Decía el escritor y periodista Agustín de Foxá (1906-1959) que “los españoles estamos condenados a ir siempre detrás de los curas, o bien con el cirio o bien con el garrote”. La frase, gamberra e irreverente, referida al inmenso espacio público que ocupaba el fenómeno religioso ha perdido vigencia porque la caída de quienes se declaran católicos (practicantes y no practicantes) es incesante. Aunque también es obvio que asuntos como la muerte del Papa suscitan un enorme interés.
Según datos del último barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), la media de hombres y mujeres que se definen católicos en España es del 54,4%. En el mismo CIS se puede consultar la caída en picado a lo largo de las últimas décadas. Hace 40 años, en 1985, el porcentaje de católicos era del 87%. Hace 20 años, en 2005, era del 79%. Hace 10 años, en 2015, era del 69%. La tendencia se ha acentuado hasta la mencionada cifra actual del 54,4%.
Pero esa cifra, esa media de quienes declaran católicos, no es homogénea entre hombres y mujeres. El 59,1% de las españolas se definen como católicas (incluye de nuevo practicantes y no practicantes). En cambio, solo el 49,5% de los españoles se define católico. ¿Por qué estos 10 puntos de diferencia?

El sociólogo Rafael Ruiz, autor del libro La secularización de España y profesor en la Universidad Autónoma de Madrid, explica a Artículo14 que “este gap (vacío) entre hombres y mujeres ha existido históricamente en España”. “Son diferencias que pueden verse a lo largo de toda la serie histórica de datos. Todavía existen, pero lo cierto es que se van reduciendo con el paso de los años. Solo hay que fijarse en las capas más jóvenes de la población para comprobar que la brecha tiende a reducirse”, nos cuenta.
La esfera pública y la privada
A su entender, el llamado proceso de modernización de la sociedad ha ido modificando la asignación tradicional de roles. “Los hombres han tenido más presencia que las mujeres en la esfera pública durante muchos años. En esta esfera pública la disminución de la influencia de la religión ha sido evidente y ha tenido consecuencias en la menor religiosidad de los hombres. Las mujeres, durante demasiados años, han cargado con la responsabilidades domésticas y pasado mucho más tiempo en el hogar; el ámbito privado es más propicio que el público para la vida religiosa”, dice Rafael Ruiz.
La socióloga Marta Trzebiatowska, coautora de ¿Por qué las mujeres son más religiosas que los hombres?, escribió que “los roles sociales de las mujeres las mantienen más cerca de la religión que los hombres”. “Dar a luz, criar hijos, cuidar de los ancianos y los moribundos: estos trabajos hacen que las mujeres estén más en contacto con las instituciones religiosas”, dijo.
Dicho de otra manera, según Trzebiatowska: “Cuanto más tiempo pasan las mujeres cuidando de los demás, especialmente en momentos cruciales del curso de la vida, más simpatizan con la religión en general y la religión organizada en particular”. Y, por el contrario, “debido a que los hombres generalmente no tienen la tarea de cuidar y enseñar a los hijos, pueden ser más descuidados con sus obligaciones (religiosas)”.
El contexto
España se encuentra entre los países de Europa Occidental que han experimentado el proceso de secularización más rápido. De hecho, mientras que el número de no-religiosos apenas superaba el 13% en el año 2000, ahora se estima que casi el 40% de la población adulta en España se identifica como no-religiosa, una cifra que asciende a más del 60% entre los grupos demográficos más jóvenes.

El politólogo estadounidense Ronald Inglehart, por su parte, observó en sus estudios un descenso de la religiosidad a nivel mundial. Basándose en datos de la Encuesta Mundial de Valores (WVS), 43 de los 49 países incluidos en la encuesta se volvieron menos religiosos en este primer cuarto del siglo XXI.
En el contexto de Europa Occidental, la proporción de individuos no religiosos se ha triplicado en el siglo XXI a lo largo de las últimas tres décadas. Son datos parecen respaldar las versiones más clásicas de la secularización como una pérdida constante de la religión en paralelo al proceso de modernización.