Elena Valenciano lo ha sido casi todo en política, pero desde 2021 está centrada en presidir la Fundación Mujeres y en su labor como consejera del Consejo de Estado (marzo de 2023). Fue número dos del PSOE con Alfredo Pérez Rubalcaba (2012-2014), diputada nacional y europea, y en los últimos años ha criticado la ley de amnistía, así como la ley trans aprobada durante el mandato de Irene Montero como ministra de Igualdad.
Actualmente no suele ofrecer entrevistas aunque hace una excepción con Artículo14. Pide una “revisión profunda” de las normas aprobadas en el periodo de Montero y reivindica que las políticas de igualdad “han evitado muchas muertes y muchas palizas”. También reconoce el “déficit” del Estado a la hora de “proteger” a muchas mujeres que acaban siendo asesinadas por sus parejas y exparejas, desglosa sus recetas y objetivos en materia de igualdad y denuncia el clima político viciado por la polarización. Acaba de cerrar su perfil en la red X y cree que hacen falta nuevas herramientas para luchar contra el odio en una red que percibe como una suerte de cueva “llena de monstruos”.
—El miércoles se despidió de la red social X, antes Twitter, afirmando que ya no le merece la pena estar presente en esta red. ¿Por qué no?
—En su origen, era realmente una plataforma abierta al diálogo, era bastante interesante. Poco a poco se ha ido convirtiendo en una especie de cueva en la que todo el mundo vomita sus odios, fobias y falsedades. Para encontrar algo que realmente te interese tienes que dedicarle un buen rato y, a una cierta edad, como la mía, valoras mucho tu tiempo. No me merece la pena perder tanto tiempo para rescatar tres o cuatro cosas frente a esa especie de cueva. Y ahí está, llena de monstruos. Si tuviera que estar porque lo necesitara profesionalmente, como le pasa a mucha gente, estaría. Como ya no lo necesito, he preferido dedicar mi tiempo a cosas un poquito más constructivas y menos destructivas.
—Sobre esa dinámica destructiva, ¿por qué en las redes se vierte cada vez más odio? Cuando Ada Colau dejó Twitter, en 2021, generó cierta sorpresa. Y en su caso sí que había una necesidad profesional.
—También puedes no estar personalmente en X y recibir la información que sea relevante, que pueda seleccionar tu equipo. Creo que se está dando un fenómeno en la política, en los medios, y por lo tanto también en las redes sociales. Estamos en una dinámica de polarización y sectarismo, y a eso contribuyen mucho los algoritmos. Es como si solamente hubiera dos trincheras. Eso empobrece la política, empobrece la labor que tienen que cumplir los medios de comunicación, y desde luego ha empobrecido definitivamente las redes sociales. Entre otras cosas porque en las redes sociales tienes la enorme ventaja de poder ser anónimo, y por lo tanto no te haces cargo directamente de las opiniones que viertes, estás más o menos escondido. Y eso, si hablamos de personas, no ya directamente de bots.
Entonces se producen discusiones en bucle, que nunca llevan a nada, y no era así al principio. Había debates interesantes y conclusiones plurales, era bastante divertido, pero ya no lo es. Y todo tiene que ver con que hemos polarizado absolutamente todas nuestras posiciones, ya sea sobre la política, sobre la ecología, sobre el feminismo o incluso sobre la gastronomía. Todo es blanco o negro, y como yo soy de las que piensa que casi todo lo que podemos abordar tiene muchos matices, y es muy complejo, creo que la simplificación a la que te obliga a Twitter no tiene ningún sentido.
—Este jueves, el Observatorio Español del Racismo y la Xenofobia (OBERAXE), comunicó que se han detectado cerca de 200 casos de discurso de odio en redes este mes de agosto. Hablaba de los bots y del anonimato, y precisamente hoy existe el debate de si hay herramientas suficientes para actuar contra quien lanza odio en redes, o si se necesitan más.
—Creo que no hay suficientes herramientas. Digamos que la legislación está clara, pero las herramientas para combatir estos fenómenos en las redes no están tan claras. Si tú, en una plaza pública, con tu carita y tu cuerpo, emites un discurso de odio, un discurso xenófobo, lo más probable es que te detengan. Pero en las redes es muy difícil detenerte, entre otras cosas porque no sabemos quién eres. Por lo tanto, herramientas faltan. Lo que es odio y lo que no, tal vez también tenga algunos elementos de definición pendientes. Y lo que son brutales ataques a grupos de personas, a periodistas, a jueces, a feministas, está bastante claro, pero es muy difícil intervenirlo.
Creo que hay que pensar en elaborar herramientas un poquito más eficaces, sobre todo ahora que Elon Musk ha decidido que en Twitter se puede verter todo el odio que se necesite. No tiene la más mínima intención de limitar eso. Siempre es difícil el debate entre la libertad de expresión y la protección de las personas, siempre es muy complicado. Pero, en todo caso, en Twitter estamos en el absoluto y total caos con respecto a la cantidad de ofensas que se vierten y la cantidad de mentiras que se propagan en la red.
El acoso en redes
—Estos días una diputada de Podemos, Martina Velarde, ha denunciado el acoso que sufre en redes tras ser señalada en el canal de Telegram de Alvise Pérez. La insultan, desean que sea violada… ¿Para luchar contra esto sí hay herramientas, o también hacen falta otras nuevas?
—Claro que hay herramientas, y tienen que intervenir la policía, los fiscales y los jueces. Está dentro de la protección que un Estado de Derecho decente debe procurar a sus ciudadanos. Es su obligación, sean quienes sean. Claro que tienen que intervenir. El problema es que en este momento hay mucha incertidumbre sobre cómo hacerlo, hasta dónde… Esas son las cosas que quedan por definir. Y harían bien los partidos mayoritarios, como creo que van a hacer, en ponerse de acuerdo sobre qué herramientas hay que producir y cómo hacer que efectivamente el Estado de Derecho también opere en las redes sociales.
—¿Se debería haber intervenido antes para evitar fenómenos como el de Alvise Pérez?
—Sin duda. Sin duda. Digamos que, bajo el paraguas de proteger la libertad de expresión, al final lo que estamos protegiendo es la libertad de odiar, de insultar, de mentir, de agredir. Y eso es distinto a la libertad de expresión. Ese es el límite en el que nos movemos, y es el que se aprovecha en redes sociales. Para eso existe, como digo, un Estado de Derecho que debe operar también para proteger a los individuos, a los ciudadanos, en las redes.
—En su último mensaje en cuenta de X se hacía eco de una información sobre el ertzaina detenido el sábado por intentar agredir a su mujer con un cuchillo en presencia de sus hijas. La Fiscalía va a investigar un posible fraude, porque hace meses el agresor cambió de sexo en el Registro Civil. ¿Hace falta una reforma legal para evitar situaciones como esta?
—Desde el principio he dicho que esa ley tiene problemas de garantía, que es un posible coladero para el fraude. Claro que el fraude se puede combatir después en los tribunales, pero es una ley que necesitaría, desde mi punto de vista, perfilar mucho mejor y dar muchas más garantías ante estas actitudes fraudulentas. En realidad, la ley lo único que dice es que te puedes autodefinir con el sexo que quieras. Y eso, desde mi punto de vista, es una absoluta falta de garantía legal, jurídica, de seguridad, para el conjunto de la sociedad. Lo dije desde el principio y lo sostengo todavía ahora.
La división del feminismo
—¿Cuál es el momento propicio para debatir cambios en esta u otra ley? En los últimos años el movimiento feminista ha sufrido muchas divisiones, después amplificadas también por partidos políticos y medios de comunicación. En su día dijo que la agenda de Irene Montero como ministra había dividido al feminismo. ¿Se ha recuperado de esta división?
—Sigo pensando que habría que hacer una revisión más profunda de toda esa legislación que al final consiguió dividir enormemente al movimiento feminista, y que fue recibida con gran incomprensión por parte de una mayoría de la sociedad española. El momento está difícil, las cosas son hoy blancas o negras, y sentarse a conversar con alguien que piensa distinto es visto como una traición. Es un momento en el que somos incapaces de conceder al adversario un solo triunfo, una ocasión en la que tenga razón. El momento no es propicio, desde luego, para los debates rigurosos, calmados, empáticos. Eso ha desaparecido de la política española, y de ahí nacen todos estos problemas.
—¿Cómo se rebaja esa tensión para hablar de feminismo, pero también de otras cuestiones? Hay sectores, la ultraderecha lo reconoce, que no tienen la menor intención de rebajar esa tensión. Muchos partidos han optado por subir el nivel de decibelios para llegar a más gente, para lograr más impacto, algo parecido a lo que pasa con las redes.
—Desde mi punto de vista, y aunque sea nadar contracorriente, acertará el primero que baje el diapasón. El primero que decida que este clima político es tóxico para el conjunto de la sociedad española. El primero que haga eso, sea del partido que sea, gana. Es verdad que la estrategia político-electoral pasa por todo eso que dices, por gritar más porque, si no, el otro acabará colocando su discurso. Pero, según todas las encuestas, la sociedad española está cansada de ese clima político. No es el clima que hay en la calle, en la sociedad.
Estamos viendo cómo desde el poder político, ya sea desde los gobiernos o desde los partidos que ejercen la oposición, se está generando un clima de polarización que no existía en la sociedad española. Es justo lo contrario de lo que debería hacer el poder político. Por eso creo que el primero que baje el diapasón acierta. Tardará más o menos, pero conectará con un sentimiento mayoritario de la sociedad española, que no es el de estar permanentemente a la gresca. La gente quiere que la política sea útil. Y para eso no puede estar permanentemente sometida a este ruido absolutamente ensordecedor, a esta especie de hostilidad permanente entre unos y otros.
Polarización y falta de diálogo
—Usted ha estado en la primera línea política en momentos que también fueron de muchísima tensión, de gran complejidad política. ¿Qué echa en falta con respecto a su etapa de hace 10, 11 años?
—Justamente eso, el diálogo. Una cosa es definir un proyecto político propio de cada partido, y otra es no ser capaces de encontrar un cauce de conversación para hallar acuerdos que reúnan a la mayoría de la sociedad. Aquellas cosas que este país necesita, más allá del programa político de cada cual. Estos son los momentos más brillantes de España, cuando ha sido capaz de acordar lo fundamental, aunque haya muchas diferencias en varias cosas. Eso es lo que se ha perdido, ese sentido de Estado, el sentido de cuáles son las cosas de comer sobre las que tenemos que ponernos de acuerdo. Creo que es una gran carencia, y que está distanciando mucho a la gente de la política activa.
—La polarización es un fenómeno global. Si se mira lo que pasa en Estados Unidos, en Europa, lo que ha pasado en las elecciones europeas…
—Sí, pero fíjate. En las elecciones europeas ha crecido la extrema derecha y las fuerzas moderadas han perdido un poco de fuerza, pero siguen siendo quienes gobiernan. Las fuerzas moderadas de la izquierda, el centro y la derecha, se han puesto de acuerdo de nuevo y han vuelto a decidir juntas quién preside el Parlamento Europeo, quién preside la Comisión Europea y quién preside el Consejo. Al final, es un acuerdo entre las fuerzas centrales de Europa la que hace posible que la máquina funcione. Si los grupos popular y socialista no se hablaran, si no llegaran acuerdos, no funcionaría la Unión Europea, porque ni siquiera habría manera de ponerse de acuerdo sobre quién preside qué.
Por lo tanto, sí, en los distintos países ha habido polarización. Pero, al final, en el conjunto de la Unión Europea, hemos vuelto al gran acuerdo europeísta que incluye al grupo popular, al grupo socialista, a los liberales y, en una gran medida, a los verdes. Si tú dijeras que quieres construir esa gran mayoría en España te tirarían piedras por la calle. Lo que son capaces de hacer en Bruselas no son capaces de lograrlo en España. En Bruselas sí, porque saben que es la única manera de que la máquina funcione. Eso mismo que han hecho en Bruselas podrían hacerlo en los Estados miembros, como hicieron los alemanes y tantos otros, que lograron grandes acuerdos. Es una realidad como esquizofrénica: hacemos un tipo de política en Europa y otro en España. Claro.
—Volviendo al feminismo, hace unos años los temas que centraron el debate fueron la ley trans, la reforma de la ley del aborto, qué hacer contra la gestación subrogada o frente a la prostitución. ¿Cuál de estas materias debe ser prioritaria?
—Los debates prioritarios de la agenda del feminismo son, primero, aquellos que incluyen a la inmensa mayoría de las mujeres, no solo a grupos concretos. Tienen que ver con el empleo, con la educación, con la formación, con la discriminación en el mercado laboral, con las políticas salariales igualitarias, con la conciliación entre la vida laboral y la vida familiar.
Hay un segundo objeto de preocupación, desgraciadamente, que es la violencia de género. ¿Por qué? Porque el Estado está siendo incapaz de proteger a muchas mujeres que acaban siendo asesinadas por sus parejas o exparejas. Eso es un déficit del Estado de Derecho, de nuevo. Es obligación del Estado proteger a sus ciudadanas, y no lo está consiguiendo. Ese es otro elemento de la agenda feminista, porque estamos hablando de mujeres a las que asesinan, es muy prioritario.
Hay un tercer aspecto que también me parece fundamental, porque hace a la valoración global de las mujeres con respecto a los hombres, que es la prostitución. Es la última esclavitud de las sociedades desarrolladas. Desde mi punto de vista, también es violencia de género. Estamos consintiendo una situación de clarísima esclavitud de miles de mujeres en nuestros clubes de alterne, de carretera, en prostíbulos o en pisos que ni siquiera conocemos. Y eso, aunque afecta a un grupo más pequeño de mujeres, es verdad que hace a la relación entre los hombres y las mujeres. Mientras los hombres sepan que pueden alquilar, comprar y vender a una mujer, será muy difícil que consigamos un tratamiento igualitario a nivel social. Un chaval de 17, incluso de 15 años, ya sabe que, si tiene algo de dinero, puede ir a alquilar a una mujer para tener sexo con ella. Y eso influye en la construcción social de la relación entre los hombres y las mujeres, por eso forma parte de la agenda feminista.
Por último, hay una parte de la agenda feminista que tiene que ver con las mujeres del mundo, con todas aquellas mujeres que están en una situación de mucha más vulnerabilidad, mucha más sumisión, mucha más dependencia que nosotras, que ya estamos en un mundo más desarrollado, en democracias más modernas. Por lo tanto, hay que acordarse de todas aquellas mujeres que en este momento están sufriendo una discriminación intolerable.
La percepción de los jóvenes
—Al hilo de lo que decía sobre cómo jóvenes de 17 años consideran que pueden alquilar el cuerpo de una mujer, según un estudio de finales de 2023 uno de cuatro jóvenes considera que la violencia machista es un invento. ¿Cómo hemos llegado a esto?
—Conozco ese estudio. Son muy jóvenes, creo que son los que tienen entre 18 y 24 años. Hay claramente un movimiento reactivo de una parte de los chicos jóvenes, que creo que están todavía en un momento de su vida en el que buscan una identidad. Es verdad que la identidad masculina, como la femenina, está muy cuestionada, y tal vez ellos confunden este discurso contra el machismo con un discurso contra los hombres. No es lo mismo, ni muchísimo menos, hace falta mucha pedagogía. Probablemente en esa franja de edad es donde es más grande el abismo entre lo que piensan los chicos y lo que piensan las chicas. Ahí se está abriendo un foso, es una cosa que hay que corregir.
—Desde la extrema derecha, hay quienes cuestionan la asignación de recursos a políticas concretas en esta materia, aprovechando incluso los asesinatos machistas para concluir que estos esfuerzos no dan frutos.
—Pero no es verdad. Es muy difícil saber cuántos asesinatos hemos evitado, cuántas palizas hemos evitado. Eso forma parte de decisiones individuales que no trascienden. Estoy segura, porque trabajo en eso en la Fundación Mujeres, de que hay miles y miles de mujeres que han salido de situaciones de maltrato gracias al apoyo de las políticas públicas. Y del apoyo de las organizaciones de mujeres, de las leyes, de los jueces. Es evidente. Hay un enorme espacio de protección. Aún falta muchísimo para conseguir erradicar esta violencia, pero se ha hecho mucho y estoy convencida de que hemos evitado muchas muertes y muchas palizas.
—Son 10 los menores asesinados por violencia vicaria en lo que llevamos de 2024, frente al total de 63 desde 2013. Una sexta parte del total de un periodo de 11 años, en sólo ocho meses. ¿Qué ha pasado?
—Creo que han visto que normalmente es más fácil y, que probablemente es lo que más daño les hace a ellas, a las madres. Es una barbaridad, pero, para que nos entendamos, como madre te diría que prefiero ser asesinada yo a que asesinen a mis hijos. Ellos van a lo que es más fácil y hace más daño. Y estamos hablando de los que asesinan a sus hijos, pero no tanto de la cantidad de niños y niñas menores, que quedan huérfanos. Desde la Fundación mujeres hemos intentado rellenar el vacío que había en cuanto a la protección de los niños y niñas que quedan huérfanos de madre tras un asesinato machista. Ahora están más protegidos, pero todavía falta mucho por avanzar. Si te fijas, las víctimas de violencia machista son las víctimas menos conocidas.
Las víctimas de otro tipo de crímenes, de cualquier otro tipo de crímenes, son mucho más conocidas, y muchas veces sus familias tienen la posibilidad de hablar, de contarlo. En los casos de violencia machista, muchas veces hay niños y niñas que se quedan sin madre, que ven cómo su padre va a la cárcel, que quedan totalmente desasistidos. Hay un manto de silencio enorme en torno a las víctimas de la violencia de género. Y eso hace que no sea una prioridad dentro de las preocupaciones de los españoles, según todas las encuestas.
Creo que hay que entrar a fondo en la situación real, no solamente la de las mujeres que han sido asesinadas, sino de la familia en su conjunto. Nos queda mucho por elaborar en ese sentido. ¿Cuántas veces nos encontramos con titulares del tipo “mujer muerta a manos de su marido”?. No es una mujer muerta, es una mujer asesinada. Una vez dada la noticia, jamás se ha hecho un reportaje a fondo sobre esto en ningún medio. No se conoce la historia anterior ni la posterior. Todavía queda por recorrer ese camino desde el punto de vista informativo, para que la gente se sensibilice. De una manera un poquito más profunda que cuando se cita el número de mujeres asesinadas. Se ha convertido en un dato.
Las víctimas más allá del asesinato
—¿Cree que hay que incidir en el día de después? En cómo tienen que ir a clase esos niños poco después, seguir su vida ya sin su madre.
—Exacto. Y no te digo ya cuando han asesinado a su madre delante de ellos, cosa que también empiezan a hacer bastante. ¿Quién se ocupa del trauma de esos niños? Sabemos cómo está la psicología pública en este país. ¿Quién se ocupa de que esos niños puedan volver a sonreír? Su padre ha matado a su madre delante de sus narices, no hay un drama mayor que ese para un niño. Recuerda que, durante mucho tiempo, se decía que había que tener especial cuidado con los niños cuyos padres se divorciaban, por el posible trauma.
Pues imagínate a tu padre matando a tu madre delante de tus narices, y tú tienes ocho años. ¿Qué hace la sociedad con eso? Nada. Y, si eres de una familia con muchos recursos, probablemente sea más fácil salir del atolladero. Pero no es lo general. A la familia le caen encima un montón de papeles. Están ahí la policía, los jueces, los servicios sociales, hay que ver quién se lleva a los niños… Es una cosa de locos. Muchas familias tienen que cambiar de colegio a los niños, porque sí, son los hijos de la asesinada, pero muchas veces también son los hijos del asesino. ¿Te das cuenta de la realidad que, de repente, le cae a esa familia? De eso no se habla nunca jamás, y esa es la realidad de la violencia de género, esa. ¿Y cuántas víctimas hay en todo eso? No sólo la mujer que ha sido asesinada, hay muchas más víctimas.
—En los últimos meses, la ministra de Igualdad, Ana Redondo, ha reivindicado incluir la violencia vicaria en el pacto de Estado que ya está en marcha. ¿Se está avanzando en ello? ¿Hacen falta nuevas herramientas normativas?
—Estoy totalmente a favor de incluir la violencia vicaria en el pacto de Estado, y hacen falta muchas más cosas. Haría falta un protocolo único para que, cuando se produce un hecho como ese, se presente en el lugar alguien que sepa lo que hay que hacer. Un protocolo de actuación del Estado de Derecho en un momento como ese. Fíjate, no hay asociaciones de víctimas de la violencia de género. No hay. Porque se considera víctima a la que muere. Ni siquiera esas plataformas que sí hay en relación a otros crímenes. Aquí no existen esos protocolos. La gente se vuelve loca. Tienen que ir a todo tipo de juzgados, conseguir todo tipo de papeles. Muchas veces son gente trabajadora que no tiene la capacidad de hacer todas esas gestiones. ¿Qué pasa con los niños? ¿Cómo acceden a la pensión de orfandad? ¿Qué pasa si tienen que cambiar de colegio? ¿Qué pasa si la familia ya no puede seguir pagando los estudios una vez acabada la educación obligatoria? Todo eso está ahí. Es una masa amorfa de la que no se ocupa nadie. Y es un déficit enorme del Estado de Derecho.
—¿Se ha desplegado la ley del “sí es sí” en todas sus dimensiones? ¿Han monitorizado en qué estado de aplicación se encuentra?
—Es muy incipiente. Queda una gran parte de recursos por desarrollar, sobre todo a nivel territorial. Es una ley que requiere su tiempo y sus medios económicos. Al final, el asunto de si hay Presupuestos, si no los hay o cómo son, impacta sobre cosas tan concretas como esta.
Un nuevo sistema de protección
—¿Hay que hacer cambios en el sistema VioGén, visto el balance de mujeres asesinadas en lo que va de año?
—Sí. Hemos dicho muchas veces que hace falta una mejor especialización de los jueces y de los forenses, de aquellos que hacen la evaluación de riesgo de las mujeres. Primero, no hay muchos, hay déficit. Y, segundo, hay un problema que tiene que ver con medir el riesgo. Es una cosa bastante difícil, pero existen especialistas en ello. Cuando una mujer llama para que la protejan hay que analizar hasta dónde llega el peligro de que, efectivamente, acaben matándola. Muchas veces esa valoración no se hace debidamente. Y luego existe la necesidad, desde mi punto de vista, de que se intervenga desde otros niveles que no son directamente la policía o los jueces.
Hemos dicho muchas veces que el sistema de salud pública en este país, que es muy sólido a pesar de los déficits, debería poder actuar. Muchas veces, para las mujeres es más fácil hablar con su médico de cabecera que ir a la policía. Hay un nivel de confianza mayor. ¿Por qué no, también, impartir más formación a ese personal? Me dirán que ya bastante tienen, pero valdría para que también sean capaces de detectar con más precisión. Sucede a veces, pero ocurre en los casos más extremos. Se trata de hacer intervenir a todos los posibles instrumentos que tienen las políticas públicas para tratar de frenar esta barbaridad.
—Si hubiera que convocar elecciones, lo que dicen hoy las encuestas es que va a ser complicado que se reedite el actual Gobierno. ¿Qué derechos de las mujeres cree que se verían en riesgo con un ejecutivo de la derecha y la extrema derecha, que ahora mismo sobresalen en los sondeos?
—La derecha española, y no digamos ya la extrema derecha, jamás ha movido un dedo por las políticas de igualdad. En este caso es verdad que son los partidos progresistas los que más han avanzado. Espero que un Partido Popular limpio de polvo y paja de la extrema derecha siguiera las pautas europeas en cuanto a la igualdad de oportunidades. Hasta ahora han sido los partidos progresistas, y fundamentalmente el PSOE, quienes ha cogido el toro por los cuernos y han programado y ejecutado políticas públicas para la igualdad.
—¿Qué echa de menos de la política activa? Si es que echa algo de menos, porque ha hablado de la crispación y de la dificultad del debate.
—Lo único que echo de menos de verdad es el contacto con mis compañeros del partido en el territorio. Cuando estaba en la política activa me desplazaba mucho por todo el territorio nacional y me veía con los compañeros. Los echo de menos. Mucho. No me he ido de X antes porque tenía muchos seguidores y seguía a mucha gente así, militantes de base. Al irme de X lo voy a perder. Pero, bueno, ¿qué le vamos a hacer? Siempre se pierde algo.