Elecciones vascas

El unicornio del matriarcado vasco

Las etxekoandres (mujer de la casa) solo eran las protagonistas del ámbito íntimo, nunca de las cosas públicas, no se les dejaba ni aparecer

Amaia Estiballes Garai

Amaia Estiballes Garai, en su casa. Naiara Pinedo

El matriarcado vasco es un mito como los unicornios del que se ha hablado mucho, sin embargo, apuntar a la matrilianidad sería más correcto. En las casas, en los baserris, la etxekoandre (mujer de la casa) era la persona de referencia, pero porque estaba en la domicilio. No solo cuidando del hogar, atendiendo y haciendo labores de cuidados como ahora, su principal labor era dotar de subsistencia a todo el ecosistema en el ámbito de la familia. Utilizando conceptos actuales, las etxekoandres observaban ya lo que era la economía circular, el intercambio y los truekes entre madres de otros baserris.

Los hombre se dedicaban a la guerra o trabajaban fuera. En zona de costa eran marinos, en el interior en las carboneras o ejercían el pastoreo. Los hijos eran los encargados de hacerles llevar el almuerzo preparado por la madre.

Amaia Estiballes Garai es una mujer rural, del interior de Bizkaia, concretamente de Zeberio como todos sus antepasados residentes en estos valles vizcaínos. Vive con su mujer en el baserri que comparten y tanto su conocimiento adquirido por tradición familiar, como por su formación como técnica de igualdad, viene a concluir que lo del matriarcado vasco no tiene fundamento.

Estiballes piensa que las mujeres de antes trabajaban y realizaban labores tan duras como el hombre o más, pero que a nivel político y social no tenían ninguna repercusión en la decisiones que se tomaban a nivel de pueblo, de provincia, de herrialde. Aporta un dato muy significativo, las herencias se transmitían de varón a varón. Lo que si pasaba de mujer a mujer, en esa línea que conectaba a las madres, era el conocimiento.

Tanto las mujeres vascas, como a otras de otras partes del mundo, se les reservaba el papel de la medicina. Eran las sanadoras de los pueblos, las curanderas, conocedoras de las hierbas y sus propiedades. Las que ayudaban a sus iguales a abortar porque no existían otros medios. Las madres depositaban exclusivamente en las hijas su sabiduría, nunca a los chicos.

Invento del patriarcado

En el discurso feminista actual distinguimos el ambiente privado del público. Amaia cree que cuando se habla del mito del matriarcado, en realidad, ellas solo eran las protagonistas del ámbito íntimo, nunca de las cosas públicas, no se les dejaba ni aparecer. Entonces cómo es que ha llegado ese leyenda, pues porque fue un invento del patriarcado para decir de alguna manera que las mujeres también tenían poder, una especie de igualdad fake.

Amaia Estiballes Garai

Amaia Estiballes Garai con su perro.

La definición de matriarcado equiparándola a patriarcado sería como imponer el poder de las mujeres sobre los hombres. En las pocas sociedades matriarcales que existen en el mundo, en tribus indígenas, las mujeres tienen capacidad de decisión, posición de relevancia, pero desde una sociedad igualitaria, no desde la superioridad sobre le hombre. El patriarcado, sin embargo, lo que hace es someter a la mujer a su autoridad.

La revisión del pasado ha hecho que pongamos en valor a nuestras ancestras, su sapiencia del orden natural, las pócimas, ungüentos, recetas…Algo que en épocas pretéritas supuso que muchas de ellas fueran acusadas de brujería. La propia Iglesia Católica, un estamento muy machista como la sociedad que dirigía la política de aquel entonces, las consideraban una amenaza que tenía que desaparecer. Empezó un período muy oscuro llamado la caza de brujas que acabarían quemándolas en la hoguera por adorar al diablo, ritos satánico, akelarres y otra serie de invenciones. En realidad, eran librepensadoras que desafiaban el poder establecido. En euskera bruja se dice sorgina, una palabra compuesta por sor y egin, la que crea o creadora. Un significado muy alejado de las connotaciones maléficas de las brujas de los cuentos.

En estas tierras, las señora de la casa, reflejo del mito de la gran diosa Mari, era el puntal familiar, la transmisora del conocimiento. José Miguel Barandiaran, Aita Barandiaran (1889-1991), lo recoge así en su escrito Mitología Vasca: “Ella dirigía las funciones del culto doméstico, lo cual elevaba su dignidad y prestigio que, a su vez, favorecían la situación social y política de la mujer”.

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