Aina Vidal: “El problema llega cuando te crece el pelo, cuando desaparecen los síntomas del cáncer”

Diputada de Sumar-Comunes, Vidal explica cómo afrontó su diagnóstico, reivindica a los profesionales de la sanidad pública y comparte consejos para dejar de hablar del cáncer "desde el miedo"

Aina Vidal (Barcelona, 1985) no olvida al camillero que le sacaba una sonrisa, ni a la auxiliar de enfermería que la ayudaba a ponerse en pie. Dice deberles “la vida”, tanto como a los médicos, enfermeras y otros profesionales que la trataron y arroparon cuando le fue diagnosticado un cáncer. En su caso no fue de mama, pero hoy comparte plano con la senadora Ana Beltrán (PP), que si recibió este diagnóstico, en la semana de lucha contra esta enfermedad.

Después de posar juntas para Artículo14, la diputada de Sumar-Comunes toma asiento con intención de reivindicar la sanidad pública, de reclamar más fondos para la investigación. Pero también para compartir qué siente cuando tiene que escuchar historias sobre otras personas que han pasado por un cáncer. Cómo percibió “como cuchillos” algunos comentarios sobre lo bien que le quedaba el pañuelo cuando aún no podía volver a lucir su melena rizada. Cómo cree que, a menudo, el cáncer se trata desde el punto de vista de las personas sanas, “desde el miedo”.

Aún está construyendo la relación con su cuerpo, que le llegó “sin instrucciones”; aún recuerda cómo dominó el dolor para votar en la investidura de Pedro Sánchez [enero de 2020]. Y reivindica a las mujeres “anónimas” que afrontan el cáncer; a las que no tienen una “red de cuidados” sólida; a las que se ven obligadas a convivir con el cáncer y con un maltratador. A las que se ven empujadas a trabajar mientras reciben quimioterapia. “Es cierto que hay distintos diagnósticos, muchos tratamientos, muchos cuerpos. Pero eso no me parece heroico, es una santa putada”.

¿Cómo recibió la noticia de que tenía cáncer?

Fue un alivio. Llevaba varios meses con mucho dolor y cuando finalmente me confirmaron lo que tenía, en parte fue un alivio. Luego vino todo lo demás. Vino la explicación de lo difícil que era, de lo tarde que me lo habían encontrado. Pero en ese momento lo que haces en realidad es sobrevivir, me resultó mucho más fácil que después. Me vine arriba, me puse a disposición de los médicos, me rodeé muy bien de amigos, pareja y de familia. Simplemente, aguanté. Luego fue más complicado.

¿Cuándo decidió contarlo y por qué?

Decidí contarlo porque se avecinaba una votación importante en el Congreso de los Diputados [segunda votación de investidura]. Tenía muchas dificultades para moverme, había una primera votación en la que mi voto no era necesario, e íbamos igualmente a la segunda. Con las dificultades que tenía, con el dolor, decidí que iría directamente a la segunda. Se lo expliqué antes a los miembros de la dirección de mi partido y del grupo parlamentario, prácticamente mi propia familia en algunos aspectos. Y tuve que hacerlo público. Cuando hubo tanto revuelo porque no participé en la primera votación, esto trascendió al público general. Mucha gente se preocupó. Era un momento ilusionante y no podía haber sombra de duda de que saldría adelante.

¿Le ayudó contarlo? ¿Cree que a la gente que pudiera recibir esa noticia, que pudiera tener cáncer o a seres queridos que pasaran por ello, le ayudó?

Sé que sí. Pero no creo que deba recaer siempre la responsabilidad en aquellas que en ese momento estamos enfermas, extremadamente vulnerables y dentro de una burbuja muy particular. Creo que hay que dejar aire y que cada cual haga lo que considere, cuando lo considere. Necesité contarlo porque era un momento muy difícil. Había rumores sobre si algunos diputados hacían juego sucio, sobre si jugaban para favorecer que hubiera otras mayorías. En mi caso no era así. Para mi partido, para mi gente y para mí, el compromiso es fundamental. Yo quería decirle a mi gente que iba a haber investidura. Que mi voto iba a estar, y que esto no tenía que ver solo con una enfermedad, sino con la voluntad de que existiera un Gobierno de izquierdas que necesitábamos.

¿Cómo ha cambiado su vida con ese diagnóstico?

Ha cambiado todo. Al principio empecé a buscar referentes por Instagram y por otros sitios, más allá de los que son más conocidos. Recuerdo que encontré a muchas mujeres y hombres que, en sus perfiles de redes sociales, escribían “superviviente del cáncer”. Muchos. No quería que la enfermedad me definiera, que no quería poner esto en mi perfil. Cuatro años después, no lo pone en mi perfil, pero sin duda me define. A mí me cambiaron el cuerpo, me devolvieron un cuerpo sin instrucciones. Y aún a día de hoy estoy intentando entender qué pasa, cómo tratarlo y cómo volver a recuperar cierto control sobre él.

¿Hay algún elemento extra de empatía entre personas que no se conozcan, pero hayan tenido un diagnóstico de cáncer?

Absoluto, absoluto. Es una palabra que termina siendo una conexión entre todas las personas que hemos pasado por ella. Y, probablemente, también entre los familiares.

¿Cómo recibe noticias como la que dio Sanidad hace tres semanas, cuando anunció que iba a financiar nuevos tratamientos contra el cáncer de mama metastásico?

Me emocioné.

¿Se habla bien del cáncer? ¿Se trata bien esta enfermedad en la sociedad?

Del cáncer se habla mucho, pero mal. De hecho, casi terminas desarrollando anticuerpos con cada serie, película o tertulia en la que aparecen casos de cáncer. Gente que se muere o familias que de repente se derrumban por un diagnóstico. Para mí es agotador. Tengo la sensación de que no se habla bien del cáncer. Porque no se habla desde la perspectiva del enfermo, de la familia, de los cuidadores ni de la salud pública. Más bien se habla pensando en las personas que están sanas, que tienen miedo. Y que quieren gente animosa, que les diga que todo va a ir bien, que de todo se sale y que somos felices pese a que nos hayan extirpado partes importantes de nuestro cuerpo. Eso no es exactamente así. Es una putada. Es una enfermedad que te cambia. Es una enfermedad que afecta muchísimo a tu entorno próximo. A veces no tienes seguridad, ni siquiera conciencia, de cuáles van a ser las secuelas que vas a terminar arrastrando el resto de tu vida.

¿Cuando se usan palabras como héroe o heroína…?

Me molesta muchísimo. No me considero una heroína. No creo que haya sido la mujer más fuerte del planeta. Creo que simplemente aguanté, que lo mejor que hice fue confiar en mi equipo médico, en mis amigos y en mi familia. Esa fue mi mejor virtud, rodearme bien y saber aguantar. La atención se centra en el ‘mientras’: mientras te están poniendo el tratamiento, mientras estás en los hospitales, mientras estás con los médicos. Cada caso es diferente, pero a mí me resultó fácil aguantar. A mí me gusta vivir, y probablemente lo descubrí entonces. Quería vivir. Nunca me había visto en una como esta, tenía 34 años. Ni siquiera había visto nacer a mis ahijados. Tenía muchas ganas de verlos. Y quería vivir.

El problema llega cuando termina el tratamiento, cuando te sueltan otra vez en la jungla. Cuando te vuelve a crecer el pelo, cuando desaparecen los síntomas que todo el mundo asocia con tu enfermedad. De repente tienes que pasar de cero a 2.000, y esperan de ti exactamente lo mismo que antes. Se olvidan completamente de que hay una enfermedad, que en mi caso convive conmigo, y vuelven a exigirte lo mismo de antes. Y eso es complicado.

¿Qué pediría para que se pongan en su piel? Para que, de alguna forma, hagan más fácil la vida de quienes han pasado o pasan por la enfermedad.

De entrada, que apuesten por la sanidad pública. Que apuesten por presupuestos mucho más holgados en ciencia e investigación. Aunque no lo hayan pasado, da igual. Esto tendría que ser una cuestión de unidad absoluta del país, hasta del universo si me apuras.

Lo segundo que pediría es que practiquen el ejercicio de no tener miedo. Que intenten tener empatía con las personas que pasamos por una situación así. Que no se relacionen con nosotras desde el miedo absoluto, incluso, de si les podemos pasar algo. No hace falta que nos vengan a contar el caso de su prima que también lo ha pasado y lo ha superado, el de su padre que también lo superó. O el de una amiga que tuvo tres y todo fue genial. No hace falta. Si no sabes qué decir, no hace falta que digas nada. Puedes abrazar, puedes dar la mano. Simplemente puedes dejar constancia de que vas a estar ahí. No hace falta más.

Porque, en ese momento, o en muchos momentos del tratamiento, estamos prácticamente en estado de shock. Nos aguantamos casi con alfileres, y a algunas no nos ayuda. A veces tampoco ayuda que te digan lo bien qué te quedan el pañuelo o la calva. Había momentos en los que los amigos, por intentar levantarte, decían aquello de ‘ostras, tienes la cabeza súper redonda, qué suerte. Estás guapísima’. Si tienes un mal día, llegas a casa y te pones a llorar. Hay momentos en los que hasta los piropos te sientan como cuchillos, porque no estás conectada con tu apariencia. Es una lucha constante con volverte a ver, volverte a recuperar. Hay momentos en los que te ves y dices, ‘claro que sí, soy yo. Hasta me veo sexy’. Y hay momentos en los que no. Acompasar eso es muy complicado.

Ha hablado de las administraciones, ¿se están destinando suficientes recursos a esta materia? ¿Hay suficiente inversión tanto pública como privada sobre la mesa?

No, no la hay. Cuando estás en el hospital, quien te salva la vida no son sólo los médicos. También le debo mi vida al camillero que me llevaba, que me sacaba una sonrisa no sé cómo. Le debo mi vida a una auxiliar de enfermería que me levantaba como si fuera mi madre. Son trabajadores muy importantes y les pagan una basura. Eso no ha cambiado, ni siquiera con el COVID. Deberían tener un sueldo acorde con lo importantes que son para salvar vidas. No están lo suficientemente reconocidos, tendrían que ser mucho más visibles en esta cadena de la supervivencia. Alabamos a los médicos, que son muy importantes, pero olvidamos a menudo a estas personas. Dicho esto, ni se cuida la investigación ni tampoco la ciencia. Nos faltan muchísimos más medios para poder seguir investigando, para desarrollar nuevos tratamientos, porque la ciencia avanza y es efectiva. Es muy importante creer en la ciencia, y más en un momento en el que parece que se esté poniendo en duda, que hay tanta gente que prácticamente vuelve a abrazar el terraplanismo.

Teniendo en cuenta que tienen salarios más bajos, que suelen responsabilizarse de los cuidados, ¿las mujeres son más vulnerables ante el cáncer?

Sí, son mucho más vulnerables. Ya que este sábado es el día mundial contra el cáncer de mama, quiero denunciar una cuestión: creo que se ha banalizado un poco. Se celebra tanto que ha crecido muchísimo el porcentaje de supervivencia que casi se traslada esto como una presión a quienes lo padecen. Sin quererlo, se traslada a mujeres que no sabemos cómo lo están viviendo, pero que se ven obligadas a sonreír cuando no quieren o a volver antes al trabajo.

Normalmente las que tenemos algo más de altavoz somos políticas, son actrices, personas con un porcentaje de conocimiento público, aunque sea pequeño. Hay miles de mujeres anónimas a quienes les hacen la vida muy difícil en su día a día, cuando sus jefes no se creen que no puedan ir a trabajar. Muchísimas pierden el trabajo o se ven en la pobreza, porque no todas las personas tienen una red de cuidados como las que vemos en las películas. Hay familias muy disfuncionales, hay gente que está sola. Hay mujeres a las que el diagnóstico les llega con un maltratador a su lado. Y tienen que aguantar los maltratos, el tratamiento, el cáncer y la pobreza. Todo junto. Eso tampoco se valora, apenas se habla de ello. Estaría bien que buscáramos otros perfiles de mujeres que existen, y que de hecho son la mayoría, para que hablaran por ellas mismas. Son muchísimas las que siguen trabajando mientras están en quimioterapia. Es cierto que hay distintos diagnósticos, muchos tratamientos, muchos cuerpos. Pero eso no me parece heroico, es una santa putada. Y es inaceptable que se permita desde lo público.

En esa segunda votación de investidura, en enero de 2020, usted recibió una ovación muy importante en el Congreso. ¿Aquí sí que hay empatía, independientemente de los colores políticos?

No lo recuerdo porque estaba en un globo. Simplemente tenía un objetivo: aguantar hasta el final del día y pulsar el botón. Y aguantar la presión, porque había muchos amigos que no sabían nada, que se enteraron ese día. También gente de aquí, del Congreso. En ese momento es difícil afrontar que te pregunten, que te abracen, y lo único que pasaba por mi cabeza era aguantar. Luego me contaron, y después vi en vídeo, que no todos los grupos parlamentarios actuaron igual. Me llamó poderosamente la atención que hubiera un grupo, la ultraderecha, en el que algunas compañeras se levantaran, y que su propio partido les pidiera que volvieran a sentarse. Es un nivel de deshumanización brutal. Yo no era la protagonista, en todo caso lo era el cáncer. Y era un ejercicio de empatía, porque casi todas tenemos algún ser querido que ha pasado por esta enfermedad. Era un aplauso a las personas que pasamos por ello, un punto de acompañamiento de la Cámara. Me pareció muy duro que hubiera un partido político que no solo no se levantara, sino que además hiciera que otras compañeras del mismo grupo se volvieran a sentar.

Esos días dio un consejo para detectar el cáncer: “Tocaos las tetas”. Después de cuatro años, ¿tiene algún otro?

Lanzad lejos todos los libros de autoayuda, te hacen mucho más vulnerable. Es mejor ir al psicólogo, es muy importante. Yo no habría sobrevivido si no hubiera recibido un tratamiento psicológico y psiquiátrico. Si no hubiera contado con la ayuda de muchas otras especialidades que no eran solo las oncológicas. Id al psicólogo. Tocaos las tetas, sí, pero id al psicólogo y haced caso de vuestra intuición, porque la violencia ginecológica existe.

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