previa, el periodismo, algo que probablemente le ha sido muy útil en las tareas de Estado que ahora desempeña. Ambas características tienen un gran valor para las labores de representación institucional que tiene atribuidas en la agenda que el rey delega en ella. La reina está conectada con los asuntos reales que preocupan a la ciudadanía, los que están en la conversación pública. La ecología, la igualdad, la atención a los colectivos más desfavorecidos o la cooperación internacional, son temas en los que interviene desde su posición constitucional pero ayudando a la agenda de los asuntos importantes para la mayoría.
Habla con mesura pero con claridad y autoría, sobre todo cuando lo hace al margen del discurso escrito. Tiene mimbres más que suficientes para hacerlo, lo que añade un plus de veracidad a sus intervenciones. En mi modesta opinión, es un activo para la monarquía e incluso me atrevería a decir que complementa el perfil del rey Felipe. La reina le ha acompañado en la defensa de la institución y ambos han leído muy bien en lo que se tenía que convertir para el siglo XXI, abriendo camino a la princesa de Asturias, la futura reina.
No puedo dejar de abordar para finalizar esta tribuna su papel como madre, como madre de dos hijas, una de ellas la futura reina de España. En ese difícil equilibrio de compaginar la institución con la familia, la reina Letizia conjuga de una manera inteligente y propia de los tiempos que vivimos, la crianza y educación de sus hijas. Adivinamos una madre cercana, cariñosa, cuidadora y educadora. Una madre que deja huella de afecto verdadero y seguro en sus hijas. Una de ellas, la princesa de Asturias, está llamada a ser la futura reina y podrá disponer para siempre de ese depósito de seguridad que le dejará sin duda el cariño de una madre y un padre.