Era un viernes caluroso a mediodía en el puerto de La Restinga, el punto más meridional de España, en la isla de El Hierro. El viento del Atlántico arrastraba el eco del mar cuando un enorme cayuco, acompañado por una lancha de Salvamento Marítimo, llegó hasta el muelle herreño. Esta vez, no solo traía sueños e ilusiones. A bordo, junto a las 174 personas, entre ellas mujeres y niñas, se encontraban dos cuerpos sin vida. Los servicios de asistencia desembarcaron en primer lugar el cadáver de un joven. Tras revisar la embarcación, no se hallaron más personas a bordo. Sin embargo, horas más tarde, mientras se procedía a destruir el cayuco, los operarios encontraron el cuerpo de otro joven migrante, oculto entre los desechos acumulados durante la dura travesía.
El último tramo de su viaje, cruel e implacable, les arrebató la oportunidad de un nuevo comienzo. Las olas, que alguna vez fueron su vía de escape, ahora los devolvían inertes, como tristes recordatorios de la brutalidad de la ruta migratoria más peligrosa del mundo.
Según el informe de la ONG Caminando Fronteras, en los primeros cinco meses de 2024, un promedio de 33 personas ha muerto cada día intentando llegar a las costas europeas. Este dato, el más alto registrado en la historia reciente, contrasta con el ya trágico promedio de 18 muertes diarias en 2023. La ruta atlántica, que incluye salidas desde Mauritania, Senegal y Gambia, ha sido especialmente mortal: el 95% de las víctimas de este año han perdido la vida en esta travesía. Entre ellas, 154 mujeres y 50 niños.
En el pequeño municipio de El Pinar, en El Hierro, las noticias corren rápido. La tragedia vuelve a golpear, pero también lo hace la solidaridad. El ayuntamiento apoyado por los vecinos ha decidido una vez más ceder nichos en el cementerio local. Allí, en esa tierra que nunca fue su destino, descansarán los jóvenes que no lograron completar su travesía. Ahora, en la muerte, comparten con los habitantes de El Pinar algo más que el paisaje; comparten su último destino.
El lunes, la autoridad judicial ha ordenado la inhumación de los cuerpos de los dos jóvenes, cuyas identidades siguen siendo un misterio. Mientras tanto, al otro lado del mar, sus madres, hermanas y familias nunca sabrán que el destino les arrebató el futuro. Los nichos 812 y 816 aguardan el momento de recibir los féretros, donde estos jóvenes descansarán para siempre. En una tierra lejana, recibirán el último adiós que no pudieron tener en su hogar.
La ceremonia es austera pero cargada de respeto. A las tres de la tarde, bajo el sol que aún calienta las piedras del cementerio, los asistentes se reúnen. Sobre los soportes reposan dos féretros sencillos, sin adornos, esperando ser depositados en la tierra. El alcalde y varios miembros de la corporación municipal encabezan el acto, que refleja el dolor colectivo y la dignidad con la que se quiere honrar a estos desconocidos que llegaron a la isla en las circunstancias más terribles. No importa cuántas veces el mar les devuelva la tragedia, el pueblo de El Pinar siempre estará ahí, dispuesto a ofrecer un último adiós digno a quienes no lograron completar su travesía.
Entre los presentes destaca una figura que nunca falta: Joke, una mujer neerlandesa de mirada serena, que lleva más de treinta años viviendo en El Hierro. Aunque su vida personal está lejos de la tragedia migratoria, ha comprendido el dolor ajeno. Con paso lento, se acerca a los féretros, coloca una mano suave sobre la madera y murmura palabras apenas audibles. Nadie las escucha, pero parecen cargadas de todo el respeto y la compasión que siente por estos jóvenes a los que nunca conoció, pero que ahora forman parte de su vida. Quizás sean oraciones, o tal vez simples palabras de consuelo, dirigidas a las almas que, sin conocer, intenta ayudar a encontrar paz en su último viaje.
Joke se describe a sí misma como una “artista”, y actualmente vive de una pensión no contributiva, una situación que atribuye a no haber cotizado “lo suficiente” a lo largo de su vida laboral, según confiesa. Ha roto todos los lazos con su país natal, los Países Bajos, y asegura que no extraña su antigua vida en Holanda. Se siente completamente parte de la comunidad herreña, habiéndose integrado plenamente en la isla de El Hierro, que ahora considera su verdadero hogar.
Ella describe quien es “cada uno nace con ciertos dones. Son un regalo. Y cuando sucede algo en una comunidad, siento que es casi un deber aportar algo de mí, una especie de agradecimiento. Ahora que tengo más tiempo, pienso que en mi mochila de experiencias como artista tengo cosas que pueden ser útiles. Comparto obras que invitan a la reflexión y música que intenta captar la esencia de cada día. A veces lo logro, otras no. También hago viñetas; con pocos trazos y palabras, se pueden contar muchas cosas”.
Una amiga cercana, que también participa en los sepelios, la describe como una mujer con un gran talento artístico. Joke domina las artes plásticas con facilidad, destacando en el dibujo y la pintura, lo que la convierte en una artista multidisciplinar. Sus habilidades artísticas son solo una parte de la profundidad con la que se involucra en la vida de la comunidad, aportando belleza y consuelo en cada ritual que realiza.
Los vecinos observan en silencio. Algunos inclinan la cabeza, conscientes de la tragedia que ha tocado sus costas. Este ritual se repite con una frecuencia dolorosa, pero cada vez, el respeto y la compasión de la comunidad isleña son más palpables.
Cuando el reloj marca las tres, el silencio del cementerio se rompe con un suspiro colectivo. Las almas que llegaron buscando una nueva vida, aunque no lo lograron, al menos encontrarán aquí el descanso que tanto merecen. En una tierra extraña, lejos de su hogar, pero acogidos por un pueblo que no cierra los ojos ante su dolor.
Joke no está acostumbrada a estos entierros, aunque los repite cada vez con mayor frecuencia. “Llevo más de 30 años en la isla”, comenta con voz pausada. “Al principio, cuando empezó la ruta canaria, todo era muy distinto. Pero en los últimos años ha empeorado mucho. Hoy hemos enterrado al migrante número 20 de este año“. Para ella, las cifras pesan en el alma. No son números, son vidas que se apagan demasiado pronto.
No se considera una experta en migración, pero ha visto de cerca cómo las muertes en la travesía se han multiplicado. “Llega gente fallecida a nuestras costas. No es algo extraño, aunque no siempre se vea”, dice con resignación. A pesar de ser inmigrante, haber llegado de forma regular no la hace ajena a la tragedia. “Podría ser mi hermano o mis primos. Ellos también tienen sueños, pero lo que encuentran es desilusión. Muchos pierden la vida de forma dramática”.
Joke se pregunta constantemente cómo es posible que esta tragedia continúe. “La solución es sencilla”, afirma con determinación. “Es una cuestión de voluntad política”. Y es que, para ella, muchas de las personas que arriesgan sus vidas en el mar ya han intentado conseguir visados de manera legal, pero se encuentran con un muro burocrático. “Es como una lotería”, lamenta.
En cada entierro ella se ha ganado el respeto y la admiración de los vecinos por su particular ritual: construye pequeños barcos de papel llenos de flores frescas y los deposita en los nichos de los migrantes fallecidos. “Empecé a hacerlos porque quería ofrecer algo simbólico. No soy musulmana, pero siento que hay muchas formas de mostrar respeto”, explica con humildad. En ocasiones, algunos jóvenes senegaleses o gambianos que están de paso recitan oraciones del Corán, pero no siempre están presentes. “Hoy, por ejemplo, quemé dos velas para que sus almas descansen en paz”.
Su voz, entrecortada por la emoción, refleja que esta situación la afecta profundamente. “Yo no soy más que una de tantas personas aquí. A fin de cuentas, también soy inmigrante. Llegué de manera mucho más regulada, pero esto me afecta profundamente. Podría ser mi hermano, mis primos, con sueños e ilusiones de mejorar sus vidas por ellos y por sus familias. Pero lo que encuentran es desilusión, y muchos de ellos dejan su vida en el camino de forma dramática”.
Aunque ha pensado en hacer algo más permanente, algo que quede como memoria, sabe que la vida sigue y que la muerte, lamentablemente, no se detiene. Lo único que tiene claro es que esta situación no debería seguir ocurriendo. “Estos jóvenes tienen todo el derecho del mundo a viajar de manera segura, como lo hacemos nosotros. No deberían morir en el mar, igual que nosotros tenemos el derecho de tomar un avión, descubrir, desilusionarnos y regresar a nuestro país si no nos gusta lo que encontramos”.
Joke hace una reflexión sobre como las redes sociales influyen en el comportamiento de las personas “soy consciente de que vivimos en tiempos en los que la gente apenas lee más allá de los titulares, y de alguna manera, quiero ofrecer algo más profundo, algo que invite a pensar. Quizás todo lo que hago es raro y diferente, pero es lo que soy. A veces pienso en retirarme un tiempo de las redes y dedicarme a los proyectos artísticos que tengo pendientes. Pero con todo el dolor que veo, no encuentro el momento para mirar hacia otro lado. Todavía hay demasiado por hacer, demasiado dolor para ignorar. Por eso estoy muy enfadada, triste y enfadada al mismo tiempo”, concluye, con la tristeza de quien ha visto demasiadas veces el fin de un sueño antes de tiempo.