En los últimos años hemos experimentado una mutación sobre lo que es, y lo que no es la igualdad; lo que es y lo que no es el feminismo. Según la Real Academia de La Lengua Española (RAE), la definición de feminismo no es otra que la de una “doctrina social favorable a la mujer, a quien concede capacidad y derechos reservados antes a los hombres” y en segundo término la de un “movimiento que exige para las mujeres iguales derechos que para los hombres”. Es decir, igualdad entre hombre y mujeres, sin imponer ni limitar a unos sobre los otros, simplemente, el luchar para que todos tengan las mismas oportunidades y accesos.
La concepción de la palabra “feminismo” en la actualidad dista mucho de la definición pura del término, y no se trata de una casualidad, ya que vivimos en una época en la que la prostitución del lenguaje es parte de nuestro día a día.
Si preguntamos en la calle sobre qué es el feminismo, encontraremos opiniones que confrontan y que cada vez se radicalizan más. Se ha perdido el objetivo real del movimiento en sí, pasando a ser una herramienta política que segrega a mujeres según si son buenas o malas (en base a unos cánones establecidos por no se sabe quién) y por supuesto, saca a los hombres de la discusión.
En la mayoría de las ocasiones escucho mítines “pseudofeministas” en los que se utilizan mensajes del todo abstractos, con unas terminologías que para ser comprendidas pareciera que toda la población debiese tener un doctorado. Jeroglíficos que no aportan conclusión alguna más que la opinión política de unas personas que no admiten el ser contestadas ni confrontadas. Nos encontramos en una época en la que pareciera que nos están etiquetando continuamente, o lo que es lo mismo, se nos está limitando nuestra libertad, ya que una no sabe como acertar, como ser “correcta”, qué se puede decir, o qué puede incomodar.
He de decirles, así, aquí entre nosotras, que en ocasiones me siento híper juzgada. Vivimos en una época en la que existe una especie de catálogo de cómo ser mujer. Afirmaciones cómo que “la utilización de tacones es un rasgo de la opresión patriarcal”, igual que el depilarse, el maquillarse, vestirse sexy, el arreglarse en general; ni que decir de las declaraciones de la anterior Secretaria de Estado de Igualdad que nos decía como teníamos que comportarnos en nuestra vida sexual e íntima. Con todo esto hasta hacen a una dudar sobre si es buena o mala mujer (léase la ironía del asunto).
Recordemos el alboroto que se suscitó hace unos años con la presentación de Chanel en Eurovisión, ya que según “algunas”, era una expresión sexista, que sexualizaba y cosificaba a la mujer… Dejaron en un segundo plano lo más importante; que es el que es una artista como la copa de un pino, capaz de cantar y bailar de forma frenética simultáneamente sin morir en el intento, y sobre todo, una mujer libre para hacer la performance que quiera.
Es curioso, pero vivimos en una sociedad que condena una performance “sexy”, a la vez que defiende el enseñar las “tetas” como símbolo de manifestación. No sé a ustedes, pero yo sigo sin entender el sentido a desnudarse para manifestar nada, ¿acaso no acaba siendo una cosificación de un cuerpo?
Yo hace tiempo que decidí que no quiero regirme por la doctrina de esas mujeres que aplican las “dictaduras del no depilarse”, o que buscan limitarnos la libertad a las demás diciendo lo que podemos hacer, y lo que no.
La politización de la lucha por los derechos de las mujeres no ha creado más que desunión, desencanto y desafección, además de que, en mi humilde opinión, se han perdido batallas ya ganadas por nuestras predecesoras. El hombre no es malo porque sí, no hay que odiarlo, sino todo lo contrario. ¿Acaso no es más fuerte una lucha que tenga a toda la sociedad implicada?
Millones de mujeres exitosas se merecen que se les reconozca por su valía, y no porque alguien las ha puesto debido a que tenían que haber mujeres. Hay que luchar por los accesos y la igualdad de oportunidades, porque se valore la capacidad, el rendimiento y la profesionalidad, y no porque se determinen por una especie de green washing impuesto. Desde mi perspectiva, esto no sería más que el menospreciar la capacidad de las mujeres a nivel laboral, intelectual y de capacidad.
Queda mucho por hacer, en materia de igualdad y la radicalidad no hace más que torpedear el camino, la utilización de estos mensajes (por otra parte, muy rentables políticamente hablando) de división hace que cada vez más mujeres no se sientan identificadas con el movimiento, que no sigan esas proclamas de odio que en los últimos años hemos podido llegar a escuchar inclusive en las manifestaciones del 8 M.
Tengo claro que NO soy esa mujer, esa mujer a la que le quieren decir cómo ha de ser, o esa mujer que debe no depilarse para estar en la “onda”; tampoco soy esa mujer que siente que los tacones la oprimen, ni la que sigue a pie juntillas esa nueva corriente, en mi opinión, mal llamada feminista, y que en realidad no es más que una prostitución política del movimiento. No soy esa mujer que odia a los hombres, ni la que mira hacia un lado, tampoco ola que se ofende porque hucen el neutro de nuestro lenguaje para referirse a grupos. Al fin y al cabo, solo soy una mujer que quiere seguir defendiendo los avances que faltan en igualdad y luchando por ellos, pero sin dividir a la sociedad, apoyándonos todos y consiguiendo muchos éxitos.
Separar el grano de la paja siempre fue un gran reto, y en la política actual llena de descalificaciones gratuitas, se presume aún más complejo, pero le costó mucho a nuestras antecesoras salirse del control de los hombres, votar en libertad y crearse una cuenta corriente (entre otras millones de cosas), como para permitir ahora que ciertas mujeres nos digan como tenemos que ser y actuar.
Y tú, ¿eres esa mujer?