Lo pudiste leer en este mismo periódico hace unas semanas: Tinder está en caída libre, y no sólo esta aplicación. Según se recogía en el artículo al que hago referencia, las aplicaciones de citas perdieron, tan sólo en la segunda mitad del año pasado, 17 millones de suscriptores y las descargas descendieron un 20%.
Cuando leí este artículo pensé en cómo eran las citas hace treinta años, cuando yo era una jovencita. Entonces no es que no hubiera aplicaciones, es que no había ni tan siquiera móviles. Todo esto suena a historia de abuelita cebolleta que está contándole el cuento a sus nietos, o a sus hijos, pero es que era así. Tanto ha cambiado el mundo en tan poco tiempo.
Entonces tú quedabas con quien fuera que quedases en un bar, en una cafetería o en la calle. La diferencia principal con respecto a las citas virtuales es que nunca quedabas con nadie a quien no hubieras conocido físicamente en el mundo real, y eso tenía sus ventajas. Incluso en muchas ocasiones conocías a tu cita a través de otros amigos, y eso tenía aún más ventajas, porque además podías preguntar detalles antes de quedar con la persona en cuestión.
Una de las ventajas que había entonces es que sabías como era en realidad físicamente la persona con la que ibas a quedar. No habías visto la mejor de sus fotos, no, la habías visto en el mundo real. Probablemente hasta habías intercambiado miradas, sonrisas, puede que hasta carcajadas. Habías hablado con ella y la habías tenido cerca de ti. Y es que el acercamiento físico era imprescindible para intercambiar el teléfono o directamente quedar para otro día.
Si se quedaba con alguien es porque ese alguien te había gustado en el mundo real, por lo menos de entrada. Habías podido ver cómo vestía esa persona, si te gustaba su ropa, sus zapatos, como se movía, como miraba, como hablaba o como olía, que en mi caso es algo muy pero que muy importante, que huela muy bien.
En la primera cita podías comprobar el porcentaje de gustos compartidos en temas como la música, las películas, los libros o si había otras aficiones comunes, por ejemplo, la naturaleza o viajar. En las citas virtuales supongo que este intercambio de información también se realiza, pero antes de que puedas ver a la persona en el mundo real, y claro, idealizar tiene sus problemas, sobre todo si lo que se ha visto en una pantalla dista de lo que uno se encuentra después en el mundo real. Y es que como nos enseñó Oscar Wilde nunca existe una segunda oportunidad para causar una primera buena impresión.
Además de las idealizaciones que puedan existir, está la gestión de las expectativas, y es que en artículo también se señalaba que muchas mujeres que habían abandonado estas aplicaciones lo habían hecho porque se sentían presionadas para tener sexo en la primera cita. Que sea cual sea el nivel de aproximación en el primer encuentro en el mundo real será estupendo si está consensuado, pero claro, si una de las partes se siente presionada, esa cita parece no tener mucho futuro.
He leído también que en las redes sociales existen “expertos” en citas que elaboran listas con consejos para tener una buena primera cita, pero ni tan siquiera estos expertos con sus listas han conseguido que muchas personas sigan en estas aplicaciones.
Con lo cual vuelvo al título de esta columna, va a resultar que en cuestión de citas nos gusta mirarnos a los ojos. Y añado, va a resultar que nos gusta hablar cara a cara con las personas, conocerlas en el mundo real, incluso de a poco. Para muchas personas las aplicaciones de citas virtuales seguirán siendo la mejor opción por diferentes razones. Para quien busque algo más, es donde puede empezar el problema.
Una vez me dijo alguien, hace mucho tiempo, que enamorarse es ir descubriendo como es la otra persona, y que no hay nada peor que descubrirlo todo de golpe, rápidamente, porque se acaba el misterio y se acaba el enamoramiento. Puede que tuviera razón y por eso nos gustan las relaciones a fuego lento, el ir descubriendo, el confirmar que no lo sabes todo, que siempre queda por descubrir algo de la otra persona.
Las aplicaciones de citas van a menos y otros tipos de encuentros en el mundo real van a más. Como ejemplos los clubs de lectura, cursos de todo tipo (cocina, cerámica, pintura, caligrafía japonesa, baile de salón, etcétera) o encuentros en museos o exposiciones, y considero que es un buen comienzo conocer a una posible cita que está haciendo lo mismo que a ti te gusta hacer. Que tampoco es imprescindible que los gustos en todo sean los mismos, pero si en un futuro vas a compartir algo, mejor si hay gustos comunes.
Al final supongo que todo, tanto en el mundo virtual, como en el mundo real, se reduce a la gestión de expectativas, y cuando uno nada espera, es imposible sentirse defraudado, quizá el momento ideal para caer en una tentación, que como también nos enseñó Oscar Wilde es la única manera de librarse de ella.