Viajamos mucho y viajamos muchos. Esa es la principal queja de varios países que se están hartando del turismo de masas. En España ya hay zonas muy tensionadas, y Japón ha sido el último en anunciar que estudia adoptar medidas y subir impuestos para dar el frenazo a esta afición desmedida por viajar. Pero, más que por el cuántos, hay que analizar también el cómo viaja la gente y cómo se comporta con el resto. En el barrio de las geishas de Kioto se ha prohibido la entrada a los turistas porque habían llegado a acosar a las mujeres; y hay que ver también las lamentables imágenes de las colas en el Everest, provocadas, en parte, por escaladores con poca o ninguna preparación en el mundo del alpinismo. En julio del año pasado se hicieron virales las imágenes de un guía paquistaní, tirado en medio de la montaña, sin que nadie le auxiliara. Murió, claro. En las tres horas que estuvo tirado en el suelo se calcula que más de 130 alpinistas pasaron a su lado ignorándole completamente.
La responsabilidad también recae a veces en las agencias de viaje. Hace unos años fui a Costa Rica con unas amigas, y el autobús que nos trasladaba de un lugar a otro hizo una parada para que los turistas pudiéramos hacer fotos de los trabajadores que, bajo un sol de justicia, recogían plátanos. Nos negamos, claro, y presentamos la correspondiente protesta.
En el Cañón del Colorado hay un libro que cuenta todas las muertes que ha habido dentro de esa reserva natural. Las hay de todo tipo: muertes por accidente, por venganza… Thelma y Louise hizo mucho daño. Después de que se estrenara la película, varias personas quisieron emular a Geena Davis y a Susan Sarandon y se suicidaron despeñándose con el coche. Lo que no cuenta el libro es si, como las protagonistas de la historia, esas personas se habían encontrado antes con alguien parecido a Brad Pitt, que otra cosa es morir así.
Yo nunca he sido excesivamente aventurera, lo admito. Lo de la adrenalina no va conmigo. En uno de los viajes que hice con mis amigas teníamos que tirarnos en tirolina, y, al contemplar la altura de los cables, pensé que mejor dejarlo para otra vida. Sólo el ver a una señora de casi 80 años poniéndose el casco y el arnés, me hizo cambiar de opinión, más para que nada para no quedar como una cobarde. Y lo disfruté muchísimo.
Lo cierto es que luego me pongo a leer a Javier Reverte y me dan unas ganas locas de escribir libros de viajes. Mi favorita, eso sí, sigue siendo Beryl Markham, una aventurera británica que comenzó criando caballos, y acabó siendo una pionera en el mundo de la aviación, después de subirse en el avión de su amante, Denys Finch Hatton. Sí, el interpretado por Robert Redford en Memorias de África. De hecho, el personaje de Beryl, aparece de manera efímera en la película, y ahí ya se insinúa la relación entre ambos, aunque en la peli todos íbamos con Meryl Streep, claro. Markham fue la primera en cruzar el Atlántico desde Inglaterra a Canadá en 1936. No llevaba brújula ni mapas y solo supo que debía ir al oeste con la noche. Y ese fue precisamente el título que eligió para sus magníficas memorias. Eso sí que era viajar.
San Agustín decía que “el mundo es un libro y que aquellos que no viajan leen sólo una página”. Habría que ver si hoy opinaría lo mismo.