El experto

¿Puede Vox lograr el resultado de Le Pen?

El partido de Le Pen creció del 9% al 21% en apenas dos años. En España, un 8,2% eligió a Vox

Emmanuel Macron vota en las elecciones de este domingo. EFE/EPA/YARA NARDI / POOL MAXPPP OUT

Hasta ayer domingo podría tener algún sentido realizar comparaciones entre los electorados de Vox y Reagrupamiento Nacional de Le Pen, antiguo Frente Nacional. Las dos formaciones tenían un respaldo popular de rango similar, un perfil de votante similar en su mayor parte y una narrativa política con elementos comunes. Sin embargo, el potente crecimiento de Le Pen sitúa a esta formación en una dimensión de transversalidad, a la que Vox aún no puede aspirar.

– En España, un 8,2% de todas las personas con derecho a voto en las últimas elecciones generales eligió a Vox.
– En las últimas europeas el respaldo conjunto a Vox y a Alvise fue del 7,0% sobre censo.
– En la primera vuelta de las elecciones legislativas en 2017 en Francia, el 6,3% de todas las personas con derecho a voto optó por el Frente Nacional.
– En 2022 el apoyo al partido de Le Pen subió hasta el 8,7% sobre censo. Un avance de menos de tres puntos que no parece un crecimiento muy considerable, teniendo en cuenta que ya se había superado la pandemia.
– Este domingo, sin embargo, la lista patrocinada por Le Pen ensancha de nuevo su espacio político y supera ahora el 21% de voto sobre censo. Del 9% al 21% en apenas dos años.

Analizar los resultados de las elecciones sobre censo es mejor que atender solo al voto válido, especialmente si se produce un crecimiento notable de la participación, como fue el caso de ayer: subió casi 20 puntos en comparación con las anteriores elecciones legislativas.

No es fácil encapsular todas las motivaciones que se encierran detrás de un resultado como el actual y sería, además, muy presuntuoso tratar de proyectarlo hacia el futuro en España. Pero conviene tenerlo presente para levantar la mirada y tratar de entender lo que está pasando.

A lo largo de las dos últimas décadas, una numerosa parte de la población considera que el centro de gravedad de los beneficios del sistema, el denominado Estado del bienestar, se sitúa de forma prioritaria al alcance de quienes nacieron antes de 1970. Una arquitectura de la convivencia de la que muchos se sienten ajenos a casi todas sus cosas buenas, pero especialmente en tres campos: sanidad, vivienda y pensiones. Sienten que forman parte de la Francia –o de la España– de las obligaciones y no de la España –o de la Francia– de los derechos.

A la frustración que supone vivir una vida profesional alejada del lustre que imaginaron, añaden un desengaño, quizá más doloroso, al protagonizar la primera generación que vive peor que la de sus padres.

Por eso, no es difícil entender que sientan como una agresión casi directa cualquier obstáculo burocrático que justifique la consecución de unos “valores horizonte” –como son el ecologismo o el feminismo–. No necesariamente tienen por qué estar en contra de estos valores o de los objetivos de la agenda 2030, pero perciben que la izquierda no hace más que levantarles el dedo cuestionando sus comportamientos con discursos moralizantes que les hacen sentir culpables. Y si tratan de buscar algún tipo de protección por parte de las instituciones públicas, sienten que la ventanilla se cierra en sus narices, mientras que para otros siempre permanece abierta. Cuando el factor de la inmigración entra en escena, especialmente aquella que supone un contraste civilizatorio primario, su malestar se agrava.

En definitiva, este ramillete de agravios suele encontrar salida electoral en los “partidos de diagnóstico”, es decir, en aquellas formaciones cuya promesa política se limita a una amarga descripción de los problemas actuales que no desarrolla una propuesta de futuro. Lo fue Podemos en 2014 y Vox en 2019. Pero en el caso francés, a la condición de partido de diagnóstico hay que añadir una propuesta de contraste basada en una oferta desacomplejada de “valores raíz”. Frente a los “valores horizonte” de la izquierda, los “valores raíz”, como la familia o la nación, son los que hoy mejor sintonizan con el creciente cabreo latente, que ya es mayoritario en algunos segmentos de la población.

La peor forma de resolver un problema es negar su existencia y fallar en su diagnóstico. En mi opinión, esta cuestión no va de una simple y maniquea lucha antifascista, sino de abordar con determinación las verdaderas causas de la extendida sensación de desconexión con una política que no habla de los problemas cotidianos de la gente. De entender el origen del declive de un sistema que no funciona para muchos y de la profunda sensación de desprotección por parte de los poderes públicos. En suma, mientras siga existiendo la triple percepción de orfandad política, degradación sistémica y abandono asistencial, este tipo de ofertas políticas tendrán grandes noches electorales.

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