El conflicto bélico en Oriente Medio tras los ataques del 7-O en Israel ha acrecentado la convulsión en esta tierra, la que fuera llamada “cuna de la civilización” durante el esplendor del Imperio Turco Otomano. En esta zona de eterno conflicto, que ha generado historias legendarias como la de Lawrence de Arabia, los derechos humanos, principalmente los de las mujeres, son apenas existentes.
Jordania, limítrofe con Siria, Irak, Palestina y Arabia Saudí, es un oasis que confluye entre tradición islámica y modernidad occidental, en el que las mujeres de la realeza han escenificado su determinación por avanzar en la equidad de oportunidades y justicia entre hombres y mujeres. La reina Alia, su hija la princesa Haya y Rania, actual reina consorte, son un ejemplo de ello. Con historias muy distintas, ambas confluyen en ser mujeres provenientes de familias acomodadas, universitarias y muy viajadas.
La reina Alia nació en El Cairo (Egipto), en 1948, y tuvo una vida tan corta como determinante. Convertida en tercera mujer del rey Hussein bin Talal en 1972, murió a los 28 años de edad a causa de un accidente de helicóptero, pero su escasa presencia en este mundo no le impidió llevar a cabo la mayor gesta para las mujeres de su país: conseguir la aprobación del voto femenino.
Pese a nacer en el país del Nilo, tenía la nacionalidad palestina, ya que sus orígenes se enclavaban en Nablus, Cisjordania. Hija de diplomático, recibió una educación básicamente occidental: vivió en Turquía, Estados Unidos, Londres y Roma, ciudades en las que recibió una educación principalmente católica a cargo de la orden de los jesuitas. Desde muy joven desarrolló una gran inquietud por los temas sociales, y se graduó en la universidad americana Hunter College, en Nueva York, en las ramas de psicología social y relaciones públicas.
Esta formación le llevó a forjarse un carácter inquieto y poco conformista. A raíz de instalarse en Jordania, y recibir un encargo del rey Hussein para organizar un evento internacional, éste quedó prendado de ella y la convirtió en su tercera esposa. Alia no se limitó a mantener un papel pasivo por su condición femenina en un mundo islámico, sino que se convirtió en la voz de la mujer, consiguiendo que se aprobara el sufragio femenino y que la mujer tuviera representación en el parlamento. La ley marcial de 1974 en su país, debido a la inestabilidad interna a causa del conflicto palestino impidió estos avances, y la pronta muerte de la reina hizo que sólo viera en vida una mujer en el parlamento jordano.
Alia tuvo dos hijos con el rey Hussein, la princesa Haya y el príncipe Ali Bin, y adoptó además a una huérfana de madre palestina, Abir Muhaisen. Su hija natural apenas tenía tres años cuando murió y ella misma confesaba la siguiente reflexión durante una entrevista: “Creo que recuerdo a mi madre. Pero soy una de esas personas que encierra las cosas en cajas si duelen demasiado, y luego aparta las cajas. Llevo diciéndome durante los últimos 40 años que es algo que tengo que afrontar en algún momento”.
Pese a no conocerla apenas, su genética rebelde subyace en sus venas. Con un nivel intelectual brillante, se graduó en Reino Unido, y sacó el máster con honores en Filosofía, Política y Economía en la universidad de Oxford. La hija de Alia saltó a la fama en 2019, a causa de su huida con sus hijos temiendo por las represalias de su marido, el emir de Dubái, vicepresidente y primer ministro de Emiratos Árabes Unidos, Mohammed bin Rashid Al Maktoum, debido a una aparente infidelidad conyugal. Haya se convirtió en 2004 en la sexta mujer del emir, en una boda íntima en el palacio de Al-Baraka, Amán, a la que asistieron el Rey Abdalá II, hermano de Haya, y la reina Rania.
Pese a que en occidente expresiones como “crímenes de honor” suenen a literatura medieval, en oriente medio siguen existiendo, y se trata de los asesinatos de un miembro de una familia a cuenta de sus propios familiares por mancillar la reputación de la familia por lo que consideran un comportamiento sexual indigno. La princesa llegó a afirmar públicamente a través de sus redes que temía por su vida. Su huida y su divorcio ha marcado un hito para las mujeres en el país, ya que el mensaje que transmite es el de que una mujer no debe soportar determinado trato. Un mensaje agridulce, ya que ella sí ha podido hacerlo por su situación privilegiada: los tribunales de Londres facilitaron el divorcio en 2021 y su ex marido estuvo obligado a pagarle la cantidad de 650 millones de dólares.
Las mujeres corrientes en Jordania no tienen recursos para correr esa suerte. El país ocupa el puesto 126 de 146 del Índice Global de Brecha de Género y la participación femenina en el mercado de trabajo sigue siendo muy baja, con un 13,3% frente al 60,3% de los hombres.
La Reina Rania es de un origen menos boyante. Nació en Kuwait, hija de padres palestinos. Su padre fue médico de profesión, pero los pasos universitarios de su hija fueron por otro camino. Se matriculó en la American University de El Cairo, y dio sus primeros pasos profesionales en Citibank y luego en Apple Inc. Conoció al que sería su marido en una cena de grupo. En aquel momento, no figuraba en el destino del actual rey de Jordania ser Abdalá II, ya que su padre aún no le había designado sucesor.
La conexión de Rania con el mundo real desde su infancia ha hecho que, pese a ser una de las soberanas que más predicción tiene por el lujo, se ha involucrado con numerosas causas sociales, entre ellas las dedicadas a la mujer y a la infancia. Es patrona de la Arab Women’s summit , entre otras 14 asociaciones.
Su influencia en la política es muy interesante. En la guerra de Gaza el país mantiene una postura equidistante. Este medio contactó con los especialistas en Oriente Medio tras los ataques de Irán con drones a Israel, Jonatan Spyer y Beni Sabti. “La Monarquía jordana apoya a Israel y a Occidente, aunque públicamente tengan que hacer declaraciones antioccidentales para tener contento a su pueblo”, explicaron. En este escenario, las declaraciones abiertamente críticas de Rania de Jordania hacia la ofensiva militar israelí en Gaza son pasadas por alto en EE UU e Israel “porque entienden que forma parte del equilibrio”, dentro de una población en la que más del 90% apoya el Islam. Así, el matrimonio forma un buen tándem en una mezcla de perfil institucional y social.