Es reconfortante que una de las palabras más repetidas esta semana en España haya sido “pacto”. Mucho más, cuando esa palabra está relacionada con el feminismo, un término que en los últimos años ha sido denostado, vapuleado, disputado e, incluso, evitado en algunos círculos.
El pasado 26 de febrero se aprobaba en el Congreso de los Diputados la actualización del Pacto de Estado contra la Violencia de Género. Un acuerdo que recoge 462 medidas y apunta nuevas formas de violencia contra las mujeres, como la violencia económica y la violencia digital, además de reforzar la protección a víctimas de violencia vicaria y mejorar la formación con perspectiva de género de la justicia.
Un Pacto de Estado es algo excepcional. Es un compromiso entre partidos de distintas tendencias políticas que traza la dirección del Estado en un asunto concreto, independientemente de quién esté gobernando. España ha sido pionera en la creación de un pacto de estado específico contra la violencia hacia las mujeres, convirtiéndose en un referente para muchos países.
El primer grupo político que impulsó su creación fue el PSOE en 2014, presentando una proposición no de ley para promover la aplicación efectiva de la Ley Orgánica de Medidas de Protección Integral contra la violencia de género de 2004. Una de las fórmulas era realizando una dotación de fondos económicos. En ese momento no obtuvo el apoyo del PP, hasta que en 2016 ambas formaciones acordaron crear una subcomisión para empezar a articular dicho pacto. En 2017 se aprobó, por fin, el primer Pacto de Estado contra la Violencia de Género, con las medidas recogidas y redactadas por la subcomisión.
Como experta consultada en las dos ocasiones (60 personas convocadas en 2017 y 45 en 2023), es muy gratificante comprobar que los distintos partidos políticos son capaces de trabajar juntos y remar a favor de una cuestión que compete a toda la sociedad. Mi experiencia en ambas ocasiones fue de escucha y respeto por parte de quienes formaban la subcomisión, pese a que algunas no compartieran todos los puntos de mis intervenciones. La creación de este pacto y su actualización es fundamental, porque permite detectar las causas de la violencia machista y diseñar estrategias conjuntas para eliminarla. Además de acompañarlas de recursos económicos que conviertan las buenas intenciones en una realidad.
El día de la aprobación en el Congreso, el único de los partidos que traicionó este acuerdo político fue Vox. No solo porque votara en contra, sino porque sus diputados y diputadas abandonaron el hemiciclo en el momento justo en el que se anunciaba su aprobación. Mientras la mayoría celebraba la unión, ellos se distanciaban. Con ese gesto, Vox dejaba patente que no está a la altura de un gobierno avanzado ni es capaz de elevarse por encima de las diferencias para situarse al lado de la ciudadanía.
Una de las críticas más escuchadas acerca del pacto es que sigue existiendo violencia contra las mujeres, pero esto no es motivo para abandonarlo o anularlo, sino todo lo contrario: es razón de más para continuar con él y reforzarlo. Transformar la cultura y eliminar los prejuicios no es algo que se consiga en un solo día, ni siquiera en años. Arrastramos siglos de hábitos machistas y tardaremos mucho en modificarlos. El primer paso es tomar conciencia. El segundo, nombrarlos. Y el tercero, trabajar sin vacilar con la mirada fija en el largo plazo.
Ya hemos conseguido muchos avances, las medidas del primer pacto sí han mejorado la vida de muchas mujeres, de niñas, de niños e incluso la de muchos hombres. Gracias a esos fondos destinados a talleres y formaciones, ellos han podido reparar, por ejemplo, en esos comportamientos que no distinguían y en cómo el machismo también les perjudica.
Quiero quedarme con esa imagen de unión y de triunfo del feminismo frente a quienes abandonan a las mujeres y se abandonan también a sí mismos. Es natural, e incluso saludable, que cualquier grupo humano difiera en muchos aspectos. Eso no impide que podamos ser capaces de apreciar lo que nos une y edificar a partir de ahí. Ojalá más diálogos y más pactos.
La ciudadanía está cansada de tanta hostilidad en el Parlamento. No hemos elegido a nuestros líderes para que abandonen, sino para que luchen. No hemos votado para que destruyan, sino para que edifiquen. Consenso, acuerdo, compromiso, unión y alianza son las mejores herramientas para construir el futuro.