Opinión

Vida real de X

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Llevo mes y medio haciendo limpieza en casa y en el ordenador. El naufragio en el que vivo recibe de cuando en cuando la visita de algún fantasma del pasado en forma de vídeo, carta, fotografía, o ticket. Encontré ayer un documento titulado Vida real de X. X es una persona de la que no voy a poner ni la inicial. X estuvo mucho tiempo en mi vida, y ahora no. En los últimos años, inquieta por conocer tan poco de sus verdaderas circunstancias, empecé a anotar en un documento los pocos datos que conocía de su vida real. Además de aquellos que no era necesario falsear (edad, número de hermanos) estaban las verdades que se habían ido filtrando con el tiempo, rebosando por el muro de mentiras y fantasías. Debajo de estos primeros párrafos estaban los datos que fui averiguando, especialmente los referentes al árbol genealógico. Todos los delirios de X contenían trazas de verdad que se asentaban en los débiles mimbres de sus quimeras como el polvo se asienta en las estanterías de casa.

Este documento no tenía ninguna finalidad más allá de que yo pudiera ordenar la vida de X en mi cabeza. Con esa información se me hizo difícil sostener conversaciones sin que mis pensamientos se transparentasen en mi cara. Y ya hubo un día en el que me di cuenta de que X no quería saber nada de mí. Es lo mejor que pudo haber pasado.

No tengo claro que X sea consciente de que miente. No sé si los engañados tenemos que ser los demás, o si pretende ser ella misma. No sé si está detrás el pensamiento mágico de que repitiendo una mentira se hará realidad. No sé si los mitómanos (X no creo que lo sea) son felices o no. Sé que los niños son felices cuando se inventan cosas sin saber que eso está mal, pero ¿lo son los adultos? He conocido al menos a dos mitómanos en mi vida y la gente no les toma en serio. Uno usaba el terror (y no sé si también la violencia) para mantener vigente sus mentiras. El otro usaba la buena educación de los que le rodeábamos, obligándonos a soportar sus patéticas historias sobre prostitutas bondadosas que no le querían cobrar, famosas que le querían poseer, o mujeres mediocres que le querían convertir en padres. A veces, entre los sufridores, nos mirábamos con paciencia, pero las más de las veces callábamos por educación, cuando no tratábamos de cambiar de tema a algo que fuese divertido para todos. Uno de estos mitómanos está muerto, y el otro no. Por lo que sé, sigue inventándose cosas que le dejan bien a él y mal a los demás, especialmente a los que son famosos. Y con X ya es muy difícil que me cruce por la calle.

La sociedad se sostiene en que nos necesitamos los unos a los otros, y para que funcione necesitamos poder confiar en las cosas que vemos o escuchamos. No confiamos en todo, pero sí en una gran parte. Confiamos en cosas que no se cuestionan (por ejemplo en que los ministros están bien informados de lo que sucede en sus competencias), y en cosas que no vemos claras (que nuestros impuestos se aprovechen para el bien común y no para el uso particular). Desde que empezó ese concepto de “la postverdad”, ya no hay nada en lo que se pueda confiar. Todo es susceptible de ser mentira. Vemos cuestionados hasta los aspectos más básicos de nuestra existencia. Muchos personajes hablan de “tirar de la manta”, y quizás no lo hagan porque la verdad sea tan terrorífica como los finales de The Twilight Zone. Cuando empezé el documento Vida real de X apenas empezaba todo esto. Hoy, X no es esa persona cuya salud mental me preocupa, sino un antecedente del mundo que viene para quedarse. Seguiré limpiando. La casa ordenada es la única verdad a la que puedo agarrarme.

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