Opinión

Yo (lamentablemente) no soy Dani Summers

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Leí en el As, el pasado domingo 21 de julio, que soy “Daniel Summers, hijo de David Summers”, y que acudí con mi novia, que, según el diario deportivo de Prisa, no es mi novia, sino la “pareja” del vástago del maravilloso líder de los Hombres G, a la boda de mi “padre con Christine Cambeiro”. Lo leí en un par de pies de foto que describen –es un decir– sendas imágenes tomadas por Antonio Gutiérrez, fotógrafo de Europa Press, fuera de la casa del cantante y compositor madrileño, poco antes de que fuera escenificada la íntima, emocionante y memorable celebración de su matrimonio, con Juan y Medio como maestro de ceremonias.

Les cuento a los compañeros de As que, lamentablemente para mí, no soy Dani Summers, un tipo al que quiero con locura y al que envidio con cordura. Hubiera, quizás, estado bien no ya preguntar, verbo que debiera estar insertado en el código genético profesional de cualquier periodista que se precie, sino, qué sé yo, bichear por las redes sociales, stalkear, que se dice en moderno, o algo así, para, cuando menos, reconocer físicamente al sujeto sobre el que, en teoría –qué razón tenía Homer Simpson: “En teoría funciona hasta el comunismo. En teoría…”–, se pretende informar. Pero, ya que no han hecho su trabajo con el mínimo rigor, ya que ni siquiera han tenido el decoro de teclear en su navegador web las letras “G-O-O-G-L-E”, les cuento que Dani me saca casi una cabeza, que me golea en belleza y en elegancia, que su bondad purísima y salvaje no tiene nada que ver con el cinismo descreído y cabrón que gasto y que, además, es un musicazo extraordinario, un guitarrista espectacular al que podemos ver y escuchar en diferentes plataformas y que, no ha mucho, brilló con la misma luz que su padre en un acto de la Fundación A La Par, en la que disfrutan de su arte y, sobre todo, de su bonhomía.

El error informativo de As es inocente y, por fortuna para Dani, se ha producido en un momento de mi vida en el que supuro formalidad y buenos hábitos, aunque no dejo de preguntarme qué hubiera ocurrido si me hubiesen confundido con el hijo de Summers hace cosa de un lustro, cuando, dos o tres veces por semana mínimo, disparaba el PIB de Escocia y salía del Ocean, el mejor bar del mundo, con la cara de Lou Reed en la cubierta de su disco Transformer. Imagino titulares del tipo “Dani, el hijo de David Summers, ciego perdío en un garito de mala muerte”, “El hijo de David Summers, ¿el nuevo Froilán?”, “Dani Summers sigue la estela de Massiel”, etcétera. Qué putada le hubiera hecho, involuntariamente, a mi querido Dani.

Sucede todo esto pocos días después de que el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, desglosara vagamente en el Congreso su “Plan de Acción por la Democracia”, rebautizado por Alsina como “Plan Begoña”, con el que pretende acabar con los bulos y, al menos, regar con 100 kilos a los medios para que, a estas alturas de la película, se digitalicen. Ya, claro. Y, sumando la cagadita de As –os perdono, compañeros– y el aviso a navegantes mediáticos del líder del Ejecutivo, me acuerdo de aquello que escribiera el sabio Ratzinger en su estupendo Jesús de Nazaret (La Esfera, 2007): “Es propio de la tentación adoptar una apariencia moral: no nos invita directamente a hacer el mal, eso sería muy burdo. Finge mostrarnos lo mejor: abandonar por fin lo ilusorio y emplear eficazmente nuestras fuerzas en mejorar el mundo”.

Va el abrazo fuerte, ilustre Dani. Bendito seas.

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