La política se parece mucho a la escena del camarote de los Hermanos Marx en la película Una Noche en la Ópera. Groucho Marx va pidiéndole al camarero infinidad de comida, mientras Chico reclama después de cada plato, “y también dos huevos duros”, y Harpo, el hermano mudo, hace sonar su bocina para exigir uno más. El Congreso iba a votar el pasado jueves la senda de déficit, pero, como ya hizo con la Ley del Suelo, el Gobierno la retiró antes de sufrir una nueva derrota parlamentaria. Lo más divertido estos días ha sido ver cómo desde el Ejecutivo han pasado de decir que tampoco importaba dar luz verde a esta iniciativa y ni siquiera aprobar los Presupuestos Generales del Estado, a ser capaces de hacer todas las concesiones necesarias para conseguir que obtengan la luz verde. La explicación en el fondo es bien simple: prorrogar los presupuestos de 2023 uno o dos años es una cosa, pero prorrogarlos toda la legislatura no sería factible. Sin embargo, si este año salieran adelante, Pedro Sánchez sí podría estirar su gestión hasta el 2027.
El Gobierno se había garantizado el sí de todos sus socios, excepto el de Junts, y con la retirada del proyecto se ha abierto a hacer nuevas concesiones a los de Puigdemont. El problema es que, visto lo visto, el resto de grupo también quieren sus dos huevos duros extra, quieren seguir exprimiendo al Ejecutivo y pretenden que todo se vuelva a debatir desde cero. Y todavía queda la negociación de los Presupuestos. Recuerdo en cierta ocasión que el PNV llegó incluso a conseguir del Gobierno de Zapatero 2,6 millones de euros para el Museo del Txakoli. Pero, qué vamos a decir de un país en el que somos especialistas en hacer carreteras que finalizan en un campo, vías de tranvía sin trenes, estaciones nuevas en las que no para ningún tren, o ciudades de la justicia mastodónticas e inacabadas. Y todo nos lo vendieron como algo necesario, claro.
En México también han exigido sus dos huevos duros al reclamar que el Rey se disculpe si quiere asistir a la toma de posesión de su nueva presidenta Claudia Sheinbaum. El Gobierno ha hecho bien no enviando a nadie a un acto al que, sin embargo, sí están invitados Nicolás Maduro o Vladímir Putin. México se independizó de España hace más de 200 años, pero algunos de sus gobernantes intentan que miremos el dedo y no la luna, es decir, que nos fijemos en una historia de ficción que no existió, para no hablar de los problemas que deja el presidente saliente, el populista Andrés Manuel López Obrador. En su país hay 30.000 asesinatos al año, 96 víctimas de agresiones sexuales al día, el narco y la corrupción campan a sus anchas, y los indígenas, sí, los indígenas, se manifiestan contra su Gobierno… Pero lo importante, dicen, es que España pida perdón.
Mi historia favorita de estos días ha sido, sin embargo, la confesión que ha hecho Boris Johnson en su último libro. El exprimer ministro británico pensó ordenar a su Ejército que invadiera Países Bajos durante la pandemia para robar dosis de la vacuna contra el COVID. Johnson, un gran admirador y biógrafo de Winston Churchill, quiso emular a su antecesor que, en la Segunda Guerra Mundial, fue también muy dado a idear operaciones rocambolescas que la mayor parte del tiempo frenaron de manera sensata los norteamericanos. Pero lo de Johnson ya no hubiera sido pedir dos huevos duros, sino directamente, llevarse la gallina. Por cierto, que el libro lleva el título de Desatado. No me negarán que no es acertado.