A mi amigo Josecho Vía Leira.
Feijóo y yo compartimos muchas cosas, aunque solo le he saludado una vez en mi vida. Los dos somos miembros de la generación del baby boom, fuimos vecinos de la coruñesísima plaza de Vigo, tenemos a nuestros hijos estudiando en el mismo colegio y compartimos, sobre todo, haber trabajado largos años (aunque en épocas diferentes) al lado de José Manuel Romay Beccaría, el cardenal Mazarino de la política española, y habernos criado en la Galicia verde y rural. Por eso amamos a Hölderlin: “Yo fui educado/ por el murmullo armonioso del bosque, / y aprendí a querer/ entre las flores. / He crecido en brazos de los dioses…”.
Alberto Núñez Feijóo se crio en una pequeña aldea gallega – Os Peares- y está a un paso (el último paso, el paso más difícil) de habitar en el palacio de la Moncloa. Tiene muchísimo mérito haber hecho este recorrido perteneciendo a una familia humilde, a una familia de clase trabajadora. No es lo mismo haber nacido en Neguri, en Sarriá-Sant Gervasi o en el barrio de Salamanca que en un pequeño pueblo de la Galicia interior en los años sesenta. No es lo mismo, el camino es mucho más complicado y empinado.
“Balbino. Un rapaz da aldea. Coma quen di, un ninguén“. Así comienza Memorias dun neno labrego, la emocionante y preciosa Biblia de la literatura gallega, del gran Xosé Neira Vilas. Creo que no hace falta traducir nada, basta sustituir Balbino por Alberto, para que sepamos la pasta de la que está hecho el político orensano. Feijóo es un hombre hecho a sí mismo, y las personas hechas a sí mismas son de la aleación del acero no de la de la hojalata.
En Galicia, Núñez Feijóo completó un cursus honorum triunfal e inigualable. Sucedió con éxito a un gigante como don Manuel Fraga y acumuló (como Gladstone, Roosevelt y Felipe González, ¡palabras mayores!) cuatro victorias electorales, en su caso cuatro mayorías absolutas. Esto, frente a lo que algunos puedan pensar, no es sencillo, porque en Galicia no todos los votos, no todos los caminos van al PP, hay otros puentes y pontones.
En el Finisterre de los romanos, Feijóo se labró fama de político serio, honrado, eficaz; de político en el que se puede confiar. La confianza es como el buen nombre, se gana en muchas tardes y se puede perder en una sola. Estoy seguro de que si se encargase a la clase política nacional una gran venta de vehículos de ocasión, Feijóo sería el político al que más españoles le comprarían un coche de segunda mano.
Hace dos años y medio Feijóo abandonó Galicia y llegó a Madrid. Muchos pensaban que llegaba un nuevo Kennedy, pero llegó Alberto Núñez Feijóo, y lo que parecía que iba a ser una operación relámpago para alcanzar el poder se ha convertido en una dura travesía por el desierto. ¿Por qué? Las razones son muy variadas: unas, imputables al político gallego, y otras, fruto de los elementos y las circunstancias.
Feijóo siempre ha gobernado, casi nunca ha hecho oposición, y se le nota. No es lo mismo vestir el traje de luces de líder de la oposición que el traje a medida de presidente del Gobierno. Ser el líder de la oposición es el cargo más duro, difícil e ingrato que existe en la política española. En Génova 13 no tienes poder y además no tienes un duro. Cualquier alcalde importante, y ya no digamos presidente de comunidad autónoma, a la mínima se te sube a las barbas. No es casualidad que el divino Giulio Andreotti pronunciase una de sus máximas más célebres a la salida de una visita a Génova 13: “El poder desgasta sobre todo al que no lo tiene”.
No hace falta ser Zarzalejos, Juliana o Vallespín (los grandes popes del análisis político español) para saber que si el PP no une a la derecha, los socialistas seguirán en Moncloa sine die. Vox es la viagra de Sánchez: divide a la derecha, moviliza a la izquierda y polariza al país. Vox no solo es la kriptonita del PP, es la kriptonita de la alternancia electoral en nuestra patria. Los números no mienten, la ley d´hondt es implacable. Los resultados de la provincia de Gerona en las últimas elecciones generales son el mejor ejemplo del gran favor que el partido de Abascal le hace al PSOE en toda España.
Por eso, Sánchez infla a Vox; por eso, con su maquiavélica inteligencia política, aprueba medidas que molestan a los alcaldes y concejales socialistas, pero que entusiasman a sus socios radicales y, al mismo tiempo, enervan a los votantes de la derecha extrema. Los ataques a la tauromaquia son el mejor ejemplo. ¿Alguien cree que en cientos de pueblos de España los votantes socialistas aplauden eso? Al líder socialista los toros no le importan nada, pero sabe que atacándolos le da una cornada brutal al PP, porque refuerza a los socios ibéricos de Orban.
De todos los ataques que los amigos españoles de Marine Le Pen le hacen a Feijóo (a Sánchez, al que no cesan de salvar en votaciones parlamentarias, lo hostigan mucho menos) el más curioso es el de llamarle independentista por defender la lengua gallega durante su paso por San Caetano. Sr. Abascal, si la Xunta de Galicia no defiende a lingua galega, ¿quién la defiende? ¿Putin, Ortega-Smith o Trump? No, Feijóo no es ningún nacionalista exacerbado, es un español que sabe que en España hay cuatro maravillosas lenguas oficiales y un gallego que lleva en su corazón y en su garganta el castellano y el gallego. Pero es también un gallego que sabe que a lingua galega necesita moito apoio, porque é unha flor moi pequena, humilde e sensible; a flor máis fermosa do xardín da galeguidade. Es llamativo cómo sus adversarios políticos utilizan los idiomas para atacar a Feijóo, ya que se olvidan de que es poliglota. Habla castellano, gallego y sabe latín (se lo enseñó Romay) y ahora está aprendiendo, además de inglés, euskera.
Las críticas que muchos hacen, hacemos, a Feijóo son ya lugares comunes y se resumen, principalmente, en tres: Madrid no es Galicia, la calidad del equipo que le rodea y los errores cometidos en los dos meses que transcurrieron del 28 de mayo al 23 de julio del año pasado. Que la capital de España no es lo mismo que la tierra de Rosalía y Cunqueiro lo sabe todo el mundo y lo sabemos, especialmente, los paisanos de don Ramón María del Valle- Inclán, y Alberto Núñez (como le llama José Manuel Romay) también lo debería saber. Si alguien ha demostrado históricamente que sabe navegar por el proceloso océano madrileño somos nosotros y es por una razón geográfica. Como escribió el gran poeta de Celanova, Celso Emilio Ferreiro, “Galicia linda al norte con los vientos alisios y al sur con un barrio de Buenos Aires”. Madrid forma parte de nuestras aguas jurisdiccionales y por eso los gallegos navegamos por el paseo de la Castellana con la misma facilidad que por la ría de Arosa.
Feijóo tiene que reforzar su equipo, como lo refuerza Sánchez, que va a acabar convirtiendo Moncloa en un nuevo Pentágono. ¿Quiénes son los miembros del gabinete en la sombra del Partido Popular? ¿Quién es el De Guindos, la Calviño de Feijóo? Y cito a mi paisana Nadia porque sigue de Cuerpo presente en el ministerio de Economía. Ha bastado un fichaje de fuste y relumbrón, hecho hace unos meses, el del diplomático Ildefonso Castro, para que ya se aprecien “brotes verdes” en materia internacional. Brotes que sofocan al ministro Albares y alivian a María Coraje Machado.
Tras su contundente victoria en las elecciones autonómicas y municipales de mayo, el PP ofreció a los españoles, hasta las generales de julio, un recital de errores que constituyen una auténtica antología del disparate político, errores que no se pueden repetir. El PP, en los pactos con Vox, se comportó como el ejército de Pancho Villa. Solo Jorge Azcón en Aragón hizo lo que había que hacer, que es lo mismo que Sánchez ordenó hacer al PSOE, acertadamente, en Navarra con Bildu. Esas semanas cruciales el PSOE fue una orquesta y el PP una banda. Y de eso se dio cuenta todo el mundo, no solo los melómanos …
Estamos otra vez en período electoral. De hecho, todo lo que nos queda de legislatura va a ser una continua campaña electoral. Lo primero que tenemos que saber es que la gestión no gana elecciones (y más estando en la oposición), las pierde. Las elecciones las ganan las emociones. Si Feijóo le quiere ganar a Sánchez tiene que lograr que miles de antiguos votantes del PP, hoy escorados a la derecha, vuelvan a la gran casa del centro derecha español. Eso es posible porque en España, gracias a Dios, a Alá y a Buda, no hay cuatro millones de Buxadés. Feijóo solo logrará este trasvase de votos hablándole al corazón de los españoles y emocionándolos. Si la oratoria de Feijóo sigue siendo la de un gerente de hospital, si sigue habitando en la edad de hielo de la retórica, el PP seguirá muchos años en el glaciar de Génova 13.
Muchos pensarán que ese cambio no es posible, que Feijóo, como Cornelia en El rey Lear, dirá: “No consigo elevar mi corazón hasta mis labios”. Yo les contesto como Ofelia en Hamlet: “Sabemos lo que somos, pero aún no sabemos lo que podemos llegar a ser”. Shakespeare, siempre Shakespeare, el inmenso bardo de Avon retrató el alma humana como Francisco de Goya retrató a los Borbones.
No será intensificando la crítica y la tensión como se vencerá al Gobierno. La expresión “Sánchez es muy malo” está ya muy gastada y la mitad de los españoles no la compran. A Sánchez se le vencerá desde la mesura, desde las propuestas en positivo, desde la oferta de un gobierno adicto al sentido común, al interés general; un gobierno que no divida, que no enfrente a los ciudadanos. A Sánchez se le vencerá desde el liderazgo claro de una alternativa. Un liderazgo sin lumbalgias ni triunfalismos que no ofrezca a los españoles otro “verano azul”, sino una primavera de la esperanza.
Nos esperan meses apasionantes, el duelo entre Feijóo y Sánchez va a ser como el Pablo Motos- David Broncano de la televisión, pero en serio. A pesar de las encuestas, a pesar del desgaste monclovita, a pesar de todas las dificultades, Pedro Sánchez luchará por la victoria hasta el último día, hasta el último aliento, hasta el último voto. El Robinson Crusoe de Moncloa no es Zapatero, ni el Felipe González cansado y aburrido de 1996, es un animal político formidable en cuyo vocabulario no existe la palabra derrota.
A pesar de que Aznar y Rajoy ganaron a la tercera, tras siete años de espera en Génova, al político orensano se le exige que gane ya. Y el hombre que se crio en una pequeña aldea gallega puede ganar. Le falta un paso, el último paso. Feijóo tiene que encontrar la llave. La llave que abre el corazón de los españoles y el portalón de Moncloa. Feijóo tiene que encontrar la llave de Luis Alberto, la llave del poeta: “Abre todas las puertas … la que lleva al poder, la que esconde el misterio del amor, la que oculta el secreto insondable de la felicidad… oyendo cómo silban las balas enemigas alrededor y cómo cantan los ruiseñores, no lo dudes, hermano: abre todas las puertas.”