Belén Rosado tenía 22 años cuando trabajaba en el laboratorio de Astronomía, Geodesia y Cartografía de la universidad de Cádiz. El investigador Manuel Berrocoso le propuso participar en una misión en la Antártida y, a sus 22 años de edad, esta matemática y profesora de sonrisa permanente aceptó. Convirtiéndose en la mujer y miembro más joven de la base militar Gabriel de Castilla en esta gesta respaldada por el ministerio de Defensa.
Diez años más tarde, Belén Rosado se encuentra en su octava misión en el sexto continente, concretamente en Isla Decepción, y cuenta a Artículo14 la experiencia de vivir literalmente en un volcán. Desde que se levanta a las 7:00 de la mañana al ritmo de reggeaton, del himno de Andalucía o meciéndose con música clásica, hasta que termina la última partida de cartas en la base. ¿Lo mejor del día? Cuando los lobos o los pingüinos deciden acercarse como un miembro más del equipo.
Desde Chiclana de la Frontera hasta la Antártida. Un salto muy grande, ¿no?
Imagina, la primera vez que vine vi la nieve.
¿Qué sintió?
Coincidió que había récord de nieve en la isla. Llegaba hasta los techos de los módulos de la base y estuvimos todo el día palando nieve. O sea que me empapé bien (ríe).
Para llevar ocho misiones allí, Isla Decepción no hace gala a su nombre.
En absoluto. En cada campaña descubrimos cosas nuevas. Ha sido un camino personal increíble, estar aquí conviviendo con militares, científicos… Gente de muy alto rango. Una misión que me hizo descubrir un mundo mágico y único.
¿Y cuál es su misión?
Pertenezco a un grupo de investigación de la Universidad de Cádiz que se llama mantenimiento de series temporales geodésicas, geotérmicas y oceanográficas. Instalamos equipos GPS muy precisos por toda la isla para ver cómo se mueve y deforma. También tenemos una estación de termometría en Cerro Caliente, donde hay zonas en las que puede alcanzar hasta 90º, y otra que mide la temperatura del suelo a distintas profundidades. Y lo correlacionamos con la actividad volcánica. Cuanta mayor temperatura haya significa que está aumentando la actividad.
También trabajamos con dos sensores que se llaman mareógrafos, instalados en una zona de la isla, que miden la presión y la temperatura del agua con la actividad sísmica.
¿Cuál es su rutina en la base?
A las 7:00 h de la mañana es la diana, y la diana es que los que están de servicio ese día ponen música para que todos nos despertemos. A las 7:20 es el desayuno. A las 8:00, el comienzo de actividades, salimos en embarcaciones tipo zodiac o vamos caminando. A las 12:30 es la comida y luego a las 16:00 comienzan de nuevo las actividades hasta las 20.00 horas, en que hay una reunión para que los meteorólogos nos den el tiempo que hará el día siguiente. A las 20:30 es la cena y a veces nos quedamos luego jugando a las cartas.
¿Tiene que ir con una equipación especial?
Vamos vestidos con varias capas para soportar la temperatura y el viento. La peculiaridad de los proyectos es que nuestros equipos GPS necesitan bastante alimentación, además la hacemos con baterías de coche, que pesan un poquito. También llevamos siempre una caja de herramientas, una bolsa con material de reserva; gorro, braga del cuello, guantes.
¿Se tiene que preparar físicamente?
No es un requisito, pero sí. Yo hacía atletismo y no tuve problema, porque el terreno es lo más complicado. Es como caminar por la zona blanda de la playa. Y si no, es nieve. Y estamos haciendo 30 km al día.
¿Las condiciones climatológicas pueden cambiar radicalmente?
Incluso en el mismo día. A veces nos ocurre que por la mañana está el sol y el mar en calma y luego se va metiendo niebla, viento y a las 18:00 nos encontramos una isla con ventisca, nieve.
¿Qué más echa de menos?
La familia. Además, en 2020 mi padre falleció y era mi mayor admirador. Volver a la Antártida sin que él estuviera fue muy duro. También en la base no hay privacidad. No puedes hablar tranquilamente. Se escucha de una habitación a otra.
Es decir, ahora mismo le están escuchando.
Bueno, estoy en el despacho del jefe y como están de reunión fuera creo que no (ríe).
¿Qué es lo que le envuelve de la isla para que vuelva?
Es muy bonita esa pregunta. La isla no cambia, pero viene gente nueva con muchísima ilusión. Eso hace que queramos volver. Y la isla tiene mucho encanto. A lo mejor estoy instalando un equipo y viene un lobo desde la playa y se pone a curiosear. Que mi despacho sea una isla volcánica en la que vienen animales es algo único. Ver un pingüino saltando mientras cae el agua de un iceberg.
¿La comida cómo les llega?
Los militares organizan los menús con bastantes meses de antelación, en función de los días que estén aquí y la cantidad de personas por cada época. Se trae todo de España excepto los víveres frescos como fruta, verdura, que se compran o en Argentina o en Chile antes de embarcar.
El vulcanólogo Ramón Ortiz dice que hay un peligro real a corto plazo de erupción volcánica y que la isla sería tragada por el mar. ¿Alguna vez ha pensado en esto?
Sí, somos conscientes de que venimos a un volcán activo y antiguo. De hecho, ha habido campañas en las que se ha activado el semáforo virtual, que significa que hay algún parámetro anómalo.
¿Ha tenido sensación de peligro alguna vez?
Aquí te sientes muy seguro, pero cualquier pequeño problema puede ser un gran problema. Tenemos una médico, pero no hospital cerca. El barco puede estar cerca en caso de que tuviéramos que volver a continente, o puede ser que esté en la otra punta de las Shetland y no puedan evacuarnos.
¿Cuál es el descubrimiento que más ilusión le ha hecho?
Una de las cosas que más me sorprendió es ver que la isla respira, nosotros medimos la deformación que va teniendo a nivel de milímetros, que requiere unas técnicas matemáticas muy complejas. Gracias a eso vemos que hay campañas en las que la isla se expande y se eleva. Y otros en que se comprime y se hunde. Es como si cogiese aire y lo soltase.