Supimos este jueves que la Guardia Civil interceptó mensajes entre Koldo García, el Renfield de Ábalos, y la actual delegada del PSOE en la presidencia del Congreso y, por entonces, presidenta de las Islas Baleares, Francina Armengol, quien, por mayo, negó que tratase con él la compra de mascarillas. El informe de la UCO señala que el otrora asesor personal del exministro de Transportes le escribió a la hembra alfa balear el 17 de agosto de 2020 con el objeto de proponer “la contratación de Eurofins Megalab y Fertinvest para realizar pruebas PCR a los residentes de las Islas que viajasen desde la Península”. Esta, por su parte, le pasó el contacto de su consejera de Sanidad, Patricia Gómez, añadiendo: “Vale, cariño, te mantengo informada de todo”. El movimiento, según el informe, dio resultado: “Eurofins Megalab resultó adjudicatario de al menos dos contratos con el Servicio de Salud de las Islas Baleares por un total de 1.112.640 euros por la realización de pruebas diagnósticas Covid-19 a los residentes baleares que regresaban a las Islas vía aérea procedentes de la Península. Ambos contratos fueron adjudicados por el procedimiento de negociado sin publicidad”. Chiqui, eso no es nada, que diría la viseprecidenta Montero.
No es la koldera el agua más sucia que salpica a la tercera autoridad del Estado. El Confidencial, 15 de febrero de 2020: “El horror que el gobierno de Baleares quiere tapar: ‘Se prostituyen por unos zapatos’”. Dos años después, El Mundo publicaba que el Ejecutivo de Armengol ocultó “al menos durante un año” que menores tuteladas se prostituían pese a disponer “a lo largo de 2019” de los testimonios de los educadores de los centros públicos “en los que se dejaba constancia de que algunas chicas aprovechaban sus salidas o frecuentes fugas para prestar servicios sexuales a cambio de dinero”. Las autoridades insulares acabaron admitieron tener constancia de dieciséis casos de explotación sexual infantil en Palma. En Madrid, el PSOE se negó a crear una comisión de investigación sobre el asunto.
Armengol es una mallorquina de Inca que vino al mundo en 1971. Siguió los pasos académicos e ideológicos de su padre, Jaume, farmacéutico y alcalde socialista del citado municipio entre 1991 y 1995, aunque su génesis política la ubicamos en el separatismo catalanoide: fue miembro del Bloc d’Estudiants Independentistes de la Universidad de Barcelona. Emigró al PSOE familiar y, progresivamente, conjugó con eficacia el verbo “ascender”: fue concejala, diputada regional, secretaria general del PSIB-PSOE, portavoz parlamentaria y, en 2015, la primera mujer que presidió el Gobierno balear. Según El Debate, en cuanto llegó al poder, autorizó la construcción de un hotel de lujo, bloqueada durante dieciocho años al estar asentado en suelo protegido, vinculado a su pareja de entonces, el empresario Joan Nadal. El 7 de octubre de 2020, la pillaron saltándose las restricciones coronavíricas que ella misma impuso y se pimpló sus buenas copillas en el Hat Bar, en el casco antiguo de Palma, hasta las dos y pico de la madrugada. Republicana y catalanista –llegó a pedir un referéndum “sin prisas” sobre el modelo de Jefatura del Estado–, es de las que creen en el Estado plurinacional mientras se pliega a los intereses del catalanismo, llegando a exigir el catalán como requisito para los sanitarios. Tras gobernar hasta 2023 con Més y Podemos, se descalabró en las últimas elecciones autonómicas. Sánchez, con quien siempre ha tenido especial sintonía, la rescató para que presidiera el Congreso. Cae bien a la tropa de ERC y de EH Bildu. Autorizó el uso de lenguas cooficiales en la Cámara Baja antes de que se aprobara el reglamento y ha permitido los insultos a jueces y a periodistas esputados por, sobre todo, podemitas y puigdemontoneros. No sé dónde he leído que es fan de Stefan Zweig. “Esa misteriosa sensación de vivir sin atarse a nada me resultó muy útil”, escribió el autor austríaco en El mundo de ayer.
Igual Armengol debiera haberse atado a menos cosas. A saber.