Opinión

Una oportunidad

María Jesús Güemes
Actualizado: h
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La vida da muchas vueltas. Lo sabe bien Ahmed Younoussi. Un día este marroquí fue a asesorar al actor de un corto que contaba la odisea de los chicos que salen de África escondidos en un camión, pero finalmente no se presentó y tuvo que sustituirle. No le costó interpretar el papel porque era el suyo. Él había hecho el recorrido de niño, hasta aparecer en Barbate. Allí le atendieron, después le mandaron para Madrid, estuvo en dos centros de menores y terminó con una beca en la Escuela de Interpretación Cristina Rota.

La oportunidad surgió porque en aquel rodaje coincidió con Sergio Peris-Mencheta, quien se propuso ayudarle. También le dijo que surgiría el momento de relatar su experiencia sobre un escenario. Así ha sido. Ahora, 15 años después, Ahmed mira al público con sus ojos azules y grises, como el mar en un día de tormenta. Se emociona al relatar el infierno que sufrió. Sus palabras tratan de hacernos comprender lo que deben afrontar estos chavales que llegan a España “con el corazón quemado”. Así es como los define en una entrevista. En ella, deja claro que necesitan cuidados y no mensajes racistas.

La obra que protagoniza se llama 14.4. Es la distancia del Estrecho de Gibraltar, los kilómetros que separan una costa de la otra. La fisura entre las placas tectónicas representa un mundo roto por la mitad. Desde las rocas de un lado, esnifan disolvente, confiando en que sus efectos se confundan con el destello de las luces de Europa.

Nadie se puede poner en su piel. Ni en la de muchos otros a los que no ponemos nombre ni rostro. Tanto de aquellos que no llegaron como de los que se confunden en nuestras calles. Está bien que alguien se encargue de recordarnos esta realidad y por mucho que algunos testimonios se repitan -las mafias, las pateras, la alambrada- hay que escuchar su voz y dejar que nos sacuda por dentro. No juzgar contemplando estos dramas desde un cómodo sofá.

Se debe reconocer la valentía del que es capaz de dejar su tierra y a su gente para intentar tener un futuro. ¿Tú lo harías? Les empuja el miedo y la desesperación. Son menores -incidamos en el término, así limpio, claro, sin otros atributos- que no tienen quien les proteja. Vienen de la calle y heridos. También conviene hacer hincapié en ello, para quien los acoge pensando que son problemáticos. Se les debe tender una mano y luego, como en todas las parcelas, estará el que la suelte y el que la agarre firmemente.

De esto se está hablando mucho en estas semanas porque el Ejecutivo canario ha explicado que las islas reciben a unos 5.600 niños y adolescentes cuando su capacidad máxima está en 2.000. Con el fin de abordar estar emergencia, se celebró una Conferencia Sectorial de Infancia, de la que salió que el PP aceptaba hacerse cargo de muchos de ellos y esto produjo la ruptura con Vox en aquellos territorios en los que compartían poder. Para muchos se ha impuesto la humanidad y la solidaridad, tan cara en estas situaciones. No hay mejor respuesta a los discursos del odio que hacer lo correcto.

Ahora queda por delante abordar la reforma de la Ley de Extranjería -que pretende imponer un reparto obligatorio a las comunidades autónomas- y, ya de paso, convendría revisar la política migratoria del Gobierno. Vienen más batallas políticas. Aunque con los goles de Lamine Yamal y Nico Williams, se les puede callar la boca a todos.

Pero no valoremos sólo el mérito del actor o el jugador, todas las personas merecen nuestro respeto. Da igual que sea el camarero del bar que te pone la caña o el que cuida de tu abuelo. Buscan la forma de recuperar la dignidad perdida, salir adelante y formar aquí su familia: una nueva, diferente, en la que sus hijos no tengan que pasar por lo mismo que ellos.

Para comprender todo esto vale la pena leerse Hermanito, de la editorial Blackie Books. Es relevante cómo se anuncia ya desde la faja amarilla que lo rodea: “Este libro te cambiará”. Y es cierto que impacta el viaje que emprende Ibrahima Balde, quien nació en Guinea y tuvo que abandonar a su madre para ir en busca de su hermano pequeño. Atravesó el Sáhara, cruzó el Estrecho y aguantó el abuso de las mafias hasta aparecer en Irún. Al conocerle, Amets Arzallus, voluntario en una red de acogida, quiso dejar por escrito todo lo que le narraba.

Ibrahima deja varias reflexiones. En un momento se pregunta si podrá olvidar lo que ha padecido: “Porque la cabeza es como un armario y para sacar una cosa del armario tienes que meter otra. Las cosas nuevas ocupan el lugar de las antiguas. Pero yo aquí, mientras deciden mi asilo, no hago nada. No tengo trabajo, no tengo amigos, no tengo cosas nuevas para meter en el armario. Mis recuerdos están ahí, no se mueven. Y me atacan todos los días”.

En cada página nos da una lección. Como cuando se descubre pensando: “¿Cómo puedo vivir con esta vida mía? Pero me concentro y empiezo a mirar alrededor, a la izquierda y a la derecha (…) Así es la vida y nunca puedes decir: yo sufro más que nadie”.

Ha salido una edición escolar y me gusta que llegue a los colegios. No hay sentimientos xenófobos en la infancia.

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