El mediático caso Notre dame entre el Gobierno y Zarzuela, además de poder inspirar a un vodevil francés, ha sido la guinda al pastel de desavenencias entre el Ejecutivo y la Casa del Rey durante este año. Porque 2024 quedará marcado como un punto de inflexión en el estilo de relaciones entre ambos organismos.
La ausencia de representación española en la inauguración de la emblemática catedral, y las posteriores reacciones tanto por parte de la Casa del Rey como del ministerio de Asuntos Exteriores se mantienen en la línea de actuación que han mantenido en casos clave anteriores: el viaje a los Países Bálticos del Rey, y la catástrofe de la Dana en Valencia: acusaciones a la Casa por parte del Gobierno; silencio, diplomacia e imagen de normalidad por parte de la Corona. A la vez, eso sí, que se sigue por el mismo camino.
Ante las críticas por ser España el único país sin tener representación entre los Jefes de Estado, la polémica estaba servida. José Manuel Albares, titular de Exteriores, arremetió contra la Corona como forma de defensa y filtró a los medios no haber sabido nada de la invitación de Emmanuel Macron a los Reyes. Por su parte, la reacción de Zarzuela fue limitarse a decir que el acto no estuvo nunca en la agenda. Independientemente de que el jefe de la Casa, Camilo Villarino, no le hubiera informado -dentro de la teoría de Albares-, bastaba con que el ministro se hubiera interesado o también el presidente del Gobierno en los despachos semanales con el Monarca.
Albares buscó provocar a la Jefatura del Estado incluso momentos antes de subir al avión de las Fuerzas Aéreas rumbo a Italia en el viaje de Estado de los Reyes. Afirmó a la prensa que exigiría explicaciones durante el vuelo, provocando de antemano una sombra en estos viajes tan importantes para la Monarquía, porque es cuando, en definitiva, los Reyes se lucen. Máxime en este caso, en el que el Rey tenía un programa muy determinante, incluso hablar ante las dos Cámaras italianas, algo que sólo hicieron antes su padre, el Rey Juan Carlos, y el Papa Juan Pablo II.
Se da la situación además, de que a la relación entre el Jefe de la Casa y el ministro de Asuntos Exteriores le precede una hostilidad que se desarrolló en el ministerio, ya que fue precisamente Albares quien impidió que Villarino fuera nombrado embajador en Moscú tras su imputación por el “caso Ghali” en 2021.
Cuando el avión aterrizó en el aeropuerto de Fiumicino, había pacto: Zarzuela asumió la decisión de que los Reyes no estuvieran en la inauguración de la reconstruida Notre Dame por motivos de agenda, confirmó que Don Felipe había mandado un telegrama al presidente francés agradeciendo la invitación y excusando la ausencia, debido a que debían preparar la intensa agenda del viaje de Estado, y negó cualquier desencuentro con el Gobierno.
En la recién celebrada cumbre de presidentes autonómicos en Santander, el Rey y Sánchez han escenificado un sello paz, al salir juntos ante las cámaras compartiendo impresiones respecto a la intervención del Jefe del Estado en el parlamento italiano.
Una entente cordiale necesaria de cara a la opinión pública, ya que apenas había pasado un mes desde los altercados acaecidos en Paiporta tras la catástrofe de la Dana, y la siguiente “disconformidad” por parte del Gobierno ante la actuación del Rey. La imagen del presidente del Gobierno saliendo de la “zona de peligro”, tras los ataques de los vecinos valencianos en plena desesperación, mientras los Reyes permanecían junto al pueblo, fue muy difícil de soportar para Sánchez. Al final del día, el Gobierno filtró a los medios que el presidente había aconsejado al Jefe del Estado no ir ante la tensión del ambiente, pero que Don Felipe insistió en hacerlo. Nuevamente, la Casa del Rey no entró en el juego de reproches.
Simplemente, el Jefe del Estado y Capitán de las Fuerzas Armadas sabía que tenía que ir a estar con los afectados, dentro de sus límites constitucionales y respeto al funcionamiento de las instituciones que establece la Carta Magna, y así actuó. En la siguiente visita a Chiva, la imagen de los dos juntos tras los altercados no tenía sentido, por lo que se aprovechó la asistencia de Sánchez a la Cumbre del G-20 para visitar la zona. Desde la Corona se optó por un “perfil bajo”, no se quería revuelo mediático. En esta línea, no informaron hasta el último momento del desplazamiento de los Reyes, ni siquiera en la agenda semanal que Zarzuela publica los viernes. Por el contrario, el Ejecutivo sí anunció en la suya que Ángel Torres sería el ministro de jornada que acompañaría a Don Felipe y a Doña Letizia.
A Zarzuela no le interesa entrar en un enfrentamiento con el Gobierno. Es incompatible con su función de árbitro y moderador de las instituciones que establece la Constitución, así como con su papel de representante de la unidad del Estado frente a la división orgánica de poderes.
“Cumpliré la Constitución pese al coste personal”, afirmó el Rey en su discurso con motivo del décimo aniversario de su proclamación. Y eso le obliga a una relación estrecha con el Gobierno, en cuanto a que los actos del Rey son refrendados por el Ejecutivo por ley. Entre otras cuestiones, el Jefe del Estado debe ser obliga la voz del Gobierno en el exterior. Por ejemplo, en este último viaje a Italia, en su discurso, el Monarca se ha mostrado partidario de la solución de los dos Estados en el conflicto palestino israelí. Que es la postura que defiende con permanente insistencia el ministro Albares.
Sin duda, uno de los momentos más difíciles para el Jefe del Estado fue el pasado mes de junio, tras las elecciones europeas. El Monarca tuvo que sancionar la ley de amnistía aprobada por Sánchez para permanecer en el poder. Y el Rey no tuvo más remedio que estampar su rúbrica y favorecer una maniobra política que respalda a quienes amenazan con resquebrajar la unidad nacional que él defiende.
Aquella coyuntura fue decisiva en el viraje de la hoja de ruta que ha dado Villarino a la Familia Real. Las críticas contra el Rey desde algunos sectores por haber procedido así -cuando la alternativa a no hacerlo por ley habría sido la abdicación- le hizo ver que la Jefatura del Estado debía reivindicar su sello propio.
Así, en el viaje a los Países Bálticos del Monarca para apoyar a las tropas en la misión de la OTAN, Sánchez no envió a ningún ministro de jornada que acompañara al Rey. En un viaje que la Casa del Rey Defensa llevaban tiempo preparando, Villarino elevó el viaje a oficial para que, además del carácter militar, Don Felipe se reuniera con los presidentes de Letonia, Lituania y Estonia y dotarle así de mayor peso. El órdago del presidente fue no enviar a ningún ministro de jornada que le acompañara, tal y como dicta la ley, agravio ante el que Villarino ni se inmutó. Vio las cartas y sacó partido de la situación, ya que toda la atención la acaparó el Monarca y, sin necesidad de mover ficha, al Gobierno no le quedó más remedio que mandar a la ministra de Defensa, Margarita Robles, al final del viaje ante el revuelo mediático.