Isabel Díaz Ayuso le entregó el pasado viernes 21 de junio la Medalla Internacional de la Comunidad de Madrid a Javier Milei, y una mesnada de socialistas reaccionó como el demonio Pazuzu –el que poseyó a la niña de El Exorcista– ante un crucifijo. El portavoz del PSOE en el Congreso, Patxi López: “Lo hace por jorobar”; el secretario general de los socialistas madrileños, Juan Lobato: “Es una provocación más”; la ministra de Igualdad, Ana Redondo, sobre el presidente de la República Argentina: “Es una hiena que se ríe de la justicia social y aboga por la ley de la selva”, etcétera.
Como su némesis, Pedro Sánchez, con quien admite no tener “buena relación”, Ayuso navega bien en el río de la confrontación, despierta pasiones efervescentes y odios furibundos y, hoy por hoy, no tiene rival: ha machacado a todos los fulanos, “chiquilicuatres” (Esperanza Aguirre dixit) y escuderos de dudosa confianza que pretendieron decapitarla políticamente, condenando al pretérito pluscuamperfecto a Pablo Iglesias, a Pablo Casado y no ya a Ignacio Aguado, sino a todo Ciudadanos: recordemos que el principio del imparable y grotesco fin de la formación naranja comenzó con una moción de censura en Murcia que empujó a la presidenta de Madrid a convocar elecciones.
A diferencia de su antagonista monclovita, Ayuso ya gana las elecciones por goleada, no es esclava de ningún socio parlamentario chupóptero y, guste más o menos, su discurso es reconocible, lo ceban escritores con talento como Julio Valdeón y a Alfonso J. Ussía, y se cree sus ideas. Se ha apoderado de un concepto, el de “libertad”, que la izquierda ha servido lamentable y gratuitamente en bandeja de plata al centro-derecha no solo en España, sino en todo Occidente. Ante Milei no dijo nada nuevo: “La defensa de la libertad siempre merece la pena por muchas amenazas que reciba y se defiende ejerciéndola”. Ha sido jaleada por los hosteleros catalanes en Barcelona mientras al líder del Ejecutivo, en Madrid, le gritaban “que te vote Txapote”. La sanchosfera política, mediática y social que la insulta llamándola “ida” y “loca” no la considera una mujer, sino un ente, un ser de derechas deshumanizado. Me dice al respecto el amigo Soto Ivars que, para ellos, “Ayuso no es santa. Es impura. La ven como una mierda de persona. En cambio, si la caricatura la hacen de la tenista esta negra que rompió la raqueta…”. Cuando acudió a la capilla ardiente de Concha Velasco, a quien visitó durante su enfermedad, la actriz Marisa Paredes, hermana mayor de la Laicísima Cofradía Progre de la Cultura, actuó como una zumbada ebria de sectarismo: “¿Ayuso? ¡Por Dios, pero qué hace aquí! ¡Fuera!”.
Periodista complutense y tertuliana de La Tuerka, le escribió una carta a Felipe González cuando tenía ocho años y ahora, con cuarenta y cinco, hay quienes la ven reemplazando a Feijóo, cosa que siempre ha rechazado… hasta la fecha. Parpadea poco y mira escrutando esta maja castiza del siglo XXI que ha entendido como nadie el alma libre y abierta, pero también difícil y, a veces, implacable, de la capital del Reino. La pandemia le cambió la vida. Tal y como declaró en El Mundo en febrero de 2021: “Que se te mueran 500 personas al día, hasta 900 en uno, hace que relativices otros problemas”. Un particular la denunció por las muertes en las residencias, pero el Supremo archivó la denuncia. La trituran por los presuntos fraudes fiscales de su novio, Alberto González Amador, en un momento en el que ni siquiera salía con ella, y la imputación orbita en torno al fiscal general del Estado por difundir presuntamente datos confidenciales de éste.
También sufrió un aborto. Hace unos días, en un acto de la Fundación A La Par, que trabaja con discapacitados, le dijo al hijo de David Summers: “Si tuviera un hijo, si hubiera podido tener a mi hijo, que hoy tendría cuatro meses, ojalá fuera como tú, Dani”. Y sus ojos de gata de Chamberí se empañaron.