Otra vez ha vuelto a pasar y seguro que no va a ser la última vez porque me temo que queda mucho camino por delante. De nuevo una mujer ha vuelto a ser humillada en las redes por su físico. Estoy hablando de Lalachus aunque antes fue Itziar Castro, pero también lo fue la reina Letizia por su delgadez o por sus brazos trabajados. No se exactamente que tipo de diseño mental tenemos organizado en la cabeza para pensar que alguien que se expone a los medios de comunicación , que sale en pantalla o que se mueve en la rueda de los círculos sociales tiene que cumplir con unos patrones estéticos determinados. Ni muy flaca, ni muy gorda. Pechos con talla 90 pero no más porque entonces tampoco vale y piernas compactas pero sin estar demasiado musculadas porque entonces no resulta ni bonito ni femenino. Desde que se supo que Lalachus iba a dar las campanadas de Nochevieja en la televisión pública las redes se han llenado de comentarios sobre su cuerpo, su tamaño, sobre lo que come o deja de comer, sobre si una persona como ella tiene o no tiene el “suficiente glamour” o la “buena presencia” para dar las campanadas.
Este caso en concreto es un caso claro de gordofobia eso hay que decirlo alto y claro principalmente. Primero para que no haya dudas y después para tener identificado el problema. Como discurso si que alimenta la violencia estética pero la gordofobia tiene consecuencias específicas como la discriminación laboral, la dificultad para encontrar ropa o el acoso. Pasa además con hombres también y esto lo hace diferente. Pero en esta crónica quiero hablar de la violencia estética que es un sistema que nos presiona a las mujeres en mayor o menor medida porque se empeña en decirnos y marcarnos el canon en el que tenemos que entrar: el de la feminidad, juventud y delgadez. Si te sales de ese canon siempre estarás expuesto a las críticas. Hemos normalizado que los cuerpos de quienes están expuestos en las redes tienen que ser perfectos. Mujeres con un determinado peso, con una determinada altura, con un vientre plano. Más allá de que en muchos casos a las mujeres nos castigan con juicios morales sobre nuestra persona y profesionalidad, lo que vuelve a poner en evidencia cómo las mujeres son constantemente evaluadas en función de su apariencia.
Estamos imponiendo una forma de mirar a las mujeres absolutamente limitante y la culpa no solo la tienen quienes hacen estos comentarios tan hirientes. Es muy difícil encontrar a mujeres que se salgan de estos cánones y que hayan adquirido una relevancia pública. Y contra esto es con lo que hay que luchar. Hay que normalizar todo tipo de cuerpos, todo tipo de medidas, todo tipo de cánones y aplaudir a las mujeres por lo que hacen, por su talento, por su cabeza, no porque hayan pasado hambre a cambio de lucir un vientre plano. La sociedad machista fiscaliza los cuerpos de las mujeres en todos los campos y obviamente también en la arena de lo público. Es que como que existen unas normas muy claras sobre como debe ser un cuerpo para ser mostrado y aceptado. Por eso la revolución está en dos frentes y nos implica a las mujeres de forma directa: el primero es aceptarnos, querernos y mostrarnos y el segundo es no entrar en el juego patriarcal de criticar y juzgar. Lo hemos hecho toda la vida y con buena intención pero hay que dejar de comentar los cuerpos de las mujeres, de las niñas y de las personas en general.
Ninguna mujer debería tener que justificar, explicar o defender por qué somos como somos. Estamos a finales del 2024 y seguimos como hace muchos años atrás. En apariencia hay cambios pero en el fondo siguen esos imaginarios que siguen sustentando el que la mujer tenga que cumplir con unos cánones estéticos establecidos. Stop con lo que se conoce como Body Shaming es decir avergonzarse o burlarse de alguien por la apariencia de su cuerpo. Cada cuerpo es un mundo y un comentario por muy sencillo o ingenuo que parezca puede impactar la autoestima y la seguridad de los demás.