Opinión

Viajando a París con Emilia Pardo Bazán

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Este verano, mientras se celebraban en París los Juegos Olímpicos, yo viajaba al París de 1889 de la mano de Emilia Pardo Bazán y las crónicas que realizó desde allí con motivo de la Exposición Universal, recogidas en el libro Al pie de la Torre Eiffel.

Leyéndola es fácil imaginar cómo pudo ser esta mujer, muy adelantada en su visión del mundo a la época que le tocó vivir, y es que Emilia Pardo Bazán nació en 1851. Fue hija única y su vida, empezando por su educación, fue muy distinta de la que se hubiera supuesto para una mujer de su época.

Su padre, José Pardo Bazán y Mosquera fue un político español, que además de alcalde de La Coruña en 1854, fue diputado durante el reinado de Isabel II y durante el Sexenio Democrático. Defensor de los derechos de la mujer, inculcó en su hija el amor por la literatura e intentó que tuviera la mejor educación posible aun siendo mujer.

Los primeros años de su vida Emilia pasaba en Madrid los inviernos y asistía a un colegio francés. Al cumplir los doce años comenzó a pasar los inviernos en La Coruña donde su educación se realizaba con profesores privados. Lectora voraz desde niña, nunca pudo asistir a la Universidad ya que en aquella época estaba prohibida la asistencia a las mujeres, pero eso no impidió que su formación fuera amplia y hablara con fluidez el francés, el inglés y el alemán, idiomas que usaría en los múltiples viajes que realizó a lo largo de su vida, y es que Emilia fuera una viajera incansable: «Si hablásemos con rigurosa exactitud psicológica, no diríamos viajar sino viajarse».

A los quince años escribió su primer cuento, Un matrimonio del siglo XIX, el primero de los más de quinientos que escribió a lo largo de su vida. Emilia Pardo Bazán fue una escritora muy prolífica que, además de cuentos, escribió novelas, poemas, ensayos, libros de viajes y artículos en distintos periódicos.

En 1868, con tan solo dieciséis años, se casó con José Quiroga, estudiante de derecho, de diecinueve años. De este matrimonio nacieron tres hijos, pero a comienzos de la década de 1880 el matrimonio llegó a su fin debido a la condición de escritora de Emilia. Y es que en 1883 se publicó en La cuestión palpitante una recopilación de artículos escritos por la autora que causaron un gran revuelo. Por la publicación de estos artículos, y de la novela La tribuna (considerada la primera novela social) la escritora recibió numerosos ataques, sobre todo por su condición de mujer, esposa y madre. Su marido la pidió que dejara de escribir, pero ella se negó, decidió viajar a Italia y se separó.

En 1892 Pardo Bazán fundó la Biblioteca de la Mujer, un proyecto editorial que dirigió y financió hasta 1914 y cuyo objetivo era hacer llegar a las mujeres obras de ideas progresistas relacionadas con los derechos de a mujer. Y es que como ella misma dijo: «todas las mujeres conciben ideas, pero no todas conciben hijos. El ser humano no es un árbol frutal que sólo se cultive por la cosecha».

Para Pardo Bazán la educación de las mujeres era imprescindible para cambiar la sociedad y proporcionar oportunidades que las permitieran vivir de otra manera. Y es que para ella la educación de las mujeres en aquel tiempo no podía considerarse tal: «La educación de la mujer no puede llamarse tal educación, sino doma, pues se propone por fin la obediencia, la pasividad y la sumisión».

En 1887 fue la primera mujer en impartir una conferencia en el Ateneo de Madrid, convirtiéndose en 1905 en la primera mujer socia y en 1906 presidenta de la sección de literatura del Ateneo.

A pesar de su obra y de que su nombre sonara en varias ocasiones, Emilia Pardo Bazán tampoco fue nunca admitida en la Real Academia de la Lengua Española. En 1912 fue la propia escritora la que envió una carta a la institución. Recibió respuesta en menos de un mes. Se le informaba que se había refrendado unos días antes en la Academia el acuerdo de 1853 que vetaba el acceso a las mujeres. De los 36 sillones votaron sólo 16, todos en contra.

Años después, en una entrevista explicó que, aun no habiendo sido elegida, la lucha había valido la pena y valía más que el triunfo: «Para mí, esta es una cuestión que solo ha llegado a interesarme por un concepto ideal, por el aspecto feminista. Yo no he luchado por la vanidad de ocupar un sillón en la Academia, sino por defender un derecho indiscutible que, a mi juicio, tienen las mujeres. A mí no se me ha admitido en la Academia, no por mi personalidad literaria, según han dicho todos los que podían votarme, sino por ser mujer. (…) No espero entrar nunca en la Academia; pero en este caso especial la lucha vale más que el triunfo».

No fue académica, pero fue la primera mujer catedrático en la universidad española, tomando posesión de la Catedra de Literatura contemporánea de lenguas neolatinas de la Universidad Central de Madrid en 1916. Allí estuvo dando clases hasta que falleció en 1921.

Podría seguir escribiendo sobre esta escritora y viajera infatigable, defensora de los derechos de las mujeres. Sin duda, su vida da para mucho. Pero esta columna llega a su fin, y solo puedo invitarte a que te acerques a su obra, a que viajes con ella, por ejemplo, al París de la Exposición Universal de 1889. Estoy segura de que será sólo el comienzo.

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