Opinión

Un Omnibus y muchas dudas

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La democracia actual posee diferentes herramientas, algunas de las cuales si se aplican de manera correcta son de gran utilidad, pero retorcidas acaban siendo acciones de bloqueo.

La realidad es que los famosos decretos “ómnibus” no son una medida exclusiva del gobierno actual, pero quizás este último decreto ha sido de los más sonados.

Si hablamos de esta herramienta y del trasfondo de todo este tipo de decretos hemos de enunciar que fundamentalmente deberían existir para agilizar procesos y medidas a tomar que cuenten con consenso suficiente para salir adelante, pero ¿entonces que ha sucedido con este último y famoso decreto?

La escenificación de lo sucedido no es más que el fruto de una estrategia de presión política. Es simple, se diseñan paquetes de medidas de diferente índole y se presentan para intentar forzar el voto de otras formaciones con las que aún no se ha negociado.

Se trata de algo evidente y que funciona porque siempre se introducen medidas mediáticamente sensibles que acaban atrayendo la atención de los medios y con ello, la presión social. Esta acción busca el forzar a diferentes fuerzas políticas a posicionarse en temas incómodos, y de esa manera mermar los apoyos de la ciudadanía que se pueda tener.

Lo triste de toda esta situación es que en ningún caso se piensa en la ciudadanía, ya que, si en ella se pensase, no se utilizaría su dolor y necesidad para la sucia batalla política.

Es del todo evidente que las ayudas para los afectados de la DANA y la reconstrucción de las zonas afectadas por las riadas si se hubiesen presentado solas, se hubiesen aprobado a la primera; también hubiese habido aprobación masiva en cuanto a las ayudas para los afectados del volcán de La Palma, las ayudas al transporte, incluso sobre la subida de las pensiones -aunque se siga huyendo del debate de fondo principal-. Situaciones importantes para las personas que son utilizadas para sacar adelantes cesiones de “palacetes”, subidas de impuestos y cualquier otra medida en la que el consenso brille por su ausencia.

Lo desagradable es que además esta herramienta o forma de hacer política ha sido utilizada por muchos de los diferentes gobiernos que hemos tenido en España, y siempre situado la política y su interés en el centro, y en la periferia el ciudadano. Es imposible que no asalten las dudas sobre si se está gobernando para la sociedad o para servir a unos intereses particulares determinados.

Resulta bastante obsceno el hecho de que se utilice el dolor y los puntos débiles de la ciudadanía para generar conversación política sin el más mínimo ápice de vergüenza, pero quizás, al igual que la mentira, lo obsceno ya no existe.

Estamos en un momento en el que el país necesita una altura política más allá de las siglas, de las ideologías y de los intereses particulares; se necesita política de país, aunque ya no se recuerde lo que es.

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