Juan Lobato: ahora ya te conocen Perry, Blas y el Tato

El ya exlíder del PSM trató de cambiar las formas de la política madrileña, pero su estilo suave y su poco punch mediático le pasaron factura ante Ferraz, donde ya querían sustituirle antes de su visita a la notaría

Juan Lobato ha dimitido como secretario general del PSOE de Madrid

La semana pasada la terminó el PSOE pendiente de lo que pudiera decir ante los tribunales un morador de Soto del Real, en concreto de su presidio; el corruptor (ya confeso) Víctor de Aldama. Esta semana los socialistas la van a acabar también en vilo por lo que pueda contar ante el juez otro habitante de Soto del Real, pero éste empadronado en el municipio, residente en un chalé y con carné del partido.

Juan Lobato consiguió agarrar por primera vez para la izquierda el bastón de mando de la localidad serrana y lo atesoró seis años, desde 2015 hasta 2021. Fue entonces cuando dejó la alcaldía para meterse (con la venia de Pedro Sánchez) en el fregado de tratar de ordenar a los siempre desordenados socialistas madrileños. Este técnico de Hacienda del Estado, apasionado de la naturaleza y de su familia se puso a pedalear consciente de que afrontaba todo un Tourmalet político. La marca madrileña del PSOE, que lleva 30 años sin catar la moqueta de Sol, había sido superada por Más Madrid y los dos juntos habían sido arrollados por una Isabel Díaz Ayuso que transmutó de meme ambulante a depredadora comiéndose a todo rival que se le puso por delante (incluido el propio líder de su partido).

“Dicen que no me conoce ni Perry, que no me conoce ni el Tato, que no me conoce ni Blas”. Así empezaba uno de los vídeos de campaña de un candidato que desde el principio asumió su hándicap. Un spot que explicaba muy bien la forma de ser de un político al que su mujer define como un padrazo; “en casa sí le conocemos”. Lobato, alérgico a las maneras de su némesis popular, trató de exportar a la Asamblea los modos que le habían dado mayorías absolutas en su pueblo. Con un libro de estilo parecido al de su antecesor Ángel Gabilondo afrontó el huracán Ayuso sin ir al choque, tratando de capearlo hasta que quedara reducido a tormenta de verano.

Huelga decir que no le funcionó. Desde la casa de Correos le observaron casi con ternura y desde Ferraz pronto empezaron a mirarle con suspicacia, tratando de tutelarle en su labor de oposición y recordándole que a la presidenta madrileña “no se la va a ganar con abrazos”.

Nunca se sintió cómodo Lobato con el disfraz de killer que quería colocarle una dirigencia que, aunque dice renegar de los métodos de Ayuso, desea contar con un portavoz que la desafíe y no tenga miedo de pringarse en su barro. Desde bien pronto comenzaron a desatarse las quinielas crónicas que lleva aparejado el puesto de secretario general del PSM. Lobato mientras tanto buscaba notoriedad en medios de derecha, hacía propuestas fiscales alejadas de las que pregonaba la dirección de su partido, defendía sin ninguna pasión la amnistía o se abría a aprobar las cuentas del Partido Popular para que éste no dependiera de Vox.

Muchos socialistas creen que la amenaza eterna de sustitución que se cernía sobre él fue lo que motivó el movimiento en falso de acudir a la notaría con los mensajes cruzados con Pilar Sánchez Acera. Una Ferraz que no escarmienta llevaba un tiempo cocinando un nuevo desembarco de candidato con cartera de ministro en el complicado ruedo madrileño y ya había aventado el nombre del actual titular de Transformación digital y Función pública Óscar López. Lobato trató de resistirse y plantar cara, pero poco se puede hacer cuando te arrolla el aparato y ya no tienes ni el parapeto de las bases. El movimiento defensivo del hoy exlíder de los socialistas madrileños es calificado de “naif” o de “traición” por muchos de sus colegas que en público dicen respetar la “decisión personal” que ha tomado Lobato con su cese.

Una buena dosis de inocencia si hay en este político que a comienzos de esta semana cuando su nombre copaba las portadas y su móvil no paraba de hervir entre preguntas de los periodistas y presiones de su partido se dedicaba a colocar el árbol de Navidad con su mujer y sus tres hijos, ajeno a todo. Lobato trató de cambiar los modos en la arena asamblearia madrileña y no lo consiguió, pero al menos parece que la trituradora política madrileña tampoco logró cambiarle a él.

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