José Luis Escrivá pasará directamente del Consejo de Ministros al sillón de gobernador del Banco de España. Si entre las fuerzas aliadas del PSOE causa sonrojo este salto, en la oposición el enfado es mayúsculo, y consideran que pulveriza la imagen de independencia de la institución. Economista y auditor fiscal, el todavía ministro para la Transformación Digital y la Función Pública (Albacete, 1960), pone de acuerdo a figuras ubicadas en extremos opuestos del Hemiciclo del Congreso de los Diputados al hablar de muchas de sus características personales y profesionales. Es “un gran profesional”, un hombre “brillante”, poseedor de un “gran currículum”. Aquí no hay divergencias.
También le atribuyen un “pronto” importante; un carácter “tempestuoso” que ha contribuido a que se registraran varias salidas en su equipo más directo, especialmente en su etapa como ministro de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones, en la anterior legislatura. “Fue una debacle”. Una fuente que le conoce bien recuerda que en su última foto como ministro estaba mucho más serio que sus compañeros. “Le dieron un Ministerio bastante menor. Pensé que no iría al Banco de España”. Se equivocaba. “A lo mejor no han encontrado a otro”, dispara, bastante en serio.
Lo cierto es que Escrivá pasó de un Ministerio de peso a otro con menos competencias en esta legislatura. Sus reformas del Ingreso Mínimo Vital (IMV), su optimismo inicial sobre cuántas personas podrían cobrarlo, así como su giro de 180 grados en lo que toca a la reforma de las pensiones aprobada el pasado año son algunas de las situaciones que mejor recuerdan quienes trabajaron cerca de él.
Le atribuyen un “dominio muy profundo” de la economía y de las áreas bajo su competencia. También le reconocen “audacia intelectual”, que puede pensar “fuera de la caja”, en lugar de atenerse a lo que recomienden las circunstancias. La parte positiva de este rasgo, indican, es que en el Gobierno era “intelectualmente libre”, lo que le permitía desplazarse libremente del lado de las tesis de la entonces vicepresidenta primera, Nadia Calviño; de la ministra de Hacienda, María Jesús Montero, o de Pablo Iglesias, entonces vicepresidente segundo y titular de Derechos Sociales.
Podía discutir con Montero sobre los llamados gastos impropios para tratar que se costearan desde los Presupuestos, y no desde las partidas directamente atribuidas a Seguridad Social; con el socio minoritario a cuenta del ingreso mínimo vital; y con la entonces todopoderosa Calviño sobre las ayudas directas a empresas en la pandemia. A veces, estos “roces” trascendían a los medios. Y, en varios casos, despachaba con contundencia –“A veces con soberbia”- las críticas. Incluso generando nuevos incendios.
Fue un firme defensor de los ERTE durante la pandemia, pese a la oposición de la vicepresidenta primera. También se enfrentó a Iglesias, que apretaba para poner en marcha el ingreso mínimo vital cuanto antes. Fue Escrivá quien impuso su arquitectura, quien tuvo que asumir sucesivas modificaciones, quien capitalizó en buena parte las sombras, y no tanto las luces de esta prestación. En 2020 afirmó que el IMV llegaría a 2,3 millones de personas. En enero de 2024, Inclusión preveía registrar 1,7 millones de receptores apenas un mes después. Aún no se ha llegado a sus cálculos. “La ley del IMV tiene dos almas; una muy podemita y otra muy técnica, que lleva su sello”, reconoce una veterana.
Todos recuerdan sus giros con la reforma de las pensiones, tras recorrer un camino lleno de “globos sonda”, hasta la aprobación de un plan casi opuesto a lo proyectado inicialmente. “Estamos desviando la atención a un tema que no ha existido ni va a existir”, afirmó en 2022, cuando se filtró un documento que probaba cómo el Gobierno planteaba ampliar de 25 a 35 años el periodo de cotización para el cálculo de una pensión. Eran posiciones que ya había defendido antes públicamente, y que no llegarían a consolidarse.
A juicio de algunos, “demostró habilidad política” para negociar con todos los interlocutores, entre ellos los grupos parlamentarios necesarios para aprobar esta reforma en marzo de 2023. De enfadar a los sindicatos pasó a granjearse su apoyo, pero no así el de los empresarios. La relación con la CEOE nunca fue la misma tras la reforma de las pensiones. Ni el diálogo social fue “su fuerte”, afirman distintos actores.
“Vehemencia” y “mala fama” gestionando equipos
Un ejemplo de la parte menos positiva de su obstinación, recuerda una de las fuentes, se aprecia en la historia de la remodelación de sus dependencias como ministro. Escrivá habría pasado de contar con despachos separados para su jefe de Gabinete, secretarios de Estado y otros cargos, a remodelar el lugar para albergarlos todos en un mismo espacio, construido con paredes acristaladas. Resultaba difícil hablar por teléfono o tener intimidad, pero era lo que el ministro había reclamado.
“Si está convencido de algo lo va a defender hasta el final, es vehemente con las opiniones y las defiende con mucha intensidad”, apunta otra de las personas que coincidió con él en su desempeño. La otra cara de la moneda, afirman todas las partes, es su “mala fama” gestionando equipos. “En el Banco de España ya hay funcionarios temblando”, abundan desde el sector conservador.
En junio de 2022, la salida simultánea de los dos secretarios de Estado de su Ministerio (Jesús Perea e Israel Arroyo) atrajo los focos, si bien venían precedidas por otras tantas deserciones de altos cargos. El primer cambio de peso llegó escasas semanas después de ser designado ministro, cuando Milagros Paniagua fue nombrada secretaria general de Objetivos, Políticas de Inclusión y Previsión Social, en sustitución de José María Casado. Su nombramiento se había hecho oficial con su publicación en el Boletín Oficial del Estado (BOE) apenas tres semanas antes.
Ya enfadó al Banco de España
En mayo de 2022, despachó el informe anual del Banco de España criticando su “falta de sofisticación” en lo que tocaba a las pensiones. No aportaba, dijo, “ningún elemento nuevo” que le hiciera “cambiar de idea sobre la sostenibilidad del sistema”. También se mostró “muy sorprendido” por los “mecanismos automáticos de ajuste” que reclamaba la institución: las reglas automáticas, aseveró, “tienden a fallar”, han mostrado un “fracaso abrumador”.
Antes de su desembarco en el Ejecutivo, durante la primera legislatura de Mariano Rajoy, llegó a la presidencia de la Autoridad Independiente de Responsabilidad Fiscal (AIRef), entre 2014 y 2020. Previamente había sido director para América del Banco Internacional de Pagos (2012-2014), así como jefe de la división de Política Monetaria del Banco Central Europeo (1999-2014).
Este perfil técnico contrasta con el sentido del humor del ministro que fue capaz de rellenar de agua el hueco de un atril durante una comparecencia pública. Pensó que estaba llenando un vaso, y su incapacidad para controlar la risa al reconocer su error está entre los momentos más virales de su paso por el Gobierno. Para quienes no siguen el día a día de la información política, es quizás la imagen más reconocible de un ministro que podía mostrarse cuadriculado en ciertas posiciones, ideológicamente flexible en otras tantas, y muy duro con quienes contrariaban sus órdenes.
Su nombramiento no tiene que ser aprobado en Consejo de Ministros, ya que depende del presidente del Gobierno. Una vez cese como ministro, Pedro Sánchez podrá situarlo al frente del supervisor bancario. Un aterrizaje directo desde La Moncloa.