Opinión

Violaciones en Francia y en Montserrat

Juicio de Dominique Pélicot - Violencia contra las mujeres
Actualizado: h
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El juicio contra Dominique Pélicot en Francia ha conmocionado al mundo entero por la brutalidad de los abusos que sufrió su esposa, Gisèle Pélicot, a lo largo de casi una década. Pélicot drogaba sistemáticamente a Gisèle con ansiolíticos, dejándola inconsciente para luego ofrecerla a decenas de hombres a través de internet, quienes abusaban de ella en su propio hogar. En total, 51 hombres enfrentan cargos por su implicación en este caso, uno de los más perturbadores de los últimos tiempos.

Gisèle no tenía conocimiento de lo que ocurría, despertaba sin recordar nada de las agresiones. Fue en 2020 cuando la policía descubrió videos y pruebas irrefutables en los dispositivos de Dominique, lo que desató una investigación masiva. Este caso no solo refleja una falla en la protección de las víctimas, sino que expone las profundas raíces de la cultura de la violación en la sociedad.

La cultura de la violación es un fenómeno social donde la violencia sexual es normalizada, a menudo mediante actitudes y comportamientos que minimizan las acciones de los agresores. Muchos de los supuestos agresores aseguran que entendieron lo que ocurría pero pensaban en su propio placer. “Si no se entera, no pasará nada”, debían pensar. Lo perturbador es que la mayoría de los acusados son hombres de vidas normalizadas, respetables padres de familia, podría ser nuestro vecino, nuestro hermano o nuestro cuñado. Otros aseguran que no vieron nada raro en que la mujer se mostrara inerte durante el acto sexual, ni que fuera su marido quien la ofreciera. Para otros tantos, el marido podía hacer con su mujer lo que le diera la gana. Eso es cultura de la violación.

Uno de los vectores de la cultura de la violación es la trivialización o no reconocer el daño de ciertas formas de violencia sexual que no se ajustan a los estereotipos de violación violenta. En Cataluña se está viviendo estos días un caso sangrante. Ayer el Parlament concedió la Medalla de Honor en la categoría de Oro a la Abadía de Montserrat con motivo de su milenario. La decisión fue tomada por unanimidad de la Mesa del Parlament, formada por Junts per Catalunya, ERC i PSC, a propuesta del presidente de la cámara, Josep Rull, de Junts.

El caso es que hay denuncias de al menos 14 violaciones de niños de la Abadía de Montserrat. Las víctimas aseguran que el responsable del grupo de scouts abusó de al menos 12 menores a lo largo de 30 años y otro monje benedictino admitió haber abusado de dos escolans a finales de los años 70. En ambos casos, los firmantes denuncian que las autoridades de Montserrat “ocultaron y encubrieron los hechos” con el objetivo de proteger la reputación de la abadía y evitar que el escándalo saliera a la luz.

La conexión entre ambos casos es clara: tanto en la situación de Gisèle Pélicot como en los abusos en Montserrat, el entorno social permite permite que los agresores actúen sin un control real, amparados en la complicidad y silencio de algunos de sus congéneres, y a menudo acaban ensalzados por instituciones ajenas a la sensibilidad de las víctimas, perpetuando así el ciclo de impunidad.

Siguiendo los patrones de la cultura de la violación, la portavoz de la Generalitat, Sílvia Paneque, ha defendido la entrega de la Medalla de Honor del Parlament a la Abadía de Montserrat desligando la institución de los casos concretos de pederastia. “Diferenciamos a las personas que han causado estos abusos y las víctimas de los abusos de la institución en su globalidad. Si señalamos a una institución en su globalidad, al final no señalaremos nada”, asegura Paneque.

El supuesto encubrimiento de unos hechos que ni siquiera ella misma niega, el silencio o la minimización de al menos 14 abusos a menores, a la portavoz no le ha parecido que fueran motivos suficientes para descartar la concesión del más alto honor del Parlamento de Cataluña. Ni siquiera una mujer ha hecho un discurso mostrando aprecio y sensibilidad hacia las víctimas. La cultura de la violación la tenemos metida hasta el tuétano.