Opinión

Vamos a cuidarnos

Actualizado: h
FacebookXLinkedInWhatsApp

Esta semana Pedro Sánchez respondía a las críticas de Ione Belarra con una petición: “Vamos a señalar también lo positivo”. A la Secretaria General de Podemos le parecía insuficiente la postura del PSOE con respecto a la masacre en Gaza y el presidente le recordaba que, como partidos de izquierdas y viendo lo que tienen en frente, era más conveniente señalar “no tanto las diferencias como los aspectos de unidad”.

En los últimos años en el hemiciclo feminista está pasando algo similar. Las críticas encendidas entre unas y otras se están sumando a las que ya recibíamos por parte de nuestra oposición. Quizás influenciadas por el ambiente político o por el estado de enfrentamiento continuo que propician los medios de comunicación, trabajar por la igualdad se ha convertido en pura hostilidad. Cualquier cosa que digas es utilizada como arma arrojadiza, si no es por unos es por otras y si no es ahora, te lo guardarán para dentro de unos años. Con este panorama muchas deciden cerrar sus cuentas de redes sociales, desaparecer del mapa. La mayoría ya no permitimos que nos graben ni en las charlas. Sabemos que ese material cortado y manipulado puede llegar a comunicar todo lo contrario. Lo sabemos porque ya nos ha pasado. Polémicas malintencionadas, titulares perniciosos y bulos orquestados, la huella digital nos perjudica hasta para hacer amigas o buscar trabajo.

En círculos más pequeños solemos hablar de este malestar y también de la necesidad de protegernos. Tenemos que empezar a cuidar más de nosotras mismas. Es muy loable luchar por una causa común y pensar en mejorar la vida de todas las mujeres, pero si nosotras no estamos bien, si nos falla la energía, si nuestro cuerpo enferma o si no podemos llegar a fin de mes, poca aportación a la causa podremos hacer. Muchas feministas reconocidas están abandonando el activismo de primera línea, buscando otros espacios más seguros y saludables en los que trabajar. “No me compensa” se lamenta una de ellas, “prefiero dedicar mi talento a alguna actividad en la que me sienta valorada y no tenga que estar constantemente con el escudo puesto”. Otra confiesa con angustia “lo primero que pienso al encender el ordenador es ¿cuántos mensajes de odio tendré hoy?”. Es preocupante que estemos perdiendo de esta manera a grandes profesionales que llevan años en la lucha feminista y cuya voz es imposible de reemplazar.

La exigencia de tener manifestarse en todos y cada uno de los debates también se ha vuelto muy difícil de llevar. Antes cada una era experta en una cosa, ahora hay que serlo en todas. Y aunque nos encantaría estar a la altura de todos los debates y tener una opinión formada sobre todas las cuestiones, eso es algo inviable. Entender muchas de ellas implica dedicar tiempo de estudio y soltar lo primero que se te pase por la cabeza puede contribuir a generar aún más confusión sobre el tema. Detenerse a escuchar es una actitud prudente. Tomarse un tiempo para no dejarse llevar solo por el impulso emocional, es inteligente. No todas estamos en el mismo punto ni de activismo ni de conocimiento. Preguntar, profundizar e incluso escuchar distintas posturas antes de opinar debería ser lo habitual. Y, aun así, nadie puede obligarte a significarte.

Desperdiciar nuestro trabajo y nuestro tiempo en publicaciones que se dedican a desautorizar lo que hacen otras compañeras también es una forma de restar fuerza al movimiento. No es lo mismo cuestionar a un medio, a una marca o a una institución que tiene una responsabilidad social con su actividad que señalar de manera individual. Es normal tener discrepancias y muy saludable hablarlas, pero hay formas y formas de hacerlo. ¿En público o en privado? ¿Con insultos o preguntas? ¿Sin posibilidad de respuesta o con ella? En cualquier contienda conviene apuntar a quien tiene mayor poder para cambiar las cosas y suelen ser empresas que manejan mucho dinero, no personas de carne y hueso. Centrémonos en desactivar los artefactos del machismo en lugar de malgastar nuestros escasos espacios de voz con adjetivos calificativos hacia las que reman en la misma dirección. Tampoco tiene ningún sentido lo de increpar desde perfiles anónimos a las que dan la cara y ponen el cuerpo con sus nombres y apellidos. Eso es lo que hacen los trols y bastante tenemos con soportarlos a ellos.

Tener una actitud crítica, ir contra corriente y cuestionar lo que hace la gran mayoría ya es una tarea difícil e ingrata en sí misma, no necesitamos que nadie añada más presión ni que hurgue en nuestra herida. En lugar de disparar a cada feminista que no actúa como nos gustaría, podemos elegir marcharnos de sus espacios sin hacer mucho ruido o dar un giro de guion preguntarle cómo está, ya que puede estar viviendo alguna situación que desconocemos. También podemos enviar algún mensaje de apoyo cuando veamos que recibe mucho hate y hasta decirle que la echamos de menos.

Decidir no estar también puede ser una forma de lucha porque implica resistir y mantenerse. Tenemos derecho descansar y a reponer fuerzas. Tenemos derecho a desaparecer, durante un tiempo o para siempre, sin que por ello pierda valor todo lo aportamos anteriormente.

Como decía esta semana el presidente, vamos a focalizar en lo que queremos transformar: una cultura machista que nos perjudica. Hay mucho trabajo por delante y el camino es arduo. No podemos permitirnos el lujo de perder a ninguna integrante del equipo. Así que, compañeras, vamos a cuidarnos.