Opinión

Vox, como el Kiko

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Cualquier verano es un final, decía Ray Loriga en su última novela. Si nos retrotraemos al último, más concretamente al mes de julio, cuando se hacía el invierno en la sede de Bambú y la lluvia se instalaba en los ojos de un Vicente Barrera descompuesto, podríamos pensar que la decisión de la dirección nacional de Vox se ha visto recompensada en el presente, que el tiempo y las encuestas le han dado la razón a ese búnker compuesto por tres personas. Podríamos cavilar que les salió bien el órdago de dejar los gobiernos autonómicos, máxime cuando ahora están surfeando, como en aquel 2018 en el que entraron en el Parlamento de Andalucía, la ola triunfal del trumpismo.

Hasta este lunes, todo parecía ir sobre ruedas de puertas para afuera, pero dentro, la cosa seguía igual que hacía otros tres veranos, cuando Macarena Olona emprendió rumbo a Santiago de Compostela y dejó a la vista de todos por primera vez las vértebras de un proyecto unipersonal, basado en los intereses y los caprichos de un clan Intereconomía despótico y tirano. O exactamente idéntico también a hace dos agostos, cuando Iván Espinosa de Los Monteros terminó de arrancar los disfraces y se vieron al descubierto con nitidez las costuras de la farsa. Entre medias, Steegman, Sánchez del Real, Rubén Manso, Camino Limia, Malena Nevado y un sinfín de cargos intermedios también purgados. Después vino lo de José Ruiz Bartolomé, el dos de Monasterio, y, posteriormente, la salida de la propia Rocío, con la que cayó el único bastión independiente que le quedaba al aparato nacional por colonizar.

Bien, todos ellos experimentaron la transición de héroes de la patria, ‘basados’ y ‘padres’ a traidores, despechados y ratas peperas en un abrir y cerrar de ojos. Los cañones de la secta demostraron no tener piedad. No solo los querían fuera, los querían muertos, atemorizados, sin voz, sin respiración. Así es como funciona esta camarilla. Es cierto que la política nunca ha sido una balsa de aceite, un terreno apacible y limpio, pero lo de Vox y su órgano de poder no es equiparable con ninguna otra organización. Primero por la reincidencia en el modus operandi, y segundo por el nivel de ensañamiento sanguinario con el que machacan personalmente al defenestrado, en campañas cruentas de difamación en la que todos los batallones de bots que poseen en redes sociales sirven como acicate para hundir reputaciones. Son una mafia sin escrúpulos, principios ni decencia. Ellos, que tantos golpes en el pecho se dan los domingos al mediodía y tanto predican una piedad que se pasan por el arco del triunfo.

Hay una anécdota muy graciosa de los días en los que Macarena Olona se dedicó a contrarrestar el relato que estaban haciendo de ella. Días en los que señaló, a través de un libro y posteriores entrevistas en televisión, un desvío de fondos de más de 10 millones de euros de Vox a empresas privadas que pertenecen a los dueños de Vox, a los que ella identificó como el Clan Intereconomía, compuesto por Julio Ariza, Gabriel Ariza y Kiko Méndez Monasterio. Por cierto, por ninguna de esas graves afirmaciones recibió querella alguna. El caso es que a este último, a Kiko, lo colocó como el principal gestor de las sombras de la formación, la mano que mecía la cuna. Lo apuntó de una manera tan frontal que algo hubo de romperse dentro porque de repente asistimos a la creación de una campaña en redes sociales en la que casi todos los cargos de Vox, con excepciones llamativas como las de Ortega Smith y Rocío Monasterio, subían fotos con él con mensajes de apoyo. En aquellos días tuvo que estar en entredicho su posición, porque si no no se explica tal despliegue de afecto justo cuando lo estaban acusando de ser un déspota y un corrupto. El caso es que una de las primeras muestras de afecto, además de una de las más vehementes, fue la de Juan García Gallardo, que junto a una instantánea de los dos abrazándose, sentenció: “Más Kikos y menos majaretas (en referencia a Olona)”.

En la vida hay veces que te toca ser un yunque y otras que te toca ser martillo. Juan García Gallardo, desde este lunes, está viviendo la segunda experiencia. El ex vicepresidente de Castilla y León anunciaba su marcha a través de un comunicado en el que decía que todo estaba motivado por discrepancias con la cúpula y por haber notado que la lealtad no era de ida y vuelta. Ya saben, cuando la lealtad es unidireccional, la relación se llama vasallaje. Y el joven abogado no estaba dispuesto por lo visto a ser vasallo. Lo más tierno de la carta fue la creencia de que ahí acabaría todo, más sabiendo cómo funcionan las cacerías desde dentro contra las ovejas descarriadas que no se arrodillan y le rinden pleitesía al líder y sus secuaces.

Minutos después de publicar la misiva, pudo apreciar en sus propias carnes lo distintas que se ven las guerras desde los barracones y en campo abierto, cuando estás solo con un tirachinas, delante de un numeroso ejército de profesionales de la intoxicación cuya única misión es anular tu credibilidad, instalar en las cabezas de la gente que eres un paria, que has cobrado treinta monedas por vender a los que en realidad te han vendido a ti. Automáticamente se ha convertido en un lunático prendado de sí mismo, un niñato despechado, como le ocurrió a Olona o Espinosa de Los Monteros. No sé si es que García Gallardo de verdad esperaba que con él fuera distinto, si confiaba en que debido a su cercanía ideológica con la actual gestión lo iban a dejar marchar como un admirable rebelde, un tipo con principios que decidió que no iba a ser un palmero y un sumiso. Si en algún momento lo pensó, la idea se le tuvo que esfumar de la cabeza a los pocos minutos. Es por ello que el martes por la noche anunció que iría a Herrera en Cope a explicar su versión porque “las bases merecían saber la verdad”. Para que aprecien el nivel de cabreo e impotencia que manejaba, en las respuestas a su tuit, decidió contestarle a un perfil falso que le soltó en tono irónico si iría a ver a Federico Jiménez Losantos, como los que también se fueron. Gallardo, ni corto ni perezoso, decidió revelar en su respuesta quién se escondía detrás de ese avatar de mujer: Álvaro Zancajo, Director de Comunicación de Vox.

Ayer en la entrevista en la Cope, la antigua estrella rutilante y referente de las juventudes voxianas, lo que hizo es pegar unos cuantos tiros disuasorios a modo de aviso, queriendo dejar clarinete que está dispuesto a defender su honor hasta donde sea preciso. Solo acertó a decir un nombre, que fue el de Ignacio Garriga, secretario general de Vox, la persona con la que supuestamente agarró la pelotera que colmó el vaso de su paciencia. No obstante, dejó claramente entrever que éste solo era un títere, un comisario enviado para realizar el trabajo sucio de llevarle a un precipicio en el que no hubiera más salida que la salida, valga la redundancia. Tanto es así, que Herrera decidió ponerle la muleta y le preguntó a quién se refería cuando hablaba de ‘algunos’ que están tomando malas decisiones. El letrado decidió salir por peteneras y, por una supuesta lealtad hacia el proyecto que quiere que triunfen (eso lo dicen todos) no iba a revelar identidades. No tengo muy claro si se trataba de miedo, de táctica o de prudencia, pero ya les digo yo el nombre. Se refería a Kiko Méndez Monasterio y, puede que, en una segunda instancia, a Gabriel Ariza. Quizás también a Enrique Cabanas, otro de los intocables de Bambú.

Todo el mundo coincide en que Méndez Monasterio, el asesor áulico de Abascal, el ventrílocuo que mueve los hilos del Hyperman, es quien ostenta el verdadero poder en el partido, el ideólogo de esta estrategia militar de bunkerización del líder, que se materializó en el adelanto del Congreso a la búlgara del pasado marzo en el que entronizaron a prisa y corriendo a Santiago Abascal dado que la cosa empezó a ponerse fea con las continuas revelaciones que Olona puso sobre la mesa. Así fue como escenificaron el cierre de una herida que jamás ha llegado a hacerse postilla, y que hoy ha vuelto a abrirse en canal para revelarse infectada.

Cabe reseñar unas declaraciones que se produjeron en las vísperas de aquel Aló presidente que confirmó la renovación vitalicia de Abascal como líder del partido. Las pronunció uno de los fundadores de Vox, el que formó binomio con el ex político del PP (Abascal, que a alguno se les olvida) para hacerle la cama a Alejo Vidal Quadras, el mismo que fue el jefe de los Hombres de Negro de Vox, junto a su inseparable Tomás Fernández de los Ríos, y que cayó en picado cuando le despojaron hace dos años de la secretaría general para dársela a Ignacio Garriga. Exactamente, no era otro que Javier Ortega Smith, que soltó uno de los mayores tiros a la línea de flotación del partido: “Vox no puede convertirse en una agencia de colocación de amigos”. Fíjense, una agencia de colocación de amigos.

El caso de Ortega Smith es un caso singular, ya que es el único personaje de esta enrevesada trama que se ha enfrentado directamente a la dirección y no ha sido despellejado en plaza pública, solo recibió un par de pellizcos de monjas y llegó a una especie de ‘entente cordiale’. ¿Saben a qué se debe? Exactamente, si habla Ortega Smith,’ chao pescao’. Arrivederci. Por eso es la única de las caras visibles del Vox de antes (fundador del partido) que sobrevive, aunque sea en un silencioso rincón, de segundón en casa chica, después de haber echado un pulso a Kiko. Y hablamos de él porque tras el episodio de Garrido, ha salido, juguetón, a decir que parte de la versión de Gallardo es verdad y a decir que «cada uno somos responsables de nuestros actos».

Cualquiera que no sea un sectario ni un fanático empedernido con una venda en los ojos, puede apreciar cómo es verdad que de aquel Vox de las caras conocidas ya no queda nadie, solo Abascal, que se ha atrincherado en su trono dorado. Alrededor de él ya solo hay pequeños peones manipulabas y obedientes con los que han intentado solucionar el recuerdo, aún vigente, de personas más preparadas. Pero claro, pues como que la gente no lo traga con facilidad eso de tratar de hacer olvidar a Olona con Pepa Millán, a Iván Espinosa de Los Monteros con Figaredo, a Ortega Smith con Garriga, a Rocío Monasterio con Isabel Pérez Moñino. Es un mal chiste que solo nos conduce a la sentencia de Belmonte: «Degenerando, degenerando». Ya sólo queda Abascal siendo teledirigido por Kiko, que tras once años en el poder ha conseguido ganar la friolera de 0 elecciones. Lo que dice mucho de ambos. A uno sería bueno que se le quitase la aureola de gran candidato y cambiársela por la de autócrata y, al otro, habría que despojarle de esa condición de gran estratega y otorgarle la de muevetableros, que se ajusta mucho más a la realidad de su cometido. Alguien alguna vez allí dentro debería plantearse, como ha hecho Gallardo, cómo es posible que todos los movimientos de este pelaje ideológico estén triunfando y, aquí, la formación verde siga en pañales. Quizás tenga algo que ver el tufo a chiringuito y plan de pensiones que rezuma su planta noble. Es curioso que jamás se haya puesto en entredicho la capacidad de un líder que claramente se ha estancado.

Vox en su mejor momento, cuando parecía que volvía a alzar el vuelo y traían el viento de cola americano, vuelve a abrirse de par en par para mostrarnos sus miserias y sus verdaderas ambiciones: que sus dueños se eternicen en sus posiciones y hacer oposición a la oposición. Este mar de fondo que hoy volvemos a ver jamás había cesado y viene de lejos. Hoy la herida supura hasta tal punto que la tensión ha llegado hasta el universo redes sociales, donde Manuel Mariscal ha sido devorado por su propia creación, EspañaBola.

Veremos a ver en qué acaba todo tras el nuevo terremoto. Si la oligarquía finalmente se impone y Vox pasa a ser una autocracia vitalicia a mayor gloria de Santiago Abascal, los Ariza y Kiko Méndez Monasterio o si, por el contrario, hay algún movimiento más. Tres nombres a seguir. Manuel Mariscal, Inés Cañizares (de las últimas fieles de Espinosa de los Monteros que sigue dentro) y Javier Ortega Smith, si él se mueve, se mueve todo. Y un último dato curioso, a modo de graciosa anécdota. La empresa Tizona S.L., fundada por Gabi Ariza y Kiko Méndez Monasterio, pero que ahora solo pertenece al segundo, ha experimentado 15 cambios en los últimos 12 meses.

A Vox ya solo le quedan dos caminos. El de Manuel Gavira, que el lunes afirmaba en Canal Sur que “todos somos prescindibles menos Santiago Abascal” u otro, el de la demolición y la reconstrucción. Si no, tendrán una autocracia perpetua de un tipo que acusará a todos los que le lleven la contraria de cobardes, traidores, ratas, cómplices de Sánchez y peperos redomados. Él, precisamente, que mamó de los pechos de la gaviota y tuvo cuenta abierta en varios chiringuitos pagados por la yaya Aguirre. Eso es Vox, el cortijo de dos o tres a los que les gusta ponerse como el Kiko. Cualquier verano es un final, cualquier invierno es un epílogo.

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