La elección de Kamala Harris como presidenta de Estados Unidos sería un hito monumental para las mujeres en todo el mundo. Lo pienso con tristeza, como derrotada preventivamente para protegerme. Su fracaso electoral es la opción más realista teniendo en cuenta que todavía debe emprender el largo camino de adaptar el equipo de campaña de Biden a su proyecto, asegurarse el apoyo de delegados suficiente para que no haya sorpresas e iniciar la formidable lucha contra un Trump cuya candidatura muestra una fortaleza sólida como una cueva. Aunque las últimas 24 horas han sido de récord para Harris, con una recaudación arrolladora y apoyos de delegados a raudales, podría tratarse de una euforia coyuntural.
Aún recuerdo el fracaso de Hillary Clinton en 2016, que dejó estupefacto al mundo, y la idea que susurramos entonces. “Prefieren a alguien como Trump antes que a una mujer”.
Hillary Clinton, con su vasta experiencia política y con una marca personal construida con eficacia, fue una fabulosa candidata. De hecho ganó el voto popular por casi 3 millones de papeletas de diferencia, pero no logró asegurar la presidencia. Su derrota no solo fue un golpe personal.
El mundo entero se quedó petrificado entonces y ahora, aleccionado, aguanta el aliento ante las próximas elecciones norteamericanas del 5 de noviembre. Ucrania, después de más de dos años de guerra, ve peligrar el apoyo militar y humanitario norteamericano; Putin mira y sonríe, está pendiente reforzar la ciberseguridad y contrarrestar la desinformación. China mantiene su guerra comercial mientras continúan las preocupaciones sobre los derechos humanos en Hong Kong y Sinkiang.
Además de estos desafíos, Harris tendría que liderar iniciativas globales contra el cambio climático, enfrentar amenazas de seguridad internacional, gestionar crisis migratorias, fortalecer la cooperación en salud global y regular tecnologías emergentes. Reforzar las alianzas tradicionales y trabajar dentro de organizaciones internacionales como la ONU y la OTAN sería esencial.
Que una mujer liderara este escenario es una buena idea. Si esto les parece una ensoñación aniñada, atiendan. El Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, el Instituto de Investigación de las Naciones Unidas para el Desarrollo Social, la ONG Transparencia Internacional, y la OCDE, entre otros, han publicado informes que concluyen que los países con una mayor proporción de mujeres en el parlamento tienden a tener niveles más bajos de corrupción y a una mejor supervisión de los recursos públicos.
Además, la presencia de mujeres en el liderazgo está asociada con políticas más inclusivas y equitativas. Un estudio de la Universidad de California, publicado en 2020, encontró que los distritos representados por mujeres en el Congreso de EE. UU. registraron una mayor inversión en infraestructura social y servicios comunitarios. Las mujeres en política tienden a priorizar temas como la educación, la salud y la igualdad de género, lo que puede llevar a una sociedad más justa y equilibrada. Otro estudio del Pew Research Center arrojó la conclusión que las mujeres tienden a ser más participativas y menos jerárquicas que sus homólogos masculinos.
Por otro lado, durante la pandemia de COVID-19, varios estudios destacaron que los países liderados por mujeres, como Alemania bajo Angela Merkel o Nueva Zelanda con Jacinda Ardern, manejaron la crisis de manera efectiva, implementando medidas tempranas y comunicando de manera clara y empática a sus ciudadanos. Cierto es que el liderazgo de Merkel fue fuerte y poco cercano a la política en femenino a la que aspiro en general, pero en tiempos de crisis, la empatía y la comunicación abierta que mostró fue crucial.
A 103 días para las elecciones presidenciales norteamericanas, miro a Kamala Harris como la miramos todos, con curiosidad. Ni soy norteamericana, ni voto en Estados Unidos, pero como mujer, Kamala me representa. ¿De qué será capaz? ¿Hasta dónde llegará la esperanza demócrata? El mundo espera.