Opinión

Vivir los mitos

Acrópolis de Atenas (Grecia) - Internacional
Cristina López Barrios
Actualizado: h
FacebookXLinkedInWhatsApp

Escribo desde el interior de un velero fondeado en una cala de la isla de Arkoi, en el norte del archipiélago del Dodecaneso. Afuera sopla el meltemi, ese viento que procede del norte del continente y atraviesa el mar Egeo. Hace tres días que navegamos a su merced por estas aguas. El meltemi es un viento veraniego que parece retirarse al tiempo que los turistas, a mediados de septiembre. Por la noche ha soplado con fuerza, parecía rugir, pero además del ancla, habíamos amarrado la popa del velero a unas rocas cercanas, mediante dos cabos, que no cuerdas. Trato de aprender a navegar y esta ventura conlleva conocer la terminología marinera básica, que a veces se me resiste. Decir ese velero tiene tres mástiles, en vez de tres palos, giro a la derecha o la izquierda, en vez de viro a babor o a estribor puede resultar imperdonable, incluso peligroso.

El agua turquesa serpentea entre pequeños islotes que forman la cala, por cuyos riscos trotan rebaños de cabras. Ayer tarde, mientras me bañaba, oía sus cencerros y los graznidos de las gaviotas, quejándose de que invadía la soledad de su territorio. Es un baño salvaje, pensé. Ojalá fuera un animal marino, no se me arrugarían las yemas de los dedos, no sentiría frío, si fuera, por ejemplo, una de las sirenas que trató de embrujar a Ulises. En cuanto piso suelo griego las referencias mitológicas se hacen presentes.

Venir a Grecia es vivir los mitos, vivir sus escenarios. Las islas del norte del Dodecaneso me parecen áridas. El color zafiro del Egeo en altamar contrasta con los peñascos color ocre sin apenas vegetación. Un paisaje bello, rudo, de riscos y matorrales. El mismo que debieron de contemplar aquellos griegos homéricos que se dirigían en sus naves a la guerra de Troya: Ulises, Menelao, Agamenón, Aquiles. Durante la navegación en el velero, se divisan las costas de Asia menor, donde se hallaba esta ciudad mítica. No es casual que la lectura que me acompaña en este viaje sea el libro del periodista italiano Indro Montanelli, La historia de los griegos. En su segundo capítulo, nos cuenta quién fue Enrique Schilemann, que en pleno siglo XIX eligió a Zeus como dios, llamó Andrómaca a su hija y Agamenón a su hijo, a los que bautizó con una estrofa de La Iliada, y dedicó toda su vida y su dinero a demostrar que las historias que escribió Homero tenían una firme base de realidad. A los ocho años ya se había propuesto encontrar los restos arqueológicos de Troya, y tras múltiples avatares en su vida, lo consiguió. Para ello primero tuvo que amasar una gran fortuna dedicándose al comercio, deshacerse después de su banco y su tienda y pelearse durante un año con el gobierno turco hasta que consiguió los permisos necesarios para excavar en la colina de Hisarlik, donde él aseguraba se encontraba Troya, en contra de las predicciones de los arqueólogos. La historia de Schilemann resulta disparatada, heroica, pero es real. Su tenacidad y pasión consiguieron que se descubrieran los restos arqueológicos de nueve ciudades, la única duda fue cuál de ellas era la ansiada Troya. Ir en busca de un mito, lo convirtió en un héroe.

Todos somos los héroes de nuestra vida. Y es en el camino hacia “las Troya” o “las Ítaca”, como dice Kavafis en su famoso poema, cuando lo descubrimos.

TAGS DE ESTA NOTICIA